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25 de junio de 2015

MIS AMIGOS ROSA Y EDU CON SUS 5 NIÑOS NOS CUENTAN SU EXPERIENCIA MISIONERA EN COSTA RICA (Crónica 2)


Queridos hermanos y amigos, ¡¡Feliz Pascua de Resurrección!! Esperamos que hayáis tenido una semana muy bendecida. Nosotros acabamos de aterrizar en San José después de 8 días intensos al noroeste del país, en una provincia que se llama Guanacaste. Hemos tenido el regalo de poder vivir la Semana Santa en misión, junto con otras cinco familias y otras tantas que se han sumado a ratos. 

Durante estos días hemos querido recorrer con nuestros hijos los pasos de la Semana Santa día a día. Desde la entrada de Jesús en Jerusalén, pasando por los días previos en donde estaba enseñando en el Templo; en la última cena y la oración en el huerto. Durante su encarcelamiento y encuentro con Caifás, Herodes y Pilatos. En su flagelación y camino al Calvario y al pie de la Cruz. Y como no, hemos querido acudir al sepulcro y nos lo hemos encontrado vacío. En ese momento la angustia de la muerte ha dado paso a la alegría y la esperanza de la Resurrección. ¡Cristo está vivo! ¡Cristo reina nuestros corazones! ¡El Señor está junto a nosotros y nos quiere personalmente! No es un Dios que haya abandonado a sus hijos a su suerte, sino que está aquí, actuando e interactuando en nuestras vidas. ¡Es un Dios de vivos y no de muertos! (cf Mc 12, 27). 

Cuanta gente desconoce este misterio, cuántas personas, aun creyentes, viven sin tener una relación personal con el Señor y sin haber experimentado a un Cristo que ha salido a nuestro paso. Sin embargo, sólo un encuentro con el Señor hace que nos sintamos amados por Él, y cuando esto ocurre nuestra vida cambia drásticamente y podemos afrontarla de una manera totalmente distinta. Al tomar conciencia de esto, surge en nosotros el anhelo de ayudar a que otros puedan experimentar a Dios en sus vidas de esta manera. Por eso hemos querido salir en misión y visitar muchas familias, para rezar y compartir con ellas sobre esta gran verdad: Dios nos ama y está presente en nuestras vidas. 

A cada una de las familias que hemos visitado, hemos querido llevarlas al Señor por medio de su Madre. La Mater no permanece quieta, siempre ha estado en camino, y quiere ir hoy a las "periferias", como diría el Papa Francisco, para regalar a su hijo Jesús. Así, en Schoenstatt, sabiendo que no todos pueden acudir al Santuario, Ella tomó la iniciativa de ir a visitar las casas, y hoy está presente en millares de hogares en todo el mundo a través de la Virgen Peregrina. Nosotros, como misioneros suyos, simplemente hemos querido contribuir a hacer realidad su anhelo de poder abrazar a cada uno de sus hijos y acercarlos al amor de Dios. Con esta misión hemos tratado también de que la Semana Santa no pasara simplemente de largo, y que no fueran unas simples vacaciones. Por el contrario, deseábamos que fuera un tiempo en donde se diera la oportunidad de cambiar corazones, los primeros los nuestros. 

También queremos que nuestros hijos salgan de la burbuja en la que viven y descubran la realidad de la vida. ¡Cuánta necesidad hay en el mundo! Cuando visitamos a gente pobre, enferma o que sufre por alguna razón, a nuestros hijos se les abren los ojos. ¡Crecemos con tantas preocupaciones vanas, y tan centrados en nosotros mismos! Sin embargo, ha sido una semana de escuchar y acompañar, de orar juntos y compartir. 

La misión casa por casa siempre es un misterio. Uno nunca sabe lo que se va a encontrar tras una puerta. Cierto es que en esta ocasión, las familias a las que pudimos visitar nos estaban esperando. Por decirlo así, habían aceptado nuestra visita previamente pues eran familias que recibían la Virgen Peregrina. Hemos visitado casas y familias de todo tipo: grandes y pequeñas, sencillas y acomodadas, gente humilde, de campo, o bien formada; inmigrantes, madres solteras o familias al completo, con sus abuelos, niños y jóvenes; también enfermos o gente mayor, y familias comunes, con sus problemas cotidianos. Con todas ellas hemos podido compartir cantos, risas, peticiones, sueños, miedos, dificultades, agradecimientos, y hasta algún que otro refresco y dulce que siempre animan a los misioneros, especialmente a los más jóvenes. 

Hemos tenido experiencias preciosas que nos han marcado especialmente. Por ejemplo el de aquella mujer que sufría por una larga convalecencia de un disparo en la cabeza y que una vez recuperada, estaba a la espera de unos resultados médicos por nuevos dolores que le hacían esperar lo peor. Su pequeña hija abrazada a su lado nos miraba con desconsuelo, y pudimos abrazarlas y rezar con ellas. También la historia de aquella madre angustiada pues no sabía qué hacer con una hija suya adolescente que acababa de huir de casa. Junto a ella le imploramos a nuestra Madre que fuera la educadora de su hija y que le diera luz. Qué bonito fue ver como esta mujer interpretó la visita de la Virgen como un signo providencial del cielo. 

Visitamos muchas casas humildes, de familias tan sencillas como generosas. Inmigrantes o gente local, a los que la vida les cuesta mucho, pero que aún conservan una contagiosa alegría, no exenta de sufrimiento. Tras el encuentro con una de ellas, un comentario de nuestro hijo mayor nos hizo reflexionar. “Papá, mamá, ¿por qué las familias que menos tienen son las que más dan?” Visitamos también gente de campo que compartió generosamente con nosotros de aquello que les brinda la naturaleza, y nuestros hijos pudieron disfrutar recogiendo mangos o haciendo jugo con caña de azúcar. Una de los encuentros que más nos impresionó fue la de Don Oscar y su mujer. Él lleva meses totalmente postrado en cama, sin habla y sin poder tan siquiera comer. 

Estar ahí, en Semana Santa, fue como velar al propio Cristo en su Pasión. La alegría de su mujer ante nuestra visita nos cautivó y pudimos rezar y cantar en torno a Don Oscar durante largos minutos. Para mí (Rosa) fue como un signo del cielo. A la semana de llegar a Costa Rica falleció mi abuelo. Si bien es cierto que me despedí de él antes de venir, siempre me quedó la amargura de no haber podido acompañarle durante sus últimos minutos. Al entrar en la habitación de Don Oscar me puse a llorar sin poder retener las lágrimas. Fue como ver a mi abuelo de nuevo. El mismo gesto en su cara, las mismas heridas, el mismo tono de piel y el mismo relieve de los huesos, tan marcados por la falta de musculatura. 

Cuando me pidieron cantar casi no pude hacerlo, pero finalmente pude sacar un hilo de voz, imaginando que era a mi abuelo a quien cantaba. Al irse todos de la habitación me quedé sola con don Oscar, y le di el último beso que me hubiera gustado darle. Entonces sentí que era un regalo pascual por anticipado. Así es la misión: uno da un paso hacia el servicio, y Dios te devuelve el 1 x 100. Otro de los grandes regalos de la Semana Santa ha sido la experiencia de cómo la Iglesia se construye con el sustento y dedicación de verdaderos santos y fieles anónimos. En ciertas zonas del país, un sacerdote puede llegar a atender a 9 diferentes iglesias que pertenecen a la misma parroquia, como era el caso de la pequeña Iglesia en donde estuvimos ayudando. Salvo el domingo de Ramos, no hubo sacerdote en ninguna de las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa, ni siquiera en la vigilia pascual. Ha sido admirable descubrir cómo esta Iglesia se sostiene por la fidelidad y generosidad de personas humildes, autónomas y con iniciativa, que viven totalmente entregadas a su Iglesia. Podemos aprender de ellos.

Pese a no contar con un sacerdote, pudimos vivir la Vigilia Pascual de una forma festiva y alegre. Como cristianos no hay una noche más importante en el año, así que intentamos que nuestros hijos, desde pequeñitos, lo puedan vivir de esta manera. Son muchas las lecciones aprendidas que tenemos que digerir durante la Pascua y que nos apetecía compartir con vosotros. Creemos que nuestros hijos han aprendido también, sin mucha explicación, la importancia de la Semana Santa. Durante estos días hemos tenido la oportunidad de re-enamorarnos y de volver a encendernos con el llamado de Jesús y regresamos a nuestra casa con un corazón renovado y alegre. Sin duda, la Resurrección y el amor de Dios nos llenan de una esperanza que ha de traspasar nuestras vidas. Queremos que nuestra familia gire en torno a esta Verdad y que nuestros hijos lo aprendan, simplemente por el hecho de descubrir que nosotros no sólo creemos, sino que vivimos conforme a ello. 

Con cariño desde nuestro Santuario Hogar. 


Rosa y Edu