Cuestión de valentía
Coincidiendo
con la solemnidad de Pentecostés, el papa Francisco hizo público su
Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año 2017. “Esta jornada
—nos dice— nos invita a reflexionar de nuevo sobre la misión en el corazón
de la fe cristiana”.
Tres preguntas clave aparecen en la introducción del
Mensaje: “¿Cuál es el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón de
la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?”.
Consideramos
que él mismo va dando respuesta a estas preguntas en el resto del Mensaje.
Manifiesta con claridad que el fundamento de la misión es el
Evangelio: “La misión está fundada sobre la fuerza transformadora del
Evangelio” (n. 1). Evangelio que es “una persona que se ofrece e invita a una
participación en su misterio pascual” (n. 4). Y, de esta manera, “a través del
anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de
modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora
de su Espíritu” (n. 3).
En
relación con la segunda pregunta que Francisco se hace, bien podemos decir con
él que el corazón de la misión no es otro que “Cristo resucitado, el
cual, comunicando su Espíritu se convierte en Camino, Verdad y Vida para
nosotros” (n. 1). “El Evangelio, mensaje de salvación y anuncio de la Buena
Noticia, se convierte de esta manera en fuente” (n. 4) de donde brota la fuerza
necesaria para salir de nuestra realidad y acercarnos a otras realidades. En el
corazón de la misión deben estar los jóvenes, “que son la esperanza de la
misión” (n. 8), porque de ellos es el futuro; y está también la misericordia
(n. 5). El misionero, con esa capacidad de acercarse a los más desfavorecidos
para compartir su causa y su suerte, se identifica con el Buen Pastor, que
carga sobre sus hombros las debilidades de los hermanos.
Encontramos
asimismo en el Mensaje una serie de actitudes que caracterizan la
vida del misionero: “alegría contagiosa” (n. 1), “confianza y valor “ (n. 1),
“actitud de salida para llegar a las periferias” (n. 6) y también la humildad
—“humilde instrumento de mediación del Reino” (n. 7)—.
Desde
esa actitud de valentía que destaca el Papa en su Mensaje (n. 1) y que acompaña
siempre al misionero, este año el lema del Domund nos hace una invitación a ser
valientes para vivir la realidad de la misión en el contexto en el que nos
encontramos. La verdad es que no es una idea nueva, ni en la pastoral ni en la
vida de la Iglesia. Desde sus comienzos, la primera comunidad hizo gala de una
gran valentía para presentarse en la plaza pública, para confesar y ofrecer su
fe a todos los que quisieran escuchar.
Tal
vez sea conveniente aclarar que hay, al menos, dos posibles formas de entender
la valentía. Una primera, que consideramos negativa, está apoyada en la fuerza
física, sirve para manifestar la superioridad y se convierte en una manera de
dominio u opresión. El valiente, en este caso, es temido. La otra cara de la
valentía está en relación con la disponibilidad para hacer frente a las
realidades de cada momento e intentar aportar una solución o paliar sus efectos
negativos. En este caso, la valentía es liberadora y testimonial. Aquí el
valiente es querido y, en algunas ocasiones, hasta condecorado.
En
estas líneas vamos a centrarnos en algunos momentos puntuales de la actividad
misionera de la Iglesia, para destacar cómo aparece reflejada esa valentía para
asumir la misión a la que, como creyentes, hemos sido enviados.
Jesús impresionó por su
valentía
Marcos,
en su Evangelio, nos presenta a Jesús recibiendo el bautismo de manos de Juan y
comenzando inmediatamente la misión: “Después de que Juan fue entregado, Jesús
se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios” (Mc 1,14). Esta va a ser
la actividad central de Jesús y a la que va a dedicar todos sus esfuerzos. Es
consciente de que ha recibido una misión de manos de su Padre Dios, y a ella se
va a entregar con todas sus fuerzas. En virtud de esta tarea misionera, son
muchas las ocasiones en las que, en los evangelios, encontramos a Jesús de
camino o cruzando el lago para llevar la Buena Noticia a todos los lugares que
pueda: “Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que
vayas»” (Lc 9,57).
Podemos
pensar que Jesús, “por ser vos quien sois”, no encontró dificultades en su
tarea misionera. Realmente las tuvo y, como sabemos muy bien, tan serias que le
llevaron a la muerte. Manifiesta su valentía hablando abiertamente (cf. Lc
12,1-2); poniendo a la persona por encima de normas e instituciones (cf. Lc
6,6-11); clarificando su situación ante el poder político (cf. Jn 19,11);
asumiendo su realidad y dando la cara sin reparos (cf. Jn 18,4-8).
Sin
lugar a duda, podemos afirmar que donde Jesús manifiesta su mayor valentía es
cuando, en el huerto de los Olivos, acepta la voluntad del Padre: “Padre, si
quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la
tuya” (Lc 22,42). Y cuando, en la cruz, perdona a los que le condenaban a
muerte (cf. Lc 23,34). Solamente los valientes reaccionan con el perdón. La
cobardía conduce a la venganza, al rechazo o al resentimiento.
La valentía de la
primera comunidad
En
el momento del prendimiento asistimos a la desbandada de los discípulos, que
huyen despavoridos porque sentían que su vida corría peligro. Pedro, a pesar de
sus promesas, manifiesta también su miedo cuando en tres ocasiones niega tener
nada que ver con Jesús.
Todo
cambia después de la efusión del Espíritu Santo: “Entonces Pedro, poniéndose en
pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró ante
ellos” (Hch 2,14). Y la declaración que va a hacer es una confesión de fe en el
Señor Jesús. Hay que tener mucho valor para dirigirse así a los que, hace pocos
días, habían pensado que, eliminando a Jesús, podían cortar la experiencia de
una espiritualidad y una forma nueva de relacionarse con Dios que comenzó en
Galilea.
Fueron
valientes también cuando, para cumplir con su misión, tuvieron que enfrentarse
a las autoridades y afirmar sin reservas “¿Es justo ante Dios que os
obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no
podemos menos de contar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,19-20).
Otra
forma de entender la valentía en esa primera comunidad se expresa en la
disponibilidad que tienen para ir solucionando los problemas que van
apareciendo, según va creciendo el pequeño grupo. Dan solución a las quejas que
se presentan en la atención a las viudas y eligen unos servidores de la
comunidad (cf. Hch 6,1-3). Se reúnen en el concilio de Jerusalén para abordar
la pluralidad de culturas en la Iglesia y establecer unas pautas de
comportamiento mínimas, pero que sean lo suficientemente fuertes como para mantener
la unidad en una misma fe (cf. Hch 15).
La valentía de los
misioneros
Desde
el momento en que Bernabé y Saulo fueron enviados por la comunidad de Antioquía
para la misión en Chipre (cf. Hch 13,1-4), hasta, por ejemplo, el envío
realizado el pasado 28 de mayo en la catedral de la Almudena de Madrid, se
cuentan por millones los bautizados que han participado en la actividad
misionera de la Iglesia.
Muchos
de ellos han mostrado una gran valentía para dejar su tierra, su casa, sus
costumbres, y aventurarse en otros lugares, muchas veces inseguros. Han
manifestado su valentía en la temeridad de sus viajes, dada la precariedad de
los medios con los que se contaba para los desplazamientos. En la constancia y
perseverancia a la hora de aprender lenguas nuevas y adaptarse a culturas tan
distintas. En el desafío a enfermedades contagiosas y a poderes políticos que
les han perseguido y martirizado.
También
ha habido un sinfín de personas que, sin salir a ningún lugar, han sido
valientes para ver más allá de los muros de sus fronteras y, como Santa Teresa
de Lisieux, desear ardientemente que todos conocieran el Evangelio y orar por
este motivo. O como los enfermos misioneros, que tienen el valor de ofrecer sus
dolores y penalidades en apoyo a los misioneros, conscientes así de su ayuda y
colaboración en la misión universal.
Al
terminar su Mensaje, una vez más nos recuerda Francisco que “las Obras
Misionales Pontificias son un instrumento precioso para suscitar en cada
comunidad cristiana el deseo de salir” (n. 9). Es toda esa fantástica tarea de
animación misionera que vamos haciendo, y que es tan importante para la vida de
la Iglesia. Y junto a la animación, la colaboración: “La Jornada Mundial de las
Misiones, promovida por la Obra de la Propagación de la Fe, es una ocasión
favorable para que el corazón misionero de las comunidades cristianas
participe, a través de la oración, del testimonio de vida y de la comunión de
bienes en la respuesta a las graves y vastas necesidades de la evangelización”
(n. 9).
Javier
Carlos Gómez
Delegado
Diocesano de Misiones y Director Diocesano de OMP de Valladolid
Fuente:
OMP