Grégoire
Ahongbonon atiende a enfermos mentales en África
«Es una larga historia»,
responde Grégoire Ahongbonon, padre de familia y fundador de la Asociación
Camilo de Lelis, cuando se le pregunta cómo un reparador de neumáticos acaba
atendiendo a «los olvidados de los olvidados», los enfermos mentales de África,
considerados personas poseídas, endiabladas, desechos a los que encadenar,
maltratar, abandonar…
En el fondo, todo tiene que ver con un proceso personal,
el que le llevó a amasar una fortuna en Costa de Marfil –es original de Benín–
como reparador de neumáticos, a olvidar a Dios, a perderlo todo y a intentar
suicidarse. Es entonces cuando vuelve a Dios y se plantea cuál debe ser su
granito de arena en la Iglesia.
Lo encontró.
Creamos un grupo de
oración. Luego fuimos a rezar con los enfermos a un hospital.
¿Qué sucedió?
En el hospital había una
sala con enfermos totalmente abandonados en su porquería, en coma… Antes de
ponernos a rezar, debíamos darles nuestro amor y amistad. Los lavamos y pagamos
sus medicinas. Unos recuperaron la salud y los que tenían que morir, lo
hicieron, por lo menos, como hombres. Luego llegaron las cárceles, los pobres y
los enfermos mentales.
¿Qué hizo que se fijara
en estos últimos?
Como siempre, vi a uno
de ellos buscar en la basura; siempre los había visto, pero sin verlos. Aquel
día me paré y lo observé… Si representaba al mismo Jesús, cómo era posible que
me diera miedo. Empecé a interesarme por ellos. Le llevábamos comida y agua
fresca. Descubrí hombres, mujeres y niños que solo buscan ser amados.
¿Y luego?
No podía darles de comer
y luego irme a casa a dormir. Había que hacer algo más. Fui al hospital y pedí
al director que me cediera un pequeño local. Allí empezamos a acoger a enfermos
mentales y a tratarlos con dignidad y, evidentemente, con medicamentos. Luego
nos dieron un terreno dentro del hospital y nació el primer centro.
¿Se acuerda de las
primeras cadenas que rompió?
Una señora vino a
buscarnos porque su hermano estaba enfermo. Cuando llegamos al poblado, su
padre no nos dejaba verle. Nos quiso echar, pero les amenazamos con la Policía.
Al final, nos abrieron la puerta. Es una imagen que jamás podré olvidar. Es
imposible.
[Saca su teléfono y
muestra la imagen de un hombre en el suelo. Los pies, bloqueados en un tronco
de madera; los brazos, atados con un alambre de hierro]
Estaba totalmente
podrido. Es una imagen que me acompañará toda la vida; siempre la llevo
conmigo.
¿Recuerda su nombre?
Kouakou.
¿Qué pasó con Kouakou?
Ese día no pudimos
cortar los hierros. Cuando lo intentábamos, se le metían en la carne. Estaba
realmente podrido. Volví al día siguiente con una religiosa. Con unos alicates
conseguimos desatarle. Luego nos lo llevamos al centro y lo lavamos. Me dijo: «No
sé cómo darle las gracias… No sé qué hice para merecer semejante trato por
parte de mis padres».
¿Se recuperó?
Estaba tan mal que murió
poco después, pero esta experiencia hizo que empezáramos a visitar poblados.
¿Y qué se encontraron?
Enfermos mentales atados,
recluidos en una sala, con los brazos bloqueados en un tronco de madera…
¿Y los campos de
plegaria de las sectas?
Es algo muy fuerte, una
desgracia. Utilizan el nombre de Jesús para torturar a los semejantes. Es
abominable. Jesús no vino para encadenarnos, sino para todo lo contrario.
Prometen a los familiares que van a echar a los malos espíritus y se llevan el
dinero.
[Se ata a un árbol a los
enfermos, no se les da de comer y se les pega para sacar los malos espíritus]
Ha visitado alguno de
ellos, ¿no?
No quieren ni verme. Voy
a los que no me conocen y hago fotos. En Togo, entré en uno con una cámara de
televisión; les dije que queríamos saber cómo trabajaban y que solo queríamos
ayudar. Cuando vieron el documental, el director me llamó y me amenazó de
muerte. No les temo.
¿Qué vio allí?
Había más de 200
personas encadenadas, algunas más de ocho años seguidos, e incluso un niño de 9
años que solo tenía epilepsia. ¡Y está encadenado!
¿Cómo acabar con esto?
Lo he intentado todo. He
llamado a la Policía, he denunciado ante los tribunales… No funciona. Ahora,
cuando veo un campo de plegarias, me propongo construir un centro cerca para
que los padres traigan a sus hijos al nuestro. Ven cómo tratamos a los
enfermos, que se recuperan, que trabajan. Muchos, tras recuperarse, colaboran
con nosotros. Algunos son directores.
¿Qué tiene entre manos
ahora?
La construcción de un
centro para enfermos mentales y toxicómanos en Benín. Por eso he venido a
Madrid, para pedir ayuda.
Usted ya ha demostrado
que se puede.
Si un hombre como yo,
que no es nada, que no conoce nada, un reparador de neumáticos que ni siquiera
fue a la escuela, ha podido hacer, con los enfermos, todo esto… cuanto más los
que tienen poder y dinero.
Fran Otero @franoterof
Fuente: Alfa y Omega