Cuaresma
y misión: fortalecer el corazón para vencer la indiferencia
El
Papa Francisco pide "a todos que este tiempo de
Cuaresma se viva como un camino de formación del
corazón, como dijo Benedicto XVI (Deus caritas est, 31)". Para ello pide que
el pueblo de Dios se renueve "para no ser indiferente y para no cerrarse en sí
mismo" ya que "la Iglesia por naturaleza es misionera".
Una
de las constantes del Papa es la llamada a un esfuerzo continuo por la
renovación eclesial en todos los ámbitos y aspectos. En el
Mensaje para la Cuaresma 2015 propone combatir lo
que –con expresión ya típica suya- denomina "la globalización de la
indiferencia". El Papa propone tres pasajes bíblicos para orientar la tarea
de la renovación de la Iglesia y combatir la indiferencia: 1. «Si un miembro
sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia; 2. «¿Dónde está tu
hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades; 3. «Fortalezcan sus
corazones» (St 5,8) – La persona creyente.
A
la Iglesia el Papa le recuerda
que: "Dios no es indiferente al mundo […] Y la Iglesia es como la mano
que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la
celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad
(cf. Ga 5,6)". La Iglesia está llamada a testimoniar la caridad de Dios
que ofrece con sus enseñanzas, con los sacramentos y con su testimonio. Pero
ciertamente "sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado".
Por eso dice que "El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su
bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él,
siervo de Dios y de los hombres". El Papa invita a que la Cuaresma sea "un
tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto
sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos,
en particular la Eucaristía".
A
las comunidades cristianas el Papa lanza
estas incisivas e inquietantes preguntas: "En estas realidades eclesiales ¿se
tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que
recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros
más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en
un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero
olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc
16,19-31)". Las comunidades eclesiales son la realización de la Iglesia
universal en los lugares concretos y en las sociedades y las culturas humanas.
Por ello deben participar del dinamismo del amor universal de Dios y
de la Iglesia. El Papa pide "superar los confines de la Iglesia visible en dos
direcciones": Unirse a la Iglesia del cielo en la oración y "cruzar el umbral
que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los
alejados".
Finalmente
el Papa habla a todos los cristianos y nos da indicaciones para "no
dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia": orar en la
comunión de la Iglesia terrenal y celestial; ayudar con gestos de caridad,
llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los
numerosos organismos de caridad de la Iglesia; finalmente, acoger el sufrimiento
del otro ya que "constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad
del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de
los hermanos". De esta manera pidiendo a Dios y aceptando nuestros límites
"confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de
Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que
nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros
mismos".
Como
cristianos hemos de resistir la tentación "que nos hace creer que nosotros solos
podemos salvar al mundo y a nosotros mismos". El Mensaje, por eso, concluye con
la invitación a la oración unánime de la Iglesia a Cristo: "Haz nuestro
corazón semejante al tuyo". Es la manera que propone el Papa para tener
"un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje
encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la
indiferencia". La oración también despertará el corazón para oír "el grito
de los profetas que levantan su voz y nos despiertan". Así la Iglesia recuperará
su ímpetu misionero "ya que es enviada a todos los hombres" y debe salir al
encuentro de ellos "hasta los confines de la tierra (cf. Hch
1,8)".
Juan
Martínez
Obras Misionales Pontificias