Jornada de Catequistas
Nativos y del IEME
Franklin,
Susana y Andrés caminan una vez a la semana por los interminables senderos de
la selva ecuatoriana. A veces encuentran coche o bicicleta para los
desplazamientos, enfangados y llenos de baches. Cuando toca cruzar los ríos
para llegar al poblado indígena de los quechuas se disponen a remar en unas
utilitarias canoas. Lo mismo hacen Chikuit y Marcelo con los achuar en la zona
de Kapawi. O Héctor e Hilario, que celebran cada domingo la Palabra y dan
catequesis a niños y adultos en la comunidad de Villano. «Ellos tienen suerte,
porque se ha hecho una carretera por la que ahora se accede un poco mejor».
Lo
explica monseñor Rafael Cob, obispo español en Puyo (Ecuador), quien asegura
que los 110 catequistas indígenas que cada semana celebran en su diócesis la fe
con sus comunidades «son la estrella encendida, como la de Belén, que guía a
los Reyes Magos hasta encontrar a Jesús. Los catequistas enseñan a sus hermanos
la palabra de Dios en los lugares donde el sacerdote no puede llegar
asiduamente». Para el obispo «sería dificilísimo avanzar en la evangelización
sin su ayuda. Ellos descubren la semilla del Verbo en su cultura y encarnan con
su propia lengua el Evangelio». De hecho, gracias a estos agentes de pastoral,
con los que se trabaja periódicamente en la diócesis con cursos formativos, se
traduce la Biblia y los catecismos a sus lenguas nativas «y teniendo en cuenta
sus tradiciones. Insistimos mucho en la defensa y cuidado de la naturaleza, por
ejemplo. Qué mejor que ellos, habitantes del pulmón del planeta, sean los
pioneros de este cuidado».
Los ancianos, acompañados
A
cientos de kilómetros, en un asentamiento anexo a la ciudad de León, en
Nicaragua, son las siete de la mañana de un martes cualquiera. A estas
periferias allí se las conoce por el nombre de repartos, lugares donde no es
raro levantarse con la noticia de un asesinato a machetazos por un ajuste de
cuentas o la celebración de una misa negra en uno de los recintos de
las sectas, que campan a sus anchas –cada vez más– por el país. Una veintena de
mujeres y jóvenes se reúnen entre las cuatro placas de contrachapado que hacen
de capilla. Todo comienza con la oración en voz alta, casi gritada. Piden ayuda
al Espíritu Santo para que los guíe las cuatro próximas horas. «Dos veces a la
semana salimos a repartir la comunión a los enfermos del reparto y de los
asentamientos vecinos», explica Jocelyn, una joven del barrio, a punto de coger
su bicicleta para atravesar decenas de kilómetros casi selváticos.
«Doña
Sara no puede moverse de la silla desde hace años. Además de acompañar a Carmen
–la responsable de catequistas–, que es la que da la comunión, yo me encargo de
llevar la Biblia y hacer con ella una pequeña celebración de la Palabra». Y
así, casa por casa de la ruta que tiene asignada. Ancianos enfermos, mujeres
maltratadas, niños con discapacidad… Jocelyn acude semanalmente a visitar a sus
vecinos. «También les animamos a participar de las celebraciones de la capilla,
que hacemos cada domingo los catequistas y una vez mes el padrecito».
Después de muchas visitas, doña Rosa, muy anciana ya, volvió a confesarse tras
40 años sin acercarse a una iglesia. También Pedrito y Ana se dejaron empapar
de la Palabra de Dios en esas visitas. Tienen 90 y 92 años y hace un año
celebraron su amor con el sacramento del Matrimonio. Llevaban juntos más de 50
años.
A la montaña los domingos
En
lo alto de la montaña guantanamera, en Cuba, son las mujeres las que ceden sus
casas para celebrar cada semana la Palabra. «Los vecinos están deseosos de que
llegue el domingo por la tarde para que suba el grupo de catequistas», afirma
Nilda Julia, responsable de la pastoral catequética en la diócesis de
Guantánamo. «Como en estas poblaciones de la montaña o del campo no hay capillas
ni un techo para celebrar, hacemos las reuniones en las casas particulares».
Cada
fin de semana un equipo de 50 laicos se monta en el maletero de la pick-up que
se encamina a las parroquias periféricas. «En la ciudad tan solo tenemos cuatro
iglesias, todas las demás comunidades están muy lejos y los sacerdotes, que son
pocos, no pueden ir cada semana», señala la catequista. Por eso «somos nosotros
los que nos formamos y tomamos la responsabilidad de ir a visitar a los cientos
de niños y adultos que reciben catequesis para prepararse para los sacramentos.
También repartimos la comunión, visitamos a los enfermos y celebramos la
Palabra de Dios en comunidad». Manuel Barrios, director del Secretariado de
Relaciones Interconfesionales de la CEE viajó a la isla caribeña en verano y
reconoce sentirse «fascinado por el compromiso de los laicos. Son los que sacan
las misiones adelante».
Ecuador,
Nicaragua, Cuba… son incontables los países donde los laicos encabezan la
evangelización, allí donde la escasez de sacerdotes impide un acompañamiento
asiduo. Por eso el lema de esta jornada del catequista nativo que se celebra el
domingo en España, Sirviendo en familia a la misión, «es de extrema
importancia. Sus comunidades son su familia, es desde esa experiencia como se
entiende el sentido de la responsabilidad de la misión», explican desde el
Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME).
Cristina Sánchez Aguilar
ALFA Y OMEGA