Pedro
Velasco vive desde hace tres décadas en el Bañado de Tacumbú, en Asunción
(Paraguay). Se conoce como bañados a las zonas sobre las que el río Paraguay
desbordaba sus aguas en épocas de lluvias
Foto: Marta Isabel González/Manos Unidas |
Hace poco más de medio siglo, servían también de vertedero para los
habitantes de Asunción. En la actualidad, allí se concentra el 20 % de la
población de la capital del país, que se encuentra en una situación de extrema
pobreza.
Cuando el
dominico leonés Pedro Velasco se trasladó a vivir al Bañado de Tacumbú, sus
habitantes le miraban «como si fuera un auténtico marciano. Solo me faltaban
las antenas». No entendían por qué un español, al que le presuponían buena
condición económica, se iba a vivir a un sitio como aquel, donde sobrevivían
los más pobres de la ciudad paraguaya de Asunción.
Sus nuevos vecinos
desconocían que «desde que decidí ser religioso y sacerdote», a los 15 años,
«siempre tuve claro que mi vida religiosa tenía que traducirse en un servicio
radical orientado a los más pobres y necesitados», explica el misionero a Alfa
y Omega. «Para mí la clave era vivir como ellos y trabajar con ellos para
superar juntos la situación de pobreza en la que se encontraban», añade.
Sin embargo,
Velasco nunca se había planteado irse a la misión. Esta forma de entender la
vida religiosa bien se podía poner en práctica en España. Todo cambió en el
ocaso del Concilio Vaticano II, que coincidió con su ordenación sacerdotal. Por
aquel entonces, el Papa Pablo VI «hizo una llamada a acercarnos a la Iglesia de
América Latina, que era muy viva, muy activa, muy comprometida pero que contaba
con poquísimos sacerdotes». Para el dominico fue un momento de gran crisis.
«Nunca había pensado en ir a la misión. Al contrario, había pensado en no irme.
Pero tras el pronunciamiento del Papa me pregunté por qué me quería quedar en
España. Me di cuenta de que no me quería ir porque aquí estaba mi gente y tenía
una vida cómoda».
Tanto la
pregunta como su respuesta, que el religioso afrontó con absoluta sinceridad,
le llevaron a plantearse una drástica disyuntiva: «O me salgo de la
congregación, y dejo el sacerdocio, o me voy a América. Lo que no voy a hacer
es continuar de sacerdote buscando mi comodidad, no tiene ningún sentido». Fue
un momento difícil, pero tan solo un año después de su ordenación, con 24 años,
Pedro Velasco se ofreció a su congregación para irse de misión. «Creía que no
me iban a aceptar, yo solo tenía 24 años, pero a los 25 me pusieron en el barco
Julio Cesare para atravesar el Atlántico».
Desembarco
complicado
Tras una breve
estancia en Uruguay, el religioso recaló en Paraguay donde lleva 42 años. «En
aquel entonces eran dos mundos completamente distintos. Al principio me costó
mucho, fue duro». Pero «iba muy convencido» y estas primeras contradicciones
«las tomé como un ejercicio de encarnación», asegura.
Su primer
destino fue como párroco en el templo que los dominicos tenían en una de las
zonas nobles de la ciudad de Asunción. Paralelamente, trabajaba en la
Universidad Católica de Paraguay, en la que llegó a ser director del
departamento de pastoral. «Cuando me ofrecieron el puesto en la pastoral
universitaria puse una condición: no aceptaría el cargo si suponía trabajar con
un grupo de burgueses. Quería trabajar con estudiantes desde un compromiso
social».
Al Bañado con
los pobres
Después de 10
años desde su llegada a Paraguay, Pedro Velasco vivió otro de los momentos
esenciales en su vida. El primero fue hacerse sacerdote, el segundo irse a
América y el más importante fue «irme a vivir al Bañado de Tacumbú», confiesa.
Los bañados son
las zonas sobre las que el río Paraguay desbordaba sus aguas en épocas de
lluvias. Hace poco más de medio siglo, servían también de vertedero para los
habitantes de Asunción. En la actualidad, allí se concentra el 20 % de la
población de la capital del país, que se encuentra en una situación de extrema
pobreza. «Son campesinos e indígenas que fueron expulsados del campo. Vinieron
a la ciudad sin nada y, por lo tanto, no pueden comprar o alquilar una casa.
“¿A dónde van?” A donde nadie quiere ir, a los bañados que son susceptibles de
inundarse, que no están catastrados…”, explica el misionero a Alfa y
Omega.
De las 200.000
personas que viven en los bañados, el de Tacumbú acoge a cerca de 15.000 –unas
3.000 familias–. «Es el más cercano al río, aunque está literalmente pegado a
la ciudad. Pese a la proximidad, le preguntas a alguien de Asunción por los
habitantes del bañado y prácticamente no saben ni que existen: “Ahí está el
bajo, una gente peligrosa, miserable, borracha, vaga, drogadicta…”. Esta es la
mala imagen, que no se corresponde para nada con la realidad, que tienen de los
pobres».
Tres años sin
hacer nada
Allí el
religioso se compró una casa por 80 euros y la mitad de sus pertenencias las
llevó en una motocicleta. «Me pasé dos o tres años sin hacer nada, simplemente
estando, conociendo, siendo uno más. No me propuse llegar como un salvador,
sino hacerme hermano de ellos, compañero de lucha». Y, a pesar de la aparente
inactividad, «fueron de los años más interesantes».
Después de
aquel primer periodo, surgió el Centro de Ayuda Mutua Salud para todos
(CAMSAT), que ahora acaba de cumplir 30 años. Nació con varias premisas: los
protagonistas serían la mismas personas del bañado y no sería un centro
asistencialista sino de capacitación. «No se trataba de sustituir, o de dar una
limosna a la gente, sino de capacitarla y que el barrio tuviera una voz propia
y fuerza social. No era un trabajo de asistencialismo sino de promoción».
De esta forma,
surgió en primer lugar una escuela, un centro de salud y un comedor infantil.
«Era las necesidades más acuciantes. La mitad de los niños estaban sin
escolarizar y pasaban hambre. La situación sanitaria del barrio era dramática».
Siguió un centro de microcréditos para pequeñas empresas familiares, una
cooperativa de recicladores, una radio comunitaria, una orquesta, una escuela
de danza, una escuela de fútbol… «También creamos un programa de becas para la
educación integral de los jóvenes que ha sido un motor importantísimo del
barrio. Hemos becado a más de 1.000 niños. Muchos han terminado la universidad
y ahora son enfermeros, maestros, etc, pero siguen viviendo en el barrio,
trabajando por él, cuando podrían vivir en una zona mejor».
Vivir sin agua
corriente
Con todas las
iniciativas de CAMSAT «se ha ayudado directamente a 500 familias –unas 3.000
personas–, pero indirectamente a todo el barrio». Así ha sido, por ejemplo, con
el proyecto de llevar agua corriente a Tacumbú, del que se ha beneficiado hasta
el propio misionero que, igual que sus vecinos, «vivía sin agua corriente en
una ciudad de 30 grados de media de calor», asegura Velasco.
Los habitantes
del bañado dependían de unos «vehículos que venía de vez en cuando con agua
potable. Les comprábamos el agua y llenábamos unos depósitos. En ellos era
habitual que entraran ranas y otros bichos». Con lo que había en los tanques
«uno tenía que lavarse, cocinar…»
Sin agua
corriente, y en estas condiciones, «teníamos todo dispuesto para morir si
queríamos». Pero gracias al apoyo de Manos Unidas y la Agencia de Cooperación
Española, CAMSAT puedo llevar agua potable a Tacumbú. «Se hizo un convenio con
la empresa estatal del agua. Nosotros nos encargábamos de financiar todas las
instalaciones gracias al apoyo de Manos Unidas y, además, les entregábamos
2.000 clientes gratis».
A pesar del
indudable beneficio económico para la empresa estatal, el proyecto estuvo a
punto de no salir adelante. «En Asunción hay mucha corrupción. Quería
encargarse ellos de hacer las instalaciones a unos precios desorbitados. Con su
presupuesto no habríamos alcanzado a poner agua ni a 500 familias. Al final, el
proyecto salió adelante y 2.000 familias empezaron a contar con agua potable en
su propia casa», asegura el misionero.
«A la gente le
cambió la vida. ¡Agua corriente en el Bañado de Tacumbú! Fue una cosa
maravillosa que pude experimentar en primera persona. Daba gusto abrir el grifo
y que saliera agua. Mejoró la salud, la higiene…».
Un Bañado que
hace honor a su nombre
Pero el agua no
siempre ha sido tan bien recibida en el Bañado, que cada cuatro o cinco años
hace honor a su nombre. «La crecida del río es algo dramático. No se puede
explicar en palabras». Aunque el dominico cree que el verdadero problema del
bañado no es el río y la crecida, sino la pobreza. «Para empezar, si la gente
no fuera pobre, no estaría ahí. La crecida es un problema adicional a los que
ya tienen por el hecho de ser pobres».
El agua llega
lentamente. «Primero, te enteras que a cientos de kilómetros el río ha crecido.
Va aumentando su caudal poco a poco hasta que termina por llegar a tu casa».
Llega un momento en el que las 3.000 familias tienen que salir de la zona en
busca de refugio. «Nadie tiene a donde ir y acaban en refugios que pone la
municipalidad».
El religioso ha
vivido hasta en cuatro ocasiones en los refugios junto a los habitantes del
bañado. Los conoce bien y los tilda de «absolutamente inhumanos. Al principio,
teníamos ¡un baño móvil para cada 30 familias! No teníamos ducha y el
hacinamiento era insoportable».
Precisamente,
ahora mismo la zona se encuentra inundada. Antes de venir a España para visitar
a su familia, Pedro Velasco estuvo acompañando a cerca de 1.700 familias que
habían tenido que salir huyendo del agua. «Pasaron varios días a la intemperie,
viviendo sobre el agua, hasta que les dieron permiso para ocupar un terreno
propiedad del Ejército, que está cerca de nuestro barrio».
A pesar de
todo, en CAMSAT «hemos conseguido transformar este drama en uno de los
elementos que más nos ha ayudado a crecer. Con cada crecida, decíamos: “Que la
inundación no nos destruya, que la inundación sea un momento de más unidad, de
más solidaridad, más conciencia de estar juntos”. Y nos jugábamos hasta la vida
por esta idea», concluye Pedro Velasco.
José Calderero
de Aldecoa
Fuente: Alfa y
Omega