El continente asiático, rico en tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio de Cristo, «camino, verdad y vida»
“Vosotros sois los
herederos de un gran testimonio”, afirmó el Papa Francisco a los miles
de jóvenes reunidos este domingo en el Santuario de los Mártires en Haemi (Corea
del Sur).
Los asistentes acudieron a
la Misa de clausura de la VI Jornada Mundial de la Juventud Asiática, y les
exhortó a “llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida
social” y dejar “que Cristo transforme su natural optimismo en esperanza
cristiana”.
El testimonio de los mártires nos
interpela
En su homilía pronunciada en inglés, el Santo
Padre recordó el lema del evento, “La gloria de los mártires brilla sobre ti”,
palabras que “nos dan consuelo y fortaleza”. “Los mártires de Corea, y tantos
otros incontables mártires de toda Asia, entregaron su cuerpo a sus
perseguidores; a nosotros, en cambio, nos han entregado un testimonio perenne de
que la luz de la verdad de Cristo disipa las tinieblas y el amor de Cristo
triunfa glorioso. Con la certeza de su victoria sobre la muerte y de
nuestra participación en ella, podemos asumir el reto de ser sus discípulos
hoy”, afirmó.
La
sabiduría de la fe
Posteriormente, Francisco
señaló que la otra parte del lema, “Juventud de Asia, despierta”, se refiere a
una tarea, “una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas
palabras”.
El Papa destacó que como jóvenes asiáticos,
“ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus
culturas y tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio tiene
la capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio”.
El Espíritu Santo ayuda a discernir lo santo de
lo que conduce a la muerte
“Mediante la presencia del Espíritu Santo que
se les comunicó en el bautismo y con el que fueron sellados en la confirmación,
en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos valores positivos de las
diversas culturas asiáticas” y “discernir lo que es incompatible con la fe
católica”, y “qué aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos,
corruptos y conducen a la muerte”.
Asimismo, los invitó a dejar que Cristo
transforme el natural optimismo de los jóvenes en esperanza cristiana, “su
energía en virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe
sacrificarse”.
“Éste es el camino que estáis llamados
a emprender. Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza, la
virtud y el amor en vuestras vida y en vuestras cultura. Así vuestra
juventud será un don para Jesús y para el mundo”, aseguró el Papa, que los llamó
a permanecer unidos y junto a sus obispos y sacerdotes “edificar una Iglesia más
santa, más misionera y humilde”.
“Señor, socórreme”
Francisco recordó que “en vuestra vida
cristiana tendréis muchas veces la tentación, como los discípulos en la lectura
del Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a
quien tiene el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como
la mujer del Evangelio: ‘Señor, socórreme’”.
“Es el grito de tantas personas en
nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los
mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús:
‘Señor, socórreme’. Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones:
‘Señor, socórreme’. No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que
piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del
Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le
pide ayuda con amor, misericordia y compasión”, invitó.
Finalmente, el Papa les recordó la
responsabilidad de estar vigilantes para no dejar que las seducciones,
tentaciones y pecados propios “emboten nuestra sensibilidad para la belleza de
la santidad, para la alegría del Evangelio”. “Queridos jóvenes de Asia, confío
que, unidos a Cristo y a la Iglesia, sigáis este camino que sin duda os llenará
de alegría”, expresó.
Homilía del Papa en la misa con los jóvenes de
la JJ asiática
En el cuarto día del viaje apostólico de
Francisco a Corea, concluyó la Jornada de la Juventud asiática en el santuario
de Haemi, dedicado a los mártires desconocidos. Aquí, a las 16 horas locales de
este domingo, 9 de la mañana hora de Roma, el Papa Francisco ha presidido la
Santa misa conclusiva de la 6ª Jornada de la Juventud Asiática. A continuación
las palabras de la homilía del Pontífice.
"Queridos amigos:
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Esas palabras son una consolación. La otra
parte del lema de la Jornada –«Juventud de Asia, despierta»– nos habla de una
tarea, de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas
palabras.
En primer lugar, "Asia". Ustedes se han reunido
aquí en Corea llegados de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y un
contexto singular en el que está llamado a reflejar el amor de Dios. El
continente asiático, rico en tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un
gran horizonte para su testimonio de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6).
Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran
continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de
su sociedad. No tengan miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos
de la vida social.
Además, como jóvenes asiáticos, ustedes ven y
aman desde dentro todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus culturas y
tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio tiene la capacidad de
purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio. Mediante la presencia del
Espíritu Santo que se les comunicó en el bautismo y con el que fueron sellados
en la confirmación, en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos
valores positivos de las diversas culturas asiáticas. Y son además capaces de
discernir lo que es incompatible con la fe católica, lo que es contrario a la
vida de la gracia en la que han sido injertados por el bautismo, y qué aspectos
de la cultura contemporánea son pecaminosos, corruptos y conducen a la
muerte.
Volviendo al lema de la Jornada, pensemos ahora
en la palabra "juventud". Ustedes y sus amigos están llenos del optimismo, de la
energía y de la buena voluntad que caracteriza esta etapa de su vida. Dejen que
Cristo transforme su natural optimismo en esperanza cristiana, su energía en
virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe sacrificarse. Éste
es el camino que están llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo
lo que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su cultura. Así
su juventud será un don para Jesús y para el mundo.
Como jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o
estudiantes, hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada al
matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman parte del futuro
de la Iglesia: son también una parte necesaria y apreciada del presente de la
Iglesia. Permanezcan unidos unos a otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a
sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa,
más misionera y humilde, una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir
a los pobres, a los que están solos, a los enfermos y a los marginados.
En su vida cristiana tendrán muchas veces la
tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al
extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado. Estas
personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La
petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida
y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades
anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún
hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este
mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No
respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender
a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que
ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor,
misericordia y compasión.
Finalmente, la tercera parte del lema de esta
Jornada: «Despierta», habla de una responsabilidad que el Señor les confía. Es
la obligación de estar vigilantes para no dejar que las seducciones, las
tentaciones y los pecados propios o los de los otros emboten nuestra
sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría del Evangelio. El
Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a "cantar de alegría". Nadie
que esté dormido puede cantar, bailar, alegrarse. Queridos jóvenes, «nos bendice
el Señor nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido misericordia» (Rm 11,30).
Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo, de modo que «con ocasión de la
misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus amigos, sus compañeros de
trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y todas las personas de este gran
continente «alcancen misericordia» (v. 31). Esta misericordia es la que nos
salva.
Queridos jóvenes de Asia, confío que, unidos a
Cristo y a la Iglesia, sigan este camino que sin duda les llenará de alegría. Y
antes de acercarnos a la mesa de la Eucaristía, dirijámonos a María nuestra
Madre, que dio al mundo a Jesús. Sí, María, Madre nuestra, queremos recibir a
Jesús; con tu ternura maternal, ayúdanos a llevarlo a los otros, a servirle con
fidelidad y a glorificarlo en todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia.
Amén".
Fuente:
ACI/EWTN/ReL