Un objetivo común une a
diversas ONG, la Unión Africana y entidades de Iglesia como la Fundación Juan
Pablo II para el Sahel o Cáritas: frenar el avance del desierto plantando
árboles en África
Mujeres
de Senegal preparan retoños para plantarlos.
Foto:
© Benedicte Kurzen/NOOR para la FAO
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Goo, en Burkina Faso, y
Abulu, en Ghana, lucen ahora un poco más verdes que hace tres años. Y son las
aldeas de cuyo trabajo se siente más orgulloso Julius Awaregya Atudeko. Este
joven católico ghanés es el fundador de la ONG ORGIIS, dedicada a la conservación
de los bosques y, así, a combatir la pobreza.
Seleccionadas porque su
paisaje estaba más degradado que el del entorno, cuando Atudeko contactó con
sus líderes para ofrecerles ayuda estos «asumieron el proyecto enseguida»
porque «habían visto con sus propios ojos la pérdida de árboles».
Como consecuencia del
cambio climático, de seis o siete meses de lluvias en la zona se fue pasando a
cinco como mucho. Al producir menos la tierra, «la gente cortaba más árboles,
de forma no sostenible, para venderlos como leña y tener más campo para
cultivar». Pretendían compensar lo perdido, pero esta supuesta solución solo
agravaba el problema porque «al mismo tiempo, al llover menos también los
árboles se regeneraban más despacio». El paraje corría el riesgo de irse volviendo
un desierto
.
Redescubrir el valor de los
árboles
Una vez obtenida la
aprobación de los jefes, los trabajadores de ORGIIS desarrollaron su protocolo:
crearon grupos de mujeres («además de que se implican más y son ellas las
encargadas de la recolección, uno de nuestros objetivos es empoderarlas»), las
formaron y comenzaron a identificar el potencial económico de los recursos
arbóreos de la zona. En colaboración con distintas empresas, ayudan a la
población a vender los productos de sus árboles. Esta primera fase «sirve para
que las comunidades descubran el valor de lo que tienen y quieran protegerlo».
A partir de ahí, es fácil
animarles a que sigan plantando más árboles. No solo aquellos que les van a
reportar un ganancias, sino también otros que aumenten la biodiversidad y
ayuden a conservar el ecosistema y el paisaje. Ahora, de los 28.000 árboles que
ORGIIS ayuda a plantar cada año en 58 comunidades, al menos 2.000 se plantan en
Goo y otros tantos en Abulu; casi cinco veces más que en las demás.
La Gran Muralla Verde
Atudeko y sus compañeros no
están solos en esta apuesta por reverdecer la zona norte del África
subsahariana. El joven ghanés está actuando de enlace entre la Fundación Juan
Pablo II para el Sahel, que combate la degradación de esta zona ecoclimática de
transición entre el desierto del Sahara y la sabana, y la iniciativa de la Gran
Muralla Verde.
Este macroproyecto, nacido
en 2005 y adoptado por la Unión Africana en 2007, ha trascendido su objetivo
inicial de plantar árboles de costa a costa de África para frenar el avance del
desierto, logrado en un 15 %. Ahora incluye también una apuesta más amplia por
la regeneración ambiental y agroforestal de la zona.
«Cuestión de supervivencia»
Por su parte, la fundación
Juan Pablo II para el Sahel nació en 1984 para dar respuesta al grito del Papa
polaco en 1980 durante su visita a Burkina Faso pidiendo ayuda para la región,
aquejada por una grave sequía. Desde entonces, ha plantado un millón de
árboles. En palabras de su secretario general, el padre Prosper Kiema, «es una
cuestión de supervivencia» para escapar del círculo vicioso de una
desertización que en los últimos años se ha hecho notar mucho: la falta de
lluvia por el cambio climático, junto con la acción del hombre, acaba con los
árboles y el resto de vegetación. «Sin cubierta vegetal el suelo no se renueva»
y no retiene las escasas precipitaciones, que además arrastran sus nutrientes,
empobreciéndolo cada vez más.
Las tierras producen menos,
el ganado no tiene qué comer y eso da lugar a inseguridad alimentaria,
malnutrición y mortalidad infantil. También se generan «tensiones sociales y
comunitarias», como los conflictos entre agricultores y ganaderos. «La
población emprende el éxodo a la ciudad, y acaban en asentamientos de las
afueras sin agua potable ni electricidad», donde abundan el alcoholismo, la
prostitución infantil… El penúltimo eslabón de la cadena es la
emigración hacia Europa.
Los beneficios del karité
«Frenar el avance del
desierto plantando un número muy alto de árboles es asegurar el futuro de
millones de personas», afirma Kiema convencido. El sacerdote conoce bien el
proceso: «Hace falta saber elegir las especies» en función de la zona. Tienen
que estar adaptadas y ser resistentes a la escasez de agua. «Es interesante
tener en cuenta árboles frutales que se adapten bien» y ofrezcan ingresos
dignos a las familias, explica en la misma línea que ORGIIS.
Uno de sus ejemplos
favoritos es el karité, un árbol «muy rico en nutrientes. Produce un aceite de
gran calidad» que las familias pueden usar para fabricar manteca para su propio
consumo, o venderlo para la fabricación de productos cosméticos. «Lo mismo
ocurre con el nim. Con el baobab, las hojas sirven para cocinar y los frutos
para hacer zumos…».
Además de la especie, dada
la insuficiencia de la temporada de lluvias «es fundamental elegir el mejor
momento para plantar, zonas con buena tierra, y asegurarse de que el terreno se
vigila para que los animales no se coman» los retoños. Además hay métodos,
explica, para acelerar el crecimiento y adelantar la producción.
Otros frutos
A los cinco años, ya se
empieza a notar el impacto: alrededor, crecen «matorrales y otras especies de
plantas y gradualmente aparece vida animal. Se suele observar un aumento de la
producción agrícola y de la disponibilidad de forraje, y empiezan a ser posibles
otros cultivos que hasta entonces no lo eran», constata Kiema.
En las aldeas donde se han
llevado a cabo proyectos de este tipo «hace menos calor». La vegetación atrae
más lluvia y retiene el agua. Esto «facilita las actividades agrícolas y
ganaderas», y es una contribución importante para que estas poblaciones, especialmente
sus jóvenes, se queden en el territorio y «tengan medios para ganarse la vida».
Una joven y siete millones
de árboles
La labor de esta fundación
para «mejorar las condiciones de vida en nueve países mediante la
reforestación, las actividades agroforetales, la irrigación y las técnicas para
frenar la expansión del desierto» es una de las buenas prácticas ambientales en
el seno de la Iglesia que la mesa
interdicasterial de la Santa Sede sobre ecología integral recoge en su
documento En camino hacia el cuidado de la casa común,
presentado el 18 de junio. En el mismo documento, se propone también apoyar
iniciativas ambientales transnacionales como la Gran Muralla Verde.
Ahora, la Fundación Juan
Pablo II para el Sahel se prepara para un nuevo desafío: plantar siete millones
más de árboles en los próximos años. La propuesta viene de la joven
estadounidense Vivienne Harr. Solo tiene 16 años, pero le sobra motivación: con
8, logró recaudar un millón de dólares vendiendo limonada para combatir la
esclavitud infantil. Ahora ha puesto en marcha el Laudato Tree Project (juego
de palabras con la encíclica del Papa Francisco Laudato si y
la palabra tree, árbol en inglés) para financiar la labor de la
fundación Juan Pablo II para el Sahel.
Primera fase, de julio a
noviembre
La entidad del padre Kiema
aportará su experiencia, y su vasta red de contactos con 400 parroquias (con
sus miles de aldeas) y 43 Cáritas diocesanas en nueve países (Burkina Faso,
Cabo Verde, Gambia, Guinea Bissau, Mali, Mauritania, Níger, Senegal y Chad).
Hasta el 15 de julio, están recibiendo los proyectos de las distintas
entidades, que un equipo técnico analizará antes de asignar los fondos. Tienen
la gran ventaja de que «no hay ni una Cáritas en la región que no haya
ejecutado ya un proyecto así».
Los fondos empezarán a
distribuirse a finales del mismo mes, y en noviembre se evaluará una primera
fase de plantación de 100.000 árboles. Según el sacerdote, este seguimiento es
esencial para que el proyecto sea sostenible a nivel local.
Laudato Tree se puso de
largo el 10 de mayo, exactamente 40 años después de que Juan Pablo II suplicara
a la comunidad internacional desde Uagadugú (Burkina Faso): «Escuchad todos
esta llamada, escuchad estas voces del Sahel y de todos los países víctimas de
la sequía sin ninguna excepción». Su sucesor, Francisco, saludó la iniciativa
durante el rezo del regina coeli y pidió que «muchos sigan el
ejemplo de solidaridad de estos jóvenes».
María Martínez López
Fuente: Alfa y Omega