La religiosa colombiana
Janet Aguirre asegura tener «más miedo a que su superiora general la saque de
Mali que a los terroristas». Lleva 15 años en el país trabajando por la
promoción de la mujer
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La
misionera Janet Aguirre junto algunas de las mujeres
que
atienden en sus centros. Foto: Janet Aguirre
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A su compañera –la hermana
Gloria– la secuestraron los yihadistas «hace ya dos años y medio, y no sabemos
si está viva o muerta. Sus captores no nos envían una prueba de vida desde hace
un año, aunque la Policía colombiana nos asegura que está viva», explica la
misionera Janet Aguirre a Alfa y Omega.
No es el único contratiempo que
ha vivido esta hermana, religiosa franciscana misionera de María Auxiliadora en
Mali. Los terroristas también pusieron una bomba en febrero a escasos metros de
la puerta de su casa, aunque iba dirigida a la cercana base militar española. La
onda expansiva se metió hasta la cocina, e incluso «en los poros de la piel».
Pero cuando se pregunta a
esta religiosa colombiana por el miedo, su respuesta bien vale el calificativo
de «extraordinaria», el mismo que el Papa Francisco ha puesto al Mes Misionero
que ahora concluye: «No tengo ningún miedo. El pánico que tengo es a que mi
superiora general me diga: “La situación está fea, te vuelves a casa”».
La hermana Janet no quiere
abandonar el país. En Mali, concretamente en Kulikoro, lleva trabajando desde
2005 y «cuando has caminado durante cerca de 15 años con alguien, cuando le has
acompañado en su proceso, no puedes dejarle tirado», asegura. La religiosa
habla en singular, aunque en realidad debería hacerlo en plural. Desde que las
franciscanas llegaron a la zona, ya han atendido a más de 4.000 mujeres.
Promoción de la mujer
Esta labor ha sido posible,
en gran medida, gracias al apoyo de Manos Unidas y del Principado de Asturias.
«Recibimos una solicitud de las hermanas en la que se nos pedía que las
visitáramos para enseñarnos el sitio donde habían empezado a trabajar y las
necesidades que tenía la población, sobre todo las mujeres y los niños»,
explica Belén Bertrán, responsable de proyectos de Mali de Manos Unidas.
«Cuando llegamos, nos encontramos a las hermanas debajo de un árbol, en el
terreno de la parroquia; no tenían ni siquiera un lugar en el que refugiarse»,
añade Bertrán.
Lo primero «que hicimos fue
ponernos a la escucha de la población local. Les preguntamos por sus
necesidades y nos dijeron que las mujeres querían formarse y que los niños no
tenían un lugar donde leer y jugar», rememora. Entonces, «con el apoyo de Manos
Unidas, decidimos construir un centro básico de formación para mujeres y una
biblioteca y una sala de informática».
Cada año, reciben en él a
200 mujeres, muchas de las cuales «no han cogido una aguja o un lapicero en su
vida». Aprenden a coser, a hacer ganchillo o a bordar, pero en el fondo están
trabajando por la promoción femenina en un país en el que la mujer solo se concibe
como esposa de un hombre. «Las mujeres tienen un papel decisivo, pero no
reconocido, en la sociedad. Un niño de 10 años puede tener más autoridad que su
hermana de 18 tan solo porque es un chico. De hecho, las mujeres pueden ir al
colegio en Mali desde hace 15 años. Antes no estaba permitido. Ahora ya pueden,
pero todavía necesitan casarse para existir de cara a la sociedad. Muchas de
ellas tienen la misión de convertirse en esposas para ser reconocidas», asegura
Janet Aguirre.
Profesionalización
Cuando el proyecto cumplió
diez años, las franciscanas misioneras de María Auxiliadora volvieron a acudir
a su tándem Manos Unidas–Principado de Asturias, para trasladarles la inquietud
de las mujeres. Ahora querían un centro de formación profesional. Consiguieron
la financiación y el centro abrió las puertas en 2017. Cada año recibe a 80
alumnas. «En el centro se imparte una formación técnica y profesional muy
personalizada y avalada por el Gobierno de Mali. Hay cuatro disciplinas:
costura, peluquería, estética y cocina. Y al final de la formación, las mujeres
terminan formando una cooperativa que se constituye con sus estatutos, los
miembros de la junta directiva…», explica la misionera. En la actualidad, ya
hay dos microempresas independientes que han sido creadas por las mujeres del
centro de formación profesional, y hay otras cuatro en proceso de formación.
Pero la labor de escucha de
las religiosas nunca ha concluido y «ahora las mujeres quieren más y nos están
pidiendo un proyecto sanitario». La idea es dotar de recursos al equipo
itinerante formado por un médico, una enfermera, una ginecóloga… que llevan
seis años atendiendo a las mujeres de pueblo en pueblo. «El problema es que las
infraestructuras sanitarias son pésimas. El año pasado nacieron dos bebés
prematuros. Habíamos acompañado a sus madres en todo el proceso y tras el parto
tuvieron que ir a la incubadora. Un día hubo un corte de luz, el guarda estaba
dormido y no encendió la planta. Los bebés se murieron. Si tuviéramos nuestras
propias estructuras –un centro de nutrición, un laboratorio, una maternidad…–,
este tipo de cosas no ocurrirían. Queremos acompañar a las mujeres en su
embarazo y las vamos a formar en nutrición, en higiene, pero también en
empoderamiento», concluye Janet Aguirre.
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega