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24 de marzo de 2016

SEMANA SANTA: REVIVIMOS LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Esta Semana Santa dejemos que Jesús vuelva a ser el Señor de nuestra vida 

La Semana Santa es la mayor celebración que tenemos los cristianos. En ella recordamos la pasión, muerte y resurrección del Señor, la actualizamos en nuestra vida y en nuestro mundo.

 “Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio” (Papa Francisco, Homilía del Domingo de Ramos, 20 de marzo de 2016)


En la Semana Santa recordamos la pasión, muerte y resurrección del Señor, la actualizamos en nuestra vida y en nuestro mundo. La Semana Santa renueva e impulsa a los cristianos y a la Iglesia en su camino del seguir a Jesús hasta el final. En este Año santo de la misericordia, la Semana Santa tiene un significado muy especial. Como recordaba el Papa el Domingo de Ramos “el misterio del mal es abismal”, no obstante, mucho más grande es el misterio del amor: “infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos”. La misericordia de Dios alcanza a toda la realidad humana, incluso allí donde nos detiene la impotencia, ante la muerte. Jesús en esta Semana Santa vemos como llega hasta la muerte y desciende al sepulcro y al infierno, para llevar “luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio”.

El Papa Francisco hacía una invitación en esta Semana Santa a “mirar frecuentemente esta ‘cátedra de Dios’, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama”. Jesús en la cruz nos da la mayor prueba de amor y es la gran enseñanza que tenemos que aprender en esta vida: la irresistible fuerza del amor; por eso, el Papa llama a la cruz “la cátedra de Dios”. La Semana Santa es la gran ocasión que nos ofrece la liturgia de la Iglesia para aprender -de nuevo, porque nuevo es el amor de cada día- la única enseñanza importante en esta vida, porque “al final de la vida, se nos examinará del amor” (San Juan de la Cruz). 

En Jesús contemplamos un amor que nos supera y que no tiene igual; Jesús es el Rostro de la misericordia, como ha titulado el Papa la bula de convocatoria del Año santo de la misericordia. Pues bien, en su pasión, muerte y resurrección ese rostro de la misericordia de Dios se nos manifiesta con mayor nitidez, como afirma el Papa: “En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz” (Misericordiae vultus, 7). La cruz es el amor supremo e incomparable de la misericordia.

Para eso debemos dejar de llevarnos por las apariencias superficiales, como recordaba Francisco en la homilía del Domingo de Ramos: “Estamos atraídos por las miles vanas ilusiones del aparentar, olvidándonos de que «el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (Gaudium et spes, 35)”. Dejando de valorar a los demás por lo más externo y aparente, podemos entrar en el misterio del amor misericordioso de Dios, que mira el corazón. Para eso Jesús se humilla hasta el extremo: “Con su humillación, Jesús nos invita a purificar nuestra vida. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender al menos algo de su anonadación por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta semana”.

Terminaba el Papa diciendo: “Reconozcámoslo como Señor esta semana”. Es la invitación que nos dirige Francisco y la Iglesia a que en esta Semana Santa acompañemos a Jesús en todo lo que vive y sufre, en lo que dice y hace, en lo que calla y siente. De esta manera podremos grabar en nosotros la experiencia de este amor infinito que va mucho más allá del mal, del pecado y de la muerte, la misericordia que no tiene en cuenta las ofensas ni la perversidad del corazón, que “si bien combate el pecado nunca rechaza a ningún pecador” (Misericordiae vultus, 19).

Si dejamos que Jesús vuelva a ser el Señor de nuestra vida, la Iglesia podrá ser más claramente el espacio donde se manifieste la misericordia de Dios, ya que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (Misericordiae vultus, 10). Como dice el Papa “todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia” (ibíd.). 

En la Semana Santa se compendia de manera suprema qué debe ser la misión de la Iglesia y cómo realizarla para que sea creíble ante el mundo, porque “la credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (ibíd.). En la Semana Santa debemos avivar el impulso de misericordia que lleva a la Iglesia a salir de sí misma y a ofrecer la experiencia de la misericordia a cualquiera, de la misma manera que Jesús en su pasión a la vez que sufría, perdonaba y amaba a quien le infligía el dolor y el desprecio. Si dejamos que Jesús sea nuestro Señor podremos afirmar sin tapujos que “la Iglesia «vive un deseo inagotable de brindar misericordia»” (ibíd.) y darla incluso a los perseguidores, como Jesús en la cruz.


Juan Martínez
Obras Misionales Pontificias

Fuente. OMP