Hace
noventa años, Pío XI proclamó a Teresa de Lisieux «Patrona de los misioneros»,
título que comparte con Francisco Javier. En el futuro, la laica Pauline Marie
Jaricot podría unirse a ellos en un inédito «triumvirato»
Una imagen de Pauline Jaricot |
El
vínculo entre la clausura y la misión es indivisible. Si el misionero es un
«contemplativo en acción», como afirma la «Redemptoris missio» (de 1990), las
monjas de clausura, suprema forma de vía consagrada, pueden ser definidas como
«agentes pastorales en contemplación».
Esta extraordinaria conexión se expresa
plásticamente en la vida de Teresa de Lisieux, a quien, precisamente hace 90
años, el 14 de diciembre de 1927, Pío XI declaró «patrona especial de los
misioneros, hombres y mujeres, que existen en el mundo». Este título ya había
sido conferido al gran misionero Francisco Javier, que tres siglos antes surcó
los océanos para llevar el Evangelio al Oriente.
Ryszard
Szmydki es un misionero polaco de los Oblatos de María Inmaculada, que fue
vicario general de su congregación, con experiencia misionera en África.
Después del servicio como secretario general en la Pontificia Obra de
Propagación de la fe (obra que en la actualidad apoya numerosos proyectos en
tierras de misión), fue nombrado hace poco subsecretario de la Congregación
vaticana para la Evangelización de los Pueblos.
Szmydki explica con una imagen
a Vatican Insider la profunda e indisoluble relación que une a las clausurares,
desperdigadas por los cinco continentes, con los hombres y las mujeres que
parten el pan eucarístico, llevan el amor misericordioso de Dios, anuncian el
Evangelio hasta los confines más extremos de la tierra. «Basta pensar en Teresa
de Lisieux: ella deseaba ser “el amor en el corazón de la Iglesia”. Hoy las
monjas de clausura son como un corazón que bombea sangre, es decir la caridad
de Cristo, a todo el organismo de la Iglesia universal. Así, el amor llega a
todas las misiones y a todos los misioneros, que son las manos que bautizan y
los brazos que acogen a los pobres y a quienes sufren».
Su
presencia orante y el don de la vida son esenciales, recuerda el subsecretario
de Propaganda Fide: «El Papa Juan XXIII decía que las Pontificias Obras
Misionales son como el sistema cardiovascular en el organismo humano, esa red que
permite que el amor de Dios llegue a cada uno de los tejidos. Las monjas, con
su oración y su sacrificio cotidiano, son su corazón latiente. Si el corazón no
bombea sangre, el organismo muere. Así, si se interrumpiera la oblación
cotidiana de las hermanas en los monasterios, todo el cuerpo de la Iglesia lo
resentiría y los tejidos periféricos iniciarían a necrotizarse».
La
Iglesia universal en la actualidad está llamada a volver a descubrir y a dar
valor al aporte callado y oculto de las almas que se dedican a la
contemplación. Su vida, en adoración frente a la Eucaristía, siempre es «una
ventana abierta al mundo», refieren a Vatican Insider las monjas carmelitas del
monasterio de Sutri (VT), en ocasión de la Jornada Misionera Mundial, que se
celebra el 22 de octubre. No es un encerrarse por miedo o por desprecio del
mundo, y mucho menos una fuga o un deseo de defenderse. Es la oferta total de
una vida que, como dijo Juan Pablo II a Lisieux en 1980, «no solo anuncia lo
absoluto de Dios, sino que posee también un maravilloso y misterioso poder de
fecundidad espiritual».
Y si
Francisco Javier comparte el título de protector de las misiones con la santa
carmelita de Lisieux, hay otra figura que podría dentro de poco sumarse a
ellos, para formar un «triumvirato» que no tiene ningún antecedente en la
historia de la Iglesia: se trata de Pauline Marie Jaricot, laica francesa que
vivió en el siglo XIX, en Lyon, obrera y fundadora de la Obra de Propagación de
la Fe, que después se habría vuelto «pontificia». Es el deseo que expresó a
Vatican Insider el cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para
la Evangelización de los Pueblos, dicterio que se ocupa de más de mil diócesis
en Asia, África y América Latina. Para Jaricot, que ya es venerable, ya ha
comenzado el proceso de beatificación, y Filoni espera que «pueda un día ser
celebrada como testimonio de la preocupación misionera expresa por laicos»,
precisamente al lado de Francisco Javier y Teresita del Niño Jesús.
El
Prefecto de Propaganda Fide aprecia de Jaricot «el entusiasmo apostólico,
innovador y creativo». «En cuanto laica, estaba a la vanguardia con respecto a
la Iglesia de su época. Su corazón tendía a la obra de la evangelización, se
proyectaba hacia tierras lejanas como China, el Pacífico, el Caribe. Jaricot
contribuyó a crear en sus compañeras de trabajo, humildes obreras, la
conciencia misionera, es decir la convicción de tener una responsabilidad en el
anuncio del Evangelio. Así nacieron iniciativas como las colectas y la ayuda
económica para los misioneros comprometidos en tierras alejadas, pero también
la cadena de oración como el Rosario rezado por las misiones».
Esa
lúcida conciencia de que cada uno de los creyentes es un misionero, en fuerza
del Bautismo, se iría abriendo brecha posteriormente en la Iglesia, gracias
incluso a apóstoles iluminados como Paolo Manna, sacerdote del Pontificio
Instituto de las Misiones Extranjeras. Y poco a poco habría ido penetrando en
el magisterio, a partir de la encíclica «Maximum Illud» d Benedicto XV, la
primera de las encíclicas misioneras del siglo XX. Entonces el Pontífice llamó
a toda la comunidad de los fieles a sentirse responsable de la misión, punto
que habría sido retomado en el decreto conciliar «Ad gentes» y desarrollado en
la exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» de Pablo VI, en la encíclica
«Redemptoris missio» de Juan Pablo II y, finalmente, en la «Evangelii gaudium»
del Papa Francisco.
PAOLO
AFFATATO
CIUDAD
DEL VATICANO
Fuente:
Vatican Insider