"Han
pasado los años y sigo recordando tantos regalos que el Señor me ha dado en mi
vida misionera"
Doy
gracias a Dios de encontrarme, una vez más en mi tierra. En Segovia nací y
crecí dentro de una familia religiosa: soy la mayor de seis hermanos.
Mis
años de niña y adolescente los viví, claro está, en el hogar familiar, pero
también pasé muchas horas en el colegio de las Hijas de Jesús, en esta ciudad,
donde realicé mis estudios de Magisterio. ¡De esto hace ya muchos años! Y fue
en este colegio donde sentí que Dios me llamaba a trabajar en su viña. Allí
experimenté fuertemente la llamada de Dios a la vida religiosa.
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De
la República Dominicana di un salto a Bolivia. Han pasado desde entonces
cuarenta y seis años. A lo largo de ellos he hecho de todo. Cuando llegué estaba
comenzando la obra de “FE y ALEGRÍA” que había fundado el Padre Vela,
jesuita, en Caracas, con un grupo de
jóvenes universitarios que comenzaron a reunirse en una habitación destartalada
que les ofreció un vecino del barrio. Actualmente FE y ALEGRÏA está extendida
por diversos países. En Bolivia la primera escuela la fundaron los jesuitas en
La Paz. La segunda, fue la nuestra, en Santa Cruz, en un barrio marginal, con
familias muy pobres. Allí estuve muchos años trabajando entre ellos.
Aquellos
años, por la década de los setenta , varias congregaciones religiosas
abrieron escuelitas insertas en el
campo. Nosotras nos inclinamos por el oriente boliviano en una zona de
colonización de campesinos quechuas. Visitábamos a las familias que nos recibían
siempre muy bien. Carecíamos de muchas cosas: en aquellos años no había allí
carreteras, ni luz, ni agua, pero nunca
nos faltó el cariño y la cercanía de las personas. Participábamos de sus
alegrías y de sus penas. Éramos sus madrecitas, así nos llamaban. Teníamos la
suerte de contar entre nosotras con una hermana enfermera dedicada
completamente a la salud: ¡cuántas vidas salvó
de picaduras de víboras y de otros insectos…! Diez años estuve
trabajando en este poblado de san Germán.
Mi
siguiente destino fue Potosí. A cuatro mil metros de altura. También trabajé
allí en una escuela de FE Y ALEGRÍA. Además de la altura había que contar con
el frío. No todas las personas lo soportan. Yo, gracias a Dios no tuve ningún
problema. Me adapté muy bien.
Potosí
es un centro minero muy importante, de gran riqueza en minerales, sobre todo,
en plata y estaño. Allí se encuentra el CERRO RICO donde dicen los bolivianos
que los españoles sacaron tanta plata como para poder construir un puente entre
Bolivia y España. ¿No exagerarán…?
De
Potosí pasé a Buen retiro, un pueblecito
de COCHABAMBA, donde tenemos una obra muy bonita: un internado mixto de niños y
niñas, hijos de campesinos que por la pobreza de las familias difícilmente
pueden hacer una carrera universitaria. Hacen el bachillerato y, a la vez, una
rama técnica: carpintería, mecánica, electricidad para los muchachos y corte y confección para las mujeres. Se les
prepara para la vida.
Y
termino con mi último destino: Cochabamba. Donde tenemos la residencia para las
religiosas mayores. En Bolivia hemos
gastado lo mejor de nuestras vidas… Desde allí queremos saltar hasta el cielo.
Y allí nos juntaremos todos…
Hna. Salvadora Arnanz, Hija de
Jesús, misionera