Este 12 de octubre el obispo de Córdoba, Demetrio
Fernández, presidió la sesión de apertura de la causa de beatificación y
canonización del religioso, celebrada en la catedral de Córdoba
Pedro Manuel Salado, misionero en Ecuador,
con un grupo de los niños de la casa en la que
trabajaba
y otra de las misionera del hogar. Foto: Diócesis de
Córdoba
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El
hermano Pedro Manuel Salado ya está más cerca de la santidad. Primer español
cuya causa se abre por la vía del ofrecimiento de vida propuesta por el Papa en
2017, este gaditano falleció exhausto en la orilla en 2012 tras salvar a siete
niños de morir ahogados en el Pacífico.
Era domingo. 5 de febrero
de 2012. Un día aparentemente tranquilo en la costa de Esmeraldas, en Ecuador.
La comunidad misionera del Hogar de Nazaret había decidido llevar a los niños
de la casa de acogida que regentan en la localidad de Quinindé a pasar el día a
la playa de Atacames.
La hermana Rosi y una de
las niñas mayores se quedaron en una casita haciendo la comida, pero el hermano
Pedro Manuel y la hermana Juani, directora de la casa hogar, acompañaron al
resto de niños a que se bañaran un rato en las aguas del Pacífico.
«Esa mañana habían avisado
por radio de que esa zona era insegura, pues se preveían pequeños terremotos»,
recuerdan desde la institución de vida consagrada, fundada por la
ciudadrrealeña María del Prado Almagro. Pero la noticia no llegó hasta
Atacames; «los mismos guardacostas desconocían esta advertencia y no pusieron
la bandera amarilla que sí ondeaba en otras playas de Esmeraldas».
Los pequeños jugaban
tranquilos en la orilla cuando, de pronto, un remolino se llevó a siete de
ellos hacia dentro. «El hermano Pedro Manuel, pese al respeto que le tenía al
mar, no dudó en lanzarse al agua diciendo que tenía que salvar a sus niños. Fue
sacándolos uno a uno». Una lucha despiadada, porque como recuerda la hermana
Juani, «un socorrista que ayudó a sacarlo del agua nos dijo que era
completamente imposible que los salvase y, aun así, lo consiguió».
Los dos últimos, Selena y
Alberto, estaban ya muy lejos. «Apenas se distinguían sus cabecitas desde la
orilla», recuerda la misionera. Pero los niños se mantenían a flote sin saber
nadar porque, como asegura Selena, «sabía que mi papi Pedro
nos iba a salvar. Cuando llegó hasta nosotros vimos que estaba muy cansado».
Fue entonces cuando llegó
el surfista y con su tabla logró devolverlos a los tres a la orilla. A los
niños, en perfecto estado. Al hermano Pedro, ya con los pulmones encharcados.
Murió en la orilla, exhausto, mientras «sus niños pedían de rodillas a Dios que
no se lo llevase. Pero Él ya le tenía preparado un lugar en el cielo,
seguramente muy cerca de la Virgen, a quien tanto amó». «Papi Pedro
murió como vivió, entregando su vida a Dios y a sus niños», afirmó el obispo
español de Esmeraldas, Eugenio Arellano, al conocer la noticia.
Primera causa en España
sobre ofrecimiento de vida
Este 12 de octubre el
obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, presidió la sesión de apertura de la
causa de beatificación y canonización del religioso, celebrada en la catedral
de Córdoba. «Es la primera causa que se abre en España sobre el ofrecimiento de
vida» el nuevo camino que propuso el Papa en 2017 para alcanzar la santidad,
asegura el postulador de la causa, Miguel Varona. «Esta propuesta del Papa
encaja a la perfección con la historia de Pedro Manuel: hay que probar que un
cristiano asume un riesgo donde hay peligro de muerte».
Metiéndose en el agua,
culminó su ofrecimiento diario de dar la vida por los otros. Además, una de las
primeras cosas que se exige «es que haya fama de santidad. Y con él la hay,
porque no solo de Ecuador, sino desde muchos países de América Latina, acuden a
la tumba a pedir favores». Este conocimiento se debe «a los medios de
comunicación, que han difundido su historia».
El hermano Pedro Manuel
Salado, nacido en Chiclana en 1968, era un joven tímido y apasionado de la
guitarra. Tras un viaje a Taizé en 1990, comenzó el noviciado en el Hogar de
Nazaret de Córdoba, institución de vida consagrada dedicada a vivir en
fraternidad y trabajar con niños en situaciones de desamparo.
Nueve años después fue
destinado a Quinindé para realizar su misión en una casa hogar que la
institución tiene en Ecuador. Allí trabajó sin descanso hasta su fallecimiento,
«con una entrega reconocida por aquellos que lo conocían y convivían con él»,
recuerda la hermana Juani. «Era un imán para los niños, siempre tenía tiempo
para jugar con ellos y contarles un repertorio de historietas». Aquel fatídico
5 de febrero «nos mostró de verdad todo el amor que tenía a sus niños: dio la
vida por ellos».
Cristina Sánchez Aguilar
Fuente: Alfa y Omega