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Unos días después de su elección, el Papa Francisco
enviaba una carta a los obispos argentinos, reunidos en Asamblea plenaria, en el
que les expresaba la importancia de “salir de nosotros mismos”. Una Iglesia que
no sale se enferma, decía el Papa:
“Les expreso un
deseo: me gustaría que los trabajos de la Asamblea tengan como marco
referencial el Documento de Aparecida y Navega mar adentro. Allí están las
orientaciones que necesitamos para este momento de la historia. Sobre todo les
pido que tengan una especial preocupación por crecer en la misión continental en
sus dos aspectos: misión programática y misión paradigmática. Que toda la
pastoral sea en clave misionera. Debemos salir de nosotros mismos hacia todas
las periferias existenciales y crecer en parresia.
Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se
enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una
Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle:
tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que
prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La
enfermedad típica de la
Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma,
estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie
de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo
sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de
evangelizar»”.