El P. Felipe con jesuitas chinos |
Hay fechas en la vida que permanecen en la memoria de las personas y no se borran en toda nuestra existencia.
Para el P. Felipe Gómez, jesuita, nacido en Fuentepiñel (Segovia) y misionero en Filipinas y Vietnam, su primera Misa, lejos de su tierra y de su familia, es uno de esos recuerdos personales inolvidables.
Si quieres conocer su experiencia te invito a que sigas leyendo...
Mi primera
Misa
Yo me ordené en Saigón, en 1966.
Pero había querido Dios que naciera en Fuentepiñel (Segovia), en familia
labradora. Y mis padres -el tío Domingo y la tía Felipa- querían asistir a mi
primera Misa... Sólo que ¿cómo
iban a viajar unos labriegos a Cochinchina, y con la guerra que ardía entonces?
Si la fe mueve montañas... Conque decidieron ir... a su manera. Aquel verano mi
madre espigó las mejores cabezas del candeal que se hacinaba en la era, las
“trilló” en sus manos y aventó a
soplos el trigo. Lo molió con su molinillo del café y cernió la harina con un
cedazo, hasta dejarla digna de ser hostia. Luego lo empaquetó en un fardel.
Llegada la vendimia, mi padre escogió racimos del majuelo, los estrujó, echó el
mosto en un jarro hasta que, ya fermentado, llenó con él un par de frascos. Y
¡hala! Se fueron a Segovia y en correos expidieron todo a Saigón..
En Vietnam yo me uní a los
ordenandos del seminario, cuyo rector, Mons.Thiên, acababa de ser consagrado
obispo. La catedral estaba abarrotada. El celebrante, primerizo él y muy
nervioso, concluyó la ceremonia sudando. Bueno ¡Por fin sacerdote! me dije. Con
sencillez, la comunidad jesuita lo celebró con un almuerzo en familia. Acabado
el brindis, suena el teléfono. El superior, P. Raguin, escucha extrañado, luego
se me acerca por detrás y dice: “Coge la bicicleta y vuelve a la catedral”. Al
llegar, me encuentro con los recién ordenados, perplejos y cuchicheando en todos
los tonos (el Vietnamita tiene seis tonos)... El rector del seminario nos empuja
a la sacristía y, ya encerrados, nos espeta que... hay que repetir la
ordenación, pues el obispo se trabucó y se saltó no sé qué ritos... Y así nos
reordenó (sub conditione)
a solas y sin comerse ni una sílaba. ¡Ahora sí que era yo cura de veras!
Clase en Saigón |
Al día siguiente, en el Centro
Alejandro de Rhodes, celebré mi primera misa. Con la harina de mi madre había
hecho el cocinero una hostias grandes y el vino de mi padre llenaba las
vinajeras. Había apenas concluido el concilio y la liturgia era aún a la
antigua, aunque ya mezclábamos latín con francés y vietnamita. Al volverme para
el
Dominus
vobiscum! Vi con los ojos
del espíritu a mis padres sonriendo entre los saigoneses... Pronuncié mi homilía
en vietnamita y, tan bien que mal, expliqué a los feligreses que sí, que allí
estaban mis padres, en Misa con ellos... Les conté la historia de las hostias y
del vino. Al principio de mi charla, noté que los chiquillos se reían de mis
traspiés en los tonos; pero a medida que avanzaba la historia, me miraban
boquiabiertos. Los mayores empezaron escuchando con cortesía y luego... pecibí
lágrimas furtivas en muchos ojos. Sobre el altar yacían el pan y el vino de
Fuentepiñel. “Esto es mi Cuerpo...” y mi madre sostenía la Hostia. “Esta es mi
sangre...” y los afanes de mi padre llenaban el cáliz. Cómo se encogen las
distancias cuando las llena el amor. Al final, los asistentes vinieron masivamente a felicitarme. Nunca habían oído hablar de padres así ni habían
participado en semejante primera Misa.
Felipe Gómez, S.J.
Instituto Pastoral del Este de Asia..
Manila.