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27 de agosto de 2017

CONOCE A LA MONJA EVANGELIZADORA, CIRUJANA EN LA SELVA Y ENFERMERA EN TIEMPOS DE GUERRA

La beata María Troncatti puede ayudarnos a aprender qué es en realidad la feminidad

Durante los últimos 50 años, la Iglesia católica ha sido acusada de estar en contra de las mujeres. Después de todo, la Iglesia no ordena mujeres ni tampoco considera su cosificación sexual como liberadora, así que es obvio que está reprimiendo a las mujeres. Todo ello a pesar de la enseñanza de la Iglesia de que la única criatura glorificada en el paraíso es una mujer, a pesar de la abrumadora reverencia dedicada a la Santísima Madre, a pesar de la carta de san Juan Pablo II La dignidad de la mujer.

De hecho, hace falta un sorprendente nivel de ceguera para no ver las miles de formas en que la Iglesia ha empoderado a las mujeres, desde el poder dado a abadesas hasta el papel que las santas Teresa de Ávila y de Lisieux han desempeñado en el estudio de la teología espiritual.

Las mujeres santas han sido emperatrices (santa Pulqueria) y campesinas (santa Germana), académicas (santa Teresa Benedicta de la Cruz) e incultas (santa Ágata Kim), vírgenes (demasiadas para llevar la cuenta) y… no tanto (santa María de Egipto, santa Margarita de Cortona).

Y una de estas santas fue una monja evangelista, cirujana en la selva y enfermera en tiempos de guerra.

Nacida en el norte de Italia en 1883, la beata María Troncatti se crió en una familia grande y feliz. De niña, María leía los boletines de las Hermanas salesianas y quedaba fascinada por las historias de esas misioneras.

El corazón de María quedó cautivado y cuando entró en la veintena accedió a la orden salesiana, asumiendo como su objetivo vital llevar la “caridad hasta el punto de quedar deshecha en pedazos”.

Pero por mucho que quisiera María ir directamente con los leprosos, la llegada de la Primera Guerra Mundial cambió las cosas. Se formó como enfermera de la Cruz Roja y empezó a trabajar en hospitales militares, con las técnicas primitivas y horribles condiciones de los hospitales de la Gran Guerra.

Finalmente la guerra terminó y la hermana, que había soñado con las misiones desde su infancia, se embarcó hacia Ecuador con 39 años.

La enviaron a evangelizar al pueblo Shuar, una tribu de guerreros que resistió apasionadamente a la colonización y son famosos por su práctica chamánica de encoger las cabezas de sus enemigos caídos.

Los misioneros (hermanas y sacerdotes) fueron recibidos con lanzas en la primera aldea que llegaron. La hija del jefe resultó herida de un disparo y los guerreros dijeron a los misioneros que debían sanar a la chica o morir, así que sor María, temblando, esterilizó su navaja y extrajo la bala.

Después, diría a los aldeanos que la Virgen María había sostenido su mano todo el tiempo; “ella lo es todo para mí”, solía decir, y el pueblo a quien sirvió así lo creyó.

Durante los siguientes 45 años, la beata María Troncatti viajó por la selva amazónica, a pie o volando a través de un país cuyas montañas rivalizan con las más altas cumbres. Desafió a víboras, jaguares y tarántulas, vadeó ríos de rápidos y cruzó raquíticos puentes suspendidos a miles de metros sobre el suelo.

Y desde aquel primer encuentro con el jefe, cuando su vida se vio amenazada y no mostró miedo, el pueblo la adoró. “Mamacita”, la solían llamar, y eso era para ellos. Madre y médico y dentista y predicadora y maestra, sanó sus enfermedades físicas y también las espirituales.

La obra de sor María por las mujeres shuar trajo una liberación que nunca conocieron, sobre todo en la innovación del matrimonio libremente escogido en vez de por exigencias familiares, además de la monogamia.

Construyó hospitales para tratar las habituales epidemias de sarampión y viruela, y formó a las mujeres shuar como enfermeras. Estableció escuelas y trabajó por la integración entre el pueblo indígena y el pueblo blanco, superando los prejuicios que les habían enseñado a odiarse mutuamente.

Cuando un incendio provocado destruyó la misión, los misioneros no tardaron en dar su perdón, pero los aldeanos salieron armados para la guerra. Sor María intercedió, suplicándoles que perdonaran: “Si de verdad me queréis, dejad vuestras armas a mis pies”. Y los guerreros más temidos de la selva tropical hicieron precisamente eso.

Durante sus décadas de trabajo duro bajo condiciones imposibles, sor María encontró fuerza en la Santa Madre y, sobre todo, en el sacrificio de Cristo: “Un vistazo al crucifijo me da vida y valor para trabajar”, decía, y continuó evangelizando en las selvas hasta que tuvo 86 años.

En 1969, sor María iba de camino a un retiro cuando su avión se estrelló, matándola en el impacto. Aunque su “Mamacita” les había abandonado, los shuar siguieron viviendo como ella les enseñó. Hoy, viven en paz con sus vecinos y su Dios gracias a la obra y el sacrificio de una hermana italiana, enfermera, cirujana, predicadora y madre.

La beata María Troncatti vivió fiel a Dios sin consideración por las limitaciones que el mundo quería imponerle. El 25 de agosto, su día festivo, pidamos su intercesión por una feminidad auténtica en el mundo, una que se defina no por los estereotipos, sino por la fidelidad en respuesta a la llamada de Dios. Beata María Troncatti, ¡ruega por nosotros!

Meg Hunter-Kilmer


Fuente: Aleteia