La misión es el mar por el que navega la barca de la Iglesia que conduce el misionero con valentía y decisión
El
año pasado la Iglesia en España propuso para el DOMUND el lema “Sal de tu tierra”,
evocando la persistente invitación del papa Francisco a salir de uno
mismo para ser enviado a otras periferias existenciales.
Fruto de esta
propuesta, contemplamos —con gratitud a Dios y a la Iglesia— a los miles de
hombres y mujeres que han salido de nuestras comunidades cristianas a la
misión, y permanecen en ella, fieles a su vocación. Son los misioneros
repartidos por todo el mundo. Han salido de nuestras comunidades, pero su
origen ha sido absorbido por la identificación con su destino, el pueblo al que
han llegado y al que están entregando su vida.
Ese
“salir” no ha sido fácil. Han sido años de formación. En principio es una
salida sin retorno o, al menos, de larga duración, porque la vocación del
misionero es ad vitam, para toda la vida. Se precisa, pues, un amplio
periodo de discernimiento y formación, no exento de dudas e incertidumbres, de
tentaciones y argumentaciones para justificar la posibilidad de, al menos,
dilatar la respuesta audaz y radical.
Sin miedo ni arrogancia
Esta
es la razón por la que el papa Francisco insistía el pasado mes de octubre en
el valor de ser misioneros: “¡Hoy es tiempo de misión y es tiempo de valor!
Valor para reforzar los pasos titubeantes, de retomar el gusto de gastarse por
el Evangelio, de retomar la confianza en la fuerza que la misión trae consigo.
[…] Se nos pide valor para abrirnos a todos, pero sin disminuir lo absoluto y
único de Cristo, único salvador de todos. Se nos pide valor para resistir a la
incredulidad sin volvernos arrogantes. […] ¡Hoy es tiempo de valor! ¡Hoy se
necesita valor!”.
Esta
exhortación al valor para salir e ir a la misión se la repetía a los
voluntarios que habían colaborado en la organización y celebración de la
Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, el pasado verano. El Papa tuvo la
espontaneidad de entregar el texto escrito preparado para la ocasión y mantener
con ellos una amigable conversación. Para ser “la esperanza del futuro”, les
decía, es preciso hacer memoria del pasado y tener coraje para asumir el
presente. “¿Qué tengo que hacer en el presente?”, se preguntaba Francisco.
“Tener coraje. Tener coraje. Ser valiente, ser valiente, no asustarse”. Un buen
rato estuvo glosando la necesidad de ser audaces para vivir apasionadamente el
presente. Poco antes había caracterizado al joven “de sofá”, en contraposición
a la propuesta de la valentía y de la audacia.
Este
ha sido el motivo que ha propiciado la decisión de presentar el DOMUND 2017 con
el lema “Sé valiente: la misión te espera”.Se trata de exhortar a las
comunidades eclesiales, a los fieles cristianos, al Pueblo de Dios, a tener
coraje para vivir la misión, entregando generosamente y con valor la fe
recibida.
Valentía ¿para qué?
Valentía
para vencer algunas tentaciones que aparecen en el camino del creyente.
Tentaciones con una gran capacidad de persuasión y que nacen ordinariamente de
una fe lánguida y deficientemente fundamentada.
Valentía
para vencer la visión secularizante que identifica la fe con la cultura de un
pueblo. “Nuestra forma de ser y vivir está inspirada en la fe cristiana, pero
en otros ámbitos territoriales es otra concepción religiosa la que ilumina el
sentido de su vida; por tanto”, se dice, “no es necesario ir a esos lugares
para llevarles la cultura «cristianizada» de Occidente”. Ante esta argumentación,
es preciso tener la valentía de responder con la certeza de que la fe es más
que una cultura, de que la Redención de Jesucristo es algo más que una simple
liberación social.
Valentía
no solo para dejar salir, sino para enviar a aquellos a quienes el Espíritu
Santo llama a la misión. Las instituciones eclesiales, que antiguamente gozaban
de recursos humanos para enviar a evangelizar, cooperando con otras Iglesias en
su maduración, están experimentando la pobreza por la carencia de estos
efectivos. Nace la tentación de justificar el cierre de puertas para que no
salga nadie, con el pretexto de que aquí y ahora estamos urgidos igualmente por
la misión. Es el individualismo que enmascara la pérdida de la dimensión
universal de la fe. Pero, en el interior de cada comunidad cristiana y, de modo
mucho más elocuente, en el de la diócesis, late con fuerza esa dimensión
universal.
Valentía,
en quien es llamado a la misión, para vencer aquellos argumentos disuasorios
que le llevan a considerar que carece de las cualidades suficientes para ser
misionero, al entender que estos son unos héroes. Es fácil sucumbir a esta
tentación de la propia incapacidad para ir a la misión. A ello puede sumarse la
presión de la opinión pública —en la que la dictadura del “se lleva”, el
prestigio o el bienestar predomina sobre cualquier otra opción que suponga la
renuncia y la entrega— y la percepción de que entregándose se pierde libertad.
Otras
muchas situaciones se podrían describir para justificar la invitación al coraje
que lanza el Papa. Ante estos condicionamientos externos e internos que dañan
la respuesta a la misión, no cabe otra alternativa que la valentía de darse,
como se descubre en varias imágenes del Evangelio.
Pastor, Sembrador,
Pescador
El
pastor reconoce que le han sido entregadas unas ovejas que no son suyas, pero
que ha de cuidar como tales, hasta dar la vida por ellas. Se identifica de tal
manera que las conoce por su nombre, las acompaña en su vida y las conduce a
los buenos pastos. Unas veces va delante, abriendo camino para llevarlas a las
majadas; otras, anda entre ellas, manteniendo un diálogo personal con cada una,
o se retrasa para atender a las que caminan con mayor dificultad o tienen la
tentación de rezagarse. Para ser buen pastor hace falta valor para salir de uno
mismo y entregarse a los demás.
Valentía
del sembrador para lanzar a voleo la simiente que gratuitamente ha recibido. No
le duele el desprendimiento, ni el desgarro de prescindir de aquellos granos
sementeros; al contrario, tiene la alegría de que aquello que siembra con
largueza se multiplicará en nuevos frutos. Es la imagen de la gratuidad, por la
que el misionero no se queda con nada, se vacía. Y más aún: valentía para ser
grano que el Sembrador esparce en una tierra para morir y ser transformado en
una comunidad cristiana de creyentes que, a su vez, se conviertan en nueva
semilla para nuevas siembras.
La
misión es el mar por el que navega la barca de la Iglesia que conduce el
misionero con valentía y decisión. Sabe que su trabajo está en no pocas
ocasiones sujeto a imprevistos, sorpresas e incluso riesgos. Así vive el
evangelizador que, apoyado en la Providencia, se hace amigo de la intemperie.
Tiene tal confianza en el Señor que no duda en subir a la barca, soltar
amarras, bogar mar adentro y echar la red, aunque los pronósticos sociológicos
y estadísticos anuncien que no es el momento ni el lugar adecuado. A pesar de
ello, el misionero es valiente y se fía, en la confianza de que la pesca no se
hará esperar.
Anastasio Gil
Director de OMP en
España
Fuente: OMP