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17 de octubre de 2016

OCTUBRE MISIONERO: «SAL DE TU TIERRA» CARTA PASTORAL DE NUESTRO OBISPO CON OCASIÓN DEL DÍA DEL DOMUND

El ejemplo perfecto de todo misionero es Cristo. Consciente de que tenía que dar a conocer a su Padre, no permitía que le retuviesen en un lugar, sino que deseaba llegar a muchos otros para evangelizar

Queridos diocesanos:
La Jornada Mundial de las Misiones, o día del DOMUND, se celebra este año bajo el lema de las palabras que Dios dirigió a Abrahán, nuestro padre en la fe: «Sal de tu tierra». El Papa Francisco, en su mensaje para este día, dice que «todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio». 

En este sentido, el cristiano siempre debe estar en disposición de partir, de «salir» a proclamar el Evangelio. La razón es muy sencilla: todos los hombres y culturas tienen derecho a recibir el mensaje de la salvación, que es una gracia de Dios para la humanidad. 

El Concilio Vaticano II dice que, por su propia naturaleza, la vocación cristiana es una vocación apostólica. Cada cristiano es un misionero, llamado a comunicar a otros la salvación de Cristo. Muchos son los que experimentan la llamada a abandonar su familia, su tierra, su cultura, para anunciar el evangelio a quienes no han oído aún hablar de Cristo. Pero todo cristiano, sin experimentar esta llamada radical a dejarlo todo, está llamado a dar testimonio de su fe, con palabras y obras, en su propio ambiente, donde también hay muchos que no han oído hablar de Cristo, o, habiéndolo oído, han perdido la fe y abandonado la Iglesia. Si estamos atentos al mundo en que vivimos, y a las personas que tratamos, nos daremos cuenta de las ocasiones que tenemos para anunciar el evangelio.

En las comunidades parroquiales también tenemos ocasiones de «salir» en busca de los que no creen o de los indiferentes. La vida de una comunidad cristiana se mide por su tensión misionera. Con frecuencia nos contentamos con los que ya practicamos, y habitualmente participamos en la vida de la Iglesia. Y en lugar de «salir» con espíritu misionero, nos encerramos en nuestros grupos de siempre y perdemos la inquietud por evangelizar. En el fondo, esto significa que no valoramos suficientemente la fe, o la vivimos como una posesión ya adquirida de la que disfrutamos con otros que también creen. Esta actitud es lo más opuesto a la «misión», que no conoce límites ni confines, sino que crece a medida que la fe se hace personal, madura, apostólica. «Ay de mí si no evangelizara», decía san Pablo, urgido por la necesidad de evangelizar. 

El ejemplo perfecto de todo misionero es Cristo. Consciente de que tenía que dar a conocer a su Padre, no permitía que le retuviesen en un lugar, sino que deseaba llegar a muchos otros para evangelizar. «He venido a traer fuego a la tierra, y cómo quisiera que ya estuviera ardiendo», dijo en cierta ocasión. Jesús salió del Padre, salió de su propia familia, y se puso en camino para anunciar el Reino de Dios y su presencia entre los hombres. No quedó encerrado en su pueblo de Nazaret, o en el grupo de los suyos, sino que entendió su vida como un ir por todas partes anunciando el evangelio de Dios. La Iglesia, desde sus comienzos, ha entendido su misión a ejemplo de Cristo. El cristiano, en la medida en que profundiza su fe, descubre su vocación misionera que le urge a comunicar a otros lo que él ha recibido como una gracia especial: la fe en Cristo.

Gracias a Dios, Segovia ha dado muchos misioneros y misioneras que se encuentran en países lejanos anunciando el evangelio. Quiera Dios que surjan nuevas vocaciones misioneras. Pero quienes quedamos aquí, en nuestra diócesis, tenemos la misma responsabilidad misionera que quienes se van fuera. También nosotros somos enviados por Cristo con su autoridad. Hemos de «salir» de nosotros mismos, de nuestra comodidad, de nuestros ambientes, y proclamar que el Reino de Dios se ha hecho presente en nuestro mundo en la persona misma de Jesús, el Hijo de Dios, el Enviado a todas las naciones.
            Con mi afecto y bendición,

+ César Franco
Obispo de Segovia.