«El domingo de las misiones, el popular
Domund, es una gran oportunidad para reconocer la histórica labor educativa y
asistencial de la Iglesia, pero también sirve para exaltar con orgullo cómo a
través de los siglos la predicación del Evangelio representa el avance de la
civilización».
La
labor evangelizadora de la Iglesia católica realizada por los misioneros
constituye uno de los capítulos civilizadores más importantes en la historia de
la Humanidad. Cumpliendo el último mandato que les hizo Jesús para que
predicaran el Evangelio a todas las naciones, los Apóstoles y los primeros
cristianos se esparcieron por todo el mundo entonces conocido, dando a conocer
la doctrina y las enseñanzas cristianas.
Por los lugares donde fueron
martirizados los Apóstoles, todos ellos coetáneos de Jesús, podemos hoy saber
que pocos años después de su muerte y resurrección su palabra era predicada en
lugares tan dispares y tan lejanos en aquella época como eran Roma, Macedonia,
Turquía, Etiopía, Babilonia e incluso la India.
Esta universalidad en el mensaje que la hace
común a toda la Humanidad es la que define a la Iglesia como católica, y desde
sus orígenes hasta hoy los misioneros, a la divulgación del Evangelio,
incorporaron en su predicación la enseñanza de los valores culturales y
sociales de la civilización grecorromana, convirtiendo la cristianización de
los pueblos bárbaros y paganos en una labor también civilizadora, asentando en
todo el mundo los principios de justicia y libertad que hoy presiden las
relaciones entre los hombres y entre los pueblos.
Los misioneros, además de predicar y
bautizar, enseñan y curan, fundan y mantienen escuelas, hospitales y asilos,
educan en el respeto a la vida, en la protección y la asistencia a los más
débiles y a los más necesitados, impulsan la paz y la caridad, promoviendo la
supremacía del bien común, condenando la violencia y permaneciendo con riesgo
de sus vidas al lado de los perseguidos y los refugiados.
Pero, además de esta labor educativa y
asistencial, a la caída del Imperio Romano correspondió a la Iglesia la urgente
tarea de conservar todo el saber antiguo, salvando los monjes en los
monasterios los códices que contenían todos los frutos de la cultura y el
pensamiento de griegos y romanos, las raíces de nuestra civilización. Y en
aquellos tiempos oscuros y de tribulación que representaron las invasiones de
los pueblos bárbaros, es cuando los Papas envían a los primeros misioneros a
predicar al norte bárbaro y pagano.
Lo que con su fuerza no habían logrado las
legiones romanas lo consiguen los frailes que vadean el Rin y el Danubio,
convirtiendo a los pueblos y tribus germánicos y escandinavos. Gracias a la
Iglesia, los godos, vándalos, vikingos, sajones o lombardos no solo abrazan la
fe de Cristo, sino que también incorporan a sus sociedades el derecho, la
filosofía, la ética y la organización social de la antigua Roma, civilizándose
y estructurándose como naciones ordenadas.
E incluso la Europa del Medievo amplía sus
fronteras gracias a la Iglesia misionera, cuando dos hermanos monjes, san
Cirilo y san Metodio, traducen a la lengua eslava las Sagradas Escrituras y
llegan como misioneros hasta Ucrania y Rusia, convirtiendo así la cruz en el
símbolo común de todo el continente europeo.
Todavía faltaba la posiblemente más
importante página de la Iglesia misionera, que no es otra que la que
protagoniza España con la evangelización de América, que conlleva la
civilización del Nuevo Mundo. Apenas once años después del primer viaje de
Colón, en 1503, los franciscanos fundaban la primera escuela del Nuevo
Continente, dedicada a la alfabetización de los indígenas. En octubre de 1538,
los dominicos crean en Santo Domingo la primera universidad americana, y cuando
décadas después, en 1636, las colonias inglesas crean en los actuales Estados
Unidos la primera universidad, gracias al mecenazgo de un particular, John
Harvard, en la América hispana las órdenes religiosas tenían en funcionamiento
nada menos que 26 universidades.
Y en América la cruz de los misioneros cuando
fue necesario se alzó frente a la espada de los conquistadores, denunciando la
esclavitud y los excesos a que eran sometidos los pueblos indígenas. Es la
Iglesia civilizadora de Fray Bartolomé de las Casas, de Fray Junípero de Serra
o de las demarcaciones que establecen jesuitas y franciscanos, estructuras
urbanas y sociales que todavía hoy se toman como referentes de colectividades
utópicas que buscaban la creación de una Arcadia igualitaria y que fueron
popularizadas a través de la película «La misión».
La expansión del cristianismo es la expansión
de la cultura. Los misioneros desarrollan una labor civilizadora y a la sombra
de iglesias y monasterios surgen las primeras escuelas y se alzan orfanatos,
lazaretos, dispensarios y cooperativas. La predicación del Evangelio es el
avance de la civilización, y la mejor respuesta a la pregunta de qué es Europa
nos la dan san Patricio, san Olaf, san Benito o san Cirilo y san Metodio, que
romanizaron a los hasta entonces pueblos bárbaros, dotándolos de leyes y de una
organización social, transformándolos en naciones cultas y organizadas. Y ello
sin olvidar la ingente y ejemplar labor de atención a los olvidados y a los
marginados, como en nuestros días han desarrollado san Damián, el apóstol de
los leprosos en la isla de Molokai, o Teresa de Calcuta, en los barrios de los
parias de la India.
Hoy como ayer la Iglesia misionera se nutre
del testimonio ejemplar de la sangre de sus mártires. Sirvan como ejemplo en
los últimos años el asesinato de los jesuitas españoles en Centroamérica, o el
de los hermanos maristas en el Congo, o el de la comunidad trapense en Argelia,
sin olvidar la planificada y constante persecución que a manos de los fundamentalistas
islámicos sufren en la actualidad las comunidades cristianas en Nigeria, Malí,
Kenia, Somalia, Egipto, Siria, Irak, Pakistán o la India.
Una triste realidad, silenciada y olvidada, a
la que en muchas partes del planeta se une la difícil situación de una Iglesia
misionera perseguida y reducida a la clandestinidad, como en China y Corea del
Norte, o incluso prohibido su culto, como en las monarquías árabes de corte
teocrático.
El domingo de las misiones, el popular
Domund, es una gran oportunidad para reconocer la histórica labor educativa y
asistencial de la Iglesia, pero también sirve para exaltar con orgullo cómo a
través de los siglos la predicación del Evangelio representa el avance de la
civilización.
ABC La Tercera 13-10-13 POR FRANCISCO VÁZQUEZ
EX EMBAJADOR DE ESPAÑA