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13 de marzo de 2018

UNA MISIONERA JAVIERIANA EN EL CONGO: “LA IGLESIA DA FASTIDIO PORQUE HABLA CLARO”


Sor Delia Guadagnini, desde 1989 en el país africano, coordina 320 escuelas y trabaja en la cárcel: «Estoy aprendiendo a ver en cada uno a un hijo de Dios, más allá de lo que haya hecho»

«Hay personas que se levantan en la mañana sin saber si van a comer, si van a encontrar trabajo, si podrán ir a la escuela, si tendrán medicinas para curarse, sin embargo, en esta precariedad de vida que a mí, a nosotros, angustiaría, logran ver con alegría el sol que nace y calienta las jóvenes plantitas de tapioca y agradecen al Creador por ello».

Desde 1989, sor Delia Guadagnini vive en una comunidad en el lago Tanganica, en la República Democrática del Congo, en un continente que «evoca imágenes de violencia y de hambre», pero que sabe custodiar, «tradiciones y culturas maravillosas, sobre todo rostros e historias que cada día me ensañan algo».   

Y el Evangelio tiene la capacidad para «salvar y potenciar estos valores». Ha descubierto, en su experiencia misionera, que «dar confianza es una óptima medicina». Hay que saber «perdonar y volver a comenzar cada vez desde el principio», perdonar incluso «a quien mata con tanta crueldad».

Ha tenido en mente, «a pesar de no buscarla, a pesar de no desearla, a pesar de tenerle miedo», la posibilidad de «una muerte cruel». No puede trasladarse sola, porque la situación no se lo permite. El drama de la guerra se ve en los ojos de la gente. «Las consecuencias no solo se respiran, sino que se ven. Desde 1994 muchas generaciones han nacido y crecido entre los horrores del conflicto, sin contar lo que viven y han visto los adultos». 
  
Los efectos todavía son evidentes: enfermedades mentales, desconfianza y constantes desplazamientos de poblaciones hambrientas. Una clase social se ha enriquecido, la otra ha acabado en la miseria. En este contexto, la «Iglesia está más viva que siempre, sobre todo con los pastores que con su voz profética mantienen elevado el compromiso por la justicia, por la paz, por los derechos humanos pisoteados y llamas a los cristianos a ser fieles al Evangelio. La Iglesia da fastidio porque habla claro: es escuchada y temida. Se arriesga, pero lo hace de muy buena gana siguiendo a Jesús y el Evangelio». 
  
Delia creció, en su Predazzo, esquiando, corriendo entre los bosques y jugando volley-ball. Cuando, en septiembre de 1978, entró a las javierianas a los 19 años, llevaba consigo una guitarra y un balón. La chica que soñaba con convertirse en una maestra de educación física decidió entrenar el espíritu. En Kivú del Sur, frontera con Burundi, coordina 320 escuelas católicas en un territorio enorme que permite el contacto con las 30 parroquias de la diócesis. «Trabajar en el campo de la educación es undamental. Significa –afirmó– preparar el futuro de un pueblo». 
  
El equipo tiene 24 personas. Comienzan la semana con un encuentro sobre la Palabra, después se ponen en marcha (se puede llegar a algunas poblaciones solamente después de días de caminata) y a la escucha. «Nos importan los tantos niños que no van a la escuela porque sus padres no pueden pagar las cuotas. Vamos a buscarlos, apoyamos a las familias y les garantizamos el acceso a la primaria. El objetivo es impulsar al Estado a que ofrezca gratuitamente por lo menos la primaria». También está cambiando la manera para ser misioneros “ad gentes”: «nuestra tarea es trabajar cada vez más juntos, preparar a las comunidades para que dentro de poco puedan seguir adelante solas». 
  
El domingo, según contó, «reposa» yendo a la prisión de Uivira, en la que hay 470 detenidos en condiciones inhumanas. Hay incluso menores de edad. «Hay algunos que están ahí adentro por error, otros porque han matado, robado, violado. Pero esto no es lo importante. Los seguimos, mantenemos contactos con sus núcleos familiares y, una vez a la semana, distribuimos harina de maíz. Buscamos medicinas para los enfermos y nos ocupamos de sus sufrimientos».

A las 7.30 celebran la misa o, si falta el cura, la liturgia de la Palabra. Católicos, protestantes y musulmanes rezan contemporáneamente: «A veces es difícil entender, pero es bello escuchar la alabanza que sube hacia Dios desde todos sus hijos. Estoy aprendiendo a no juzgar a nadie, a ver en cada uno a un hijo de Dios, más allá de lo que haya hecho. Proponemos caminos de conversión para salir del mal y reconciliarse con uno mismo, con las familias y las comunidades». 
  
Aquí, en donde la esperanza, ni siquiera en los momentos más oscuros, ha abandonado al hombre, las javierianas tienen el deseo de «abrir una comunidad en un sitio de frontera, dejando a nuestros actuales colaboradores algunas responsabilidades. También queremos ir a donde nadie va o puede ir. Ir para continuar con el anuncio del Evangelio a quien todavía no lo conoce». 
LUCIANO ZANARDINI
ROMA

Fuente: Vatican Insider