La Jornada Mundial de las Misiones, es un punto de inflexión en el
compromiso misionero de la Iglesia, el DOMUND no tiene fecha de caducidad.
El profesor de religión de un instituto
de Sevilla consideraba que el guión de formación preparado para la Jornada
Mundial de las Misiones era como el pórtico para iniciar el curso. Lo decía en
el contexto de la exposición El DOMUND, al descubierto, para significar
que la actividad misionera de la Iglesia era la mejor puerta de
entrada para introducir a los alumnos en el misterio y en la misión de
la Iglesia.
En efecto, sería un error presentar el DOMUND
como una jornada más dentro del calendario litúrgico. Si así fuera, la
responsabilidad misionera y evangelizadora de los discípulos del Señor
quedaría reducida a una simple actividad, más o menos atractiva.
Es verdad que el mes de octubre, y más concretamente, el Domingo Mundial de las Misiones, es un punto de inflexión en el compromiso misionero de la Iglesia, pero este no tiene fecha de caducidad. Se prolonga durante todo el año, durante todos los años, durante la vida. Así lo dispuso Jesús al enviar a la Iglesia hasta los confines de la tierra, sin limitación alguna de personas, lugares y tiempo.
Es verdad que el mes de octubre, y más concretamente, el Domingo Mundial de las Misiones, es un punto de inflexión en el compromiso misionero de la Iglesia, pero este no tiene fecha de caducidad. Se prolonga durante todo el año, durante todos los años, durante la vida. Así lo dispuso Jesús al enviar a la Iglesia hasta los confines de la tierra, sin limitación alguna de personas, lugares y tiempo.
El primer responsable de este impulso
misionero es el Papa, a quien ayuda en esta misión la Congregación para
la Evangelización de los Pueblos. A ella le corresponde ordenar, dirigir
y acompañar la actividad misionera de la Iglesia en el mundo, y lo hace a
través de las Obras Misionales Pontificias presentes en las Iglesias
locales. A esto se refiere Francisco cuando implica, en su reciente Mensaje con
ocasión del DOMUND, a los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos como
servidores de la Palabra en el inmenso campo de la acción misionera de la
Iglesia, para concluir que todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible
su compromiso misionero, según su situación personal.
En este entramado
evangelizador aparecen en primera línea –aunque ellos renuncien a cualquier
protagonismo– los misioneros y misioneras, quienes, al anunciar el
Evangelio donde este no es conocido, hacen posible el nacimiento de las
Iglesias locales en formación, las llamadas Iglesias jóvenes. Ellos son los
testigos privilegiados de la misericordia divina, que, en la Iglesia “en
salida”, saben adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro,
buscar a los lejanos e ir a los cruces de los caminos para mostrarles a Dios.
Su labor sería imposible sin la
cooperación permanente del Pueblo de Dios, que apoya y sostiene la actividad
misionera con su oración, cercanía y ayuda económica. Esta no es un simple
acto de donación, sino la respuesta al reconocimiento de la corresponsabilidad
entre las Iglesias y comunidades. “Tal cooperación se fundamenta y se vive,
ante todo, mediante la unión personal con Cristo: solo si se está unido a Él,
como el sarmiento a la vid, se pueden producir buenos frutos. La santidad de vida
permite a cada cristiano ser fecundo en la misión de la Iglesia” (RM 77). La
consecuencia que se deriva de este entramado eclesial es estar disponible para
compartir lo que se tiene, en un fraterno proceso de donación, pero también de
aceptación.
En la cooperación, el intercambio de
dones no tiene un solo sentido, sino que es como los billetes de ida y vuelta.
La reiterada petición de ayuda por parte de los misioneros tiene su razón de
ser. Por eso, el DOMUND tiene una permanente actualidad y su mensaje no
está constreñido por condicionamientos de tiempo y espacio.
Anastasio Gil, Director
de OMP
Tribuna Misionera en la Revista Misioneros Tercer
Milenio