Un conmovedor testimonio de fe y humanidad
en medio del genocidio que se vivió en Ruanda en 1994
En 1994, el gobierno ruandés, formado por
miembros de la etnia hutu, promovió la exterminación de la minoría tutsi del
país, en uno de los genocidios más violentos de la historia.
Los enfrentamientos dejaron miles de
muertos y en ese desastre también florecieron historias de esperanza, signos de
resurrección como el de Inmaculée Ilibagiza, que Portaluz
informó en una edición pasada.
Ahora traemos el relato de Jean-Marie
Twambazemungu quien también ha vivido en su carne el
corazón de la prueba en tiempos de guerra. En el conmovedor libro Rescapés
de Kigali (Supervivientes de Kigali, Ed. Emmanuel), este padre
de origen hutu -cuya esposa Stéphanie es de etnia tutsi- reflexiona sobre esas
situaciones extremas que enfrentó.
Sólo cuando Jean-Marie hizo una
experiencia vital, trascendente, la del amor de Dios, descubrió la paz y se
movió al perdón. Esta es su Buena Nueva, cuya narración mantenemos tal como él
nos lo cuenta, en primera persona…
Cuando
tenía 17 años, hubo un drama en mi familia. Mi padre fue asesinado por sus
familiares. Algo que para mí era muy difícil de aceptar, ¡en particular porque
mi padre era todo para nosotros! Yo había leído y entendía que debía perdonar a
mis enemigos. ¡Pero en esta situación particular, era algo impensable para mí!
Si Dios existe, no me puede pedir algo así. ¡No sería justo! Sentía que si Él
me amaba, lo mejor que podría hacer por mí era permitirme la venganza.
Tuvimos
una especie de consejo de familia para decidir qué haríamos, porque éramos ocho
los hijos, que vivíamos gracias al salario de mi padre. Evaluamos la posibilidad
de volver al pueblo, pero era algo impensable… mi padre había sido asesinado
por familiares debido a que él era el heredero. ¡Como nosotros éramos sus
herederos, también corríamos el riesgo de perder la vida! Pero tampoco era
sencillo quedarnos en la ciudad, donde la vida era demasiado costosa para
nosotros.
Fue
entonces cuando escuché una voz que me habló en mi corazón diciendo: “Yo soy tu
Dios. Permanece en la ciudad. Yo te cuidaré”. Fue un impulso de vitalidad para
mí. Me levanté ante todos, tomé la palabra y les dije: “Vamos a volver a la
ciudad, Dios cuidará de nosotros”. Todos se burlaban de mí, tratándome como si
estuviese loco: “¿Alguna vez viste caer dinero del cielo? “, decían.
Finalmente
como para empezar, durante dos meses tuve un trabajo que me permitió llevar
dinero a casa y financiar mis estudios. Aunque era duro trabajar e ir a la
escuela, yo sabía que debía aprovechar todas las oportunidades que se me
presentaban. Pero puedo testificar que Dios ha sido mi fuerza cada día. Este Dios
que escuché, a quien creía distante, lo descubrí cercano. Él no sólo me
conocía, sino que le importaba lo que yo estaba viviendo. ¡Incluso más aún!, Él
me mostraba soluciones.
Esta
experiencia de Dios cambió mi corazón. Regresó la alegría de vivir que había
perdido y una gran paz me habitó a partir de ese momento. Gracias a esto pude
perdonar a los asesinos de mi padre. Todo el peso que cargaba sobre mí cayó al
suelo. No voy a decir que de inmediato los amé a todos, pero sí que les
perdoné.
Así es
que hoy, puedo dar fe de que Dios nunca está lejos. Más bien, está cerca de los
que sufren. Dios nos ama tanto a cada uno de nosotros, que se queda con
nosotros en nuestro sufrimiento y Él no se complace al vernos sufrir. ¡Incluso
sufre con nosotros! Él sólo quiere que le dejemos habitar nuestro corazón.
Fuente: PortaLuz