Sacerdote, misionero y cirujano, se contagió de sida
en una operación: «si vivimos o morimos, es para el Señor»
Sacerdote, misionero y cirujano, se contagió de sida
en una operación: «si vivimos o morimos, es para el Señor»
Es médico cirujano,
misionero y ha sido pionero en el tratamiento de fistulas obstétricas en
Mozambique, uno de los países más pobres del mundo, donde vive hace más de 40
años. Es un referente para jóvenes cirujanos misioneros de todo el mundo y cuya
labor fue reconocida internacionalmente al recibir en junio de este año 2014 el
“World Population Award” en Nueva York.
Es significativo pues la
organización que le otorgó este reconocimiento por su labor en defensa de la
vida de las mujeres en Africa, es la United Nations Population Fund (UNFPA),
conocida mundialmente por promover el aborto, la esterilización y
anticoncepción.
Pero además el padre Aldo Marchesini es un testigo de fidelidad al evangelio y al sacerdocio. Fue en una situación accidental durante cirugías de cesárea a mujeres portadoras del Virus del SIDA, el año 2002, que también él contrajo el VIH-SIDA. Y no dudó en hacerlo público… “Pensé –dice Aldo- que contar mi historia personal, mostrando que es posible vivir con VIH tomando la terapia antirretroviral, podría ser útil para dar esperanza a mucha gente en África, o por lo menos serviría para romper la espiral del silencio".
Padre Aldo lejos de amilanarse, redobló los
esfuerzos que ya por años venía desarrollando para hacer extensivo -con ayudas
desde Italia- el acceso a tratamiento antirretroviral al máximo posible de
personas en Mozambique.
Este italiano bolognese que ya bordea los 74
años, ingresó a la congregación de los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús
(también conocidos como Dehonianos) en 1961, mientras cursaba su segundo año de
medicina en Bologna. Fue ordenado al sacerdocio en 1969 y llegó a África en
1973.
“Vivir con los más pobres es una experiencia
extraordinaria porque, de a poco, podemos comprender la importancia de una
verdad declarada por Jesús: el sabio y el inteligente no pueden entender los
secretos del mundo. Por el contrario, estos están abiertos y claros para los
pobres y los pequeños”. Esta afirmación del sacerdote Marchesini -muy
coincidente con el Magisterio de Papa Francisco- es parte de sus declaraciones
al “NC Register” que Portaluz reproduce a continuación…
¿Padre Marchesini, como llegó a vivir
en África?
Tan
pronto como terminé la universidad, estaba ansioso de llegar al África y
comenzar mi trabajo misionero. Siempre me fascinó la prisa de María por alcanzar
a Isabel: “Por aquellos días María se puso en camino y fue de prisa a la
montaña, a una ciudad de Judá” (Lucas 1:39). Yo sentí la misma
prisa.
Llegué a Uganda, en 1973,
pocos meses antes de mi cumpleaños número 29. Me mantuve allí por un año y medio
viviendo con los Combonianos. Había sido invitado a pasar un año aprendiendo los
principios de quirófano necesarios para servir en África, por un sacerdote
Comboni y doctor, Giuseppe Ambrosoli, cirujano que recién había abierto un gran
hospital en medio de la selva. Fue un año inolvidable. Operamos juntos en todos
los casos de cirugía electiva y todas las emergencias, más de 800
intervenciones. Más tarde, pase algunos meses en el hospital Santa maría de
Lacor, cerca de Gulu, dirigido por una gran cirujano canadiense y misionera
laica, Lucille Teasdale Corti, quien me enseñó bastante.
Nunca olvidaré la fuerza y coraje de estas
mujeres extraordinarias, incluso en las circunstancias e intervenciones más
difíciles. Su funeral en 1996, cuando fue vencida por el VIH - que había
contraído mientras operaba soldados y gente herida en la interminable guerra de
Uganda- provocó un despertar de emociones por toda Uganda.
¿Qué situación encontraste en
Mozambique al llegar hace 40 años?
En 1974, llegué donde mis hermanos misioneros
en Mozambique, y fui empleado en el hospital provincial en Quelimane. En ese
tiempo Mozambique enfrentaba el tremendo desafío de reconstruir su sistema de
salud, después del regreso a Portugal en 1975 de casi todos sus doctores,
enfermeras, biólogos y técnicos.
Luego en los noventa se dio una
explosión de la pandemia del VIH-SIDA
Desde el comienzo de los 90, mis actividades
médicas me pusieron en contacto con gente VIH positivo, cuya enfermedad se
volvía más y más grave, dolorosa, hasta que morían. Fue un verdadero tormento
para mí, porque en el hospital yo era el más viejo y mis colegas me pedían a
menudo que fuese yo quien les informase a la personas y familiares sobre la
situación. Hacerles saber la verdad era realmente fuerte. No olvido a una de mis
colaboradoras, enfermera, acercándose a mí al final del 2002 quien entre
lágrimas, me dijo que había descubierto que era VIH positivo. Ella tenía 3 hijos
y estaba llena de angustia. ¿Quién cuidaría de ellos luego de su muerte?
Trate de reconfortarla diciéndole que la
medicina estaba haciendo grandes progresos y que ella viviría muchos años con
drogas anti retrovirales. Ella pareció de algún modo aliviada por mis palabras,
pero me pidió que guardara el secreto, el estigma era más fuerte que nunca. Tres
meses después comencé a sentirme enfermo y descubrí que yo también era VIH
positivo.
¿Cómo te sentiste en ese
momento?
Sentí que me había transformado en una
categoría totalmente diferente de persona. Sentí como si fuera en un tren, en un
compartimiento que había sido cambiado secretamente y que había comenzado a
correr paralelo al tren… El estar muriendo te hace pensar que no eres valioso,
en un sentido físico y biológico, era una humillación que tenía que aceptar. La
acepté, y desde ese momento las puertas de una libertad espiritual que nunca
había conocido antes se abrieron.
Pero
lo que realmente hizo la diferencia para mí, fue un pasaje de una carta de san
Pablo a los romanos: “En realidad ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni
muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos
para el Señor. Y tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor”
(14:7-8).
La doble realidad entre la vida y la muerte ya
no existía: tanto en la vida como en la muerte “pertenecemos al Señor”. Esto se
convirtió en la única verdad para mí. Es exactamente esta paz de corazón la que
le permite a uno ser tan feliz vivo o muerto. Feliz de vivir porque vivo por
él, feliz de morir porque muero por el Señor.
Pienso que no puede haber paz interior más
grande, es tan magnífica que fue necesario para Jesús morir y resucitar para
lograrla: “Porque Cristo para esto murió y resucitó, (y volvió a vivir) para ser
Señor así de los muertos como de los que viven”(Romanos 14:9).
¿Por qué decidiste anunciar
públicamente tu diagnóstico?
Mucha gente se negó a hacer público sus
resultados del VIH porque estaban aterrados de ser rechazados por la sociedad.
Estaba en conocimiento de que todos me conocían, yo debía anunciar públicamente
mi resultado y que estaba siendo tratado. Pensé que quizás así ayudaría a mucha
gente a superar sus miedos.
¿Cómo comenzaste tu campaña por drogas
anti retrovirales?
Al ser italiano, tenía acceso a todas las
drogas necesarias. Pero me sentí avergonzado por este pensamiento, en Quelimane,
donde un 16% de la población son VIH positivos -lo que significa que miles están
en la etapa pre-terminal y morirán- ¿yo sería el único que sobreviva porque
tengo drogas anti retrovirales?. Tengo que hacer algo, me dije, de modo que al
menos la gente de Quelimane tenga la posibilidad de ser ayudada también.
También te viste involucrado en una
emergencia social para ayudar a 1.6 millones de huérfanos en
Mozambique
En
pocos años, me encontré viviendo en una sociedad llena de niños y jóvenes sin
padres. Parientes abrieron sus brazos para recibirlos y cuidarlos, pero no es
suficiente. El número de casos sin ayuda ha aumentado; hemos presenciado los
últimos 20 años nuevos orfanatos a cargo de instituciones religiosas. Alimentar
a estos niños, y darles ropa y educación crea una necesidad económica que solo
la solidaridad en nombre de Dios, en nombre del Evangelio puede llenar.
Por muchos años fuiste el único doctor
en Mozambique tratando fístulas obstétricas
Por muchos años las fistulas obstétricas han
sido una interminable negligencia, y ha creado un círculo vicioso… poco interés
que significa poco compromiso de los cirujanos para operarlas. Y por lo tanto,
una aceptación resignada en las familias, cuando la única solución es el
quirófano. Es por esto que me comprometí a enseñar la técnica de reparación
quirúrgica a los jóvenes cirujanos de Mozambique (Nota del editor: ha
entrenado a más de 20). Se calcula que en países en desarrollo, se forman
dos fístulas por cada 1000 partos. En Mozambique con 1 millón de partos por año,
cada año hay al menos 2.000 nuevas personas con fistulas obstétricas.
¿Cuáles son las principales enseñanzas
que te ha dejado el vivir en África?
Jesús dijo: “En cualquier momento podrán ayudar
a los pobres, puesto que siempre los tendrán entre ustedes” (Marcos 14:7). Pocas
verdades son tan evidentes como estas, especialmente para aquellos que, durante
sus vidas, han tenido que vivir en estas áreas del mundo donde la frase más
común es: “No hay nada”…
Ciertamente, es verdad: los secretos más
inaccesibles del mundo están abiertos y claros para los pobres y los pequeños.
Como dijo Jesús: “Yo te bendigo padre porque has ocultado estas cosas a los
sabios e inteligentes y se la has mostrado a los pequeñitos” (Lucas
10:21).
Tú recibiste un premio de la UNFPA por
tu compromiso al cuidado de la salud maternal en Mozambique. ¿Qué se siente ser
el primer sacerdote de la Iglesia en ser reconocido por esta institución cuyos
métodos están notoriamente en contra a las enseñanzas católicas?
Aunque tenemos distintas visiones de la ética
reproductiva y sexual, tenemos un punto en común, y trabajamos juntos en un
valor común, el cual es el cuidado de la salud materna en países en
desarrollo.
Fui tratado constantemente como “Padre” con
gran cordialidad… creo que el amor genuino hacia las madres sólo puede venir del
Espíritu Santo: Él y el amor nos unen. Así que diría que este premio es un
regalo a la comunión, un premio de Nuestro Señor, Dios Padre, a sus hijos.
Fuente:
PortaLuz/