El
Papa Francisco acaba de publicar la esperada encíclica Laudato si' que trata
-dice literalmente- "sobre el cuidado de la casa común". Cuidar de la casa
común, es en sí lo esencial de la labor misionera de la Iglesia que ha hermanado
pueblos a lo largo de toda la historia, contribuyendo a hacer del mundo la casa
común de los hijos de Dios.
El
Papa dice que "en esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con
todos acerca de nuestra casa común" (ibíd.). Ya solo en la intencionalidad se ve
que se trata de la prolongación -en cierto modo- del propósito y el objetivo de
la anterior encíclica. Si la Evangelium gaudium se dirigía a la Iglesia para que
saliera de sí llevando el evangelio hacia las periferias, en esta nueva
encíclica Laudato si' el
Papa da un paso en este sentido de diálogo con el mundo y además acerca del
mundo mismo en el que vivimos. El Papa Francisco dirige su atención no a
temas más o menos importantes pero periféricos, sino al núcleo mismo de la
cuestión humana: el significado de la existencia del hombre en el
mundo.
Sin
ser un documento misionero, ni estrictamente sobre la actividad misionera de la
Iglesia, no deja de tener una gran importancia en este ámbito. Hay que recordar
que para el Papa "la salida misionera es el paradigma de toda obra de la
Iglesia" (EG 15). El papa Francisco lo muestra al vivo a toda la Iglesia
en esta encíclica en el fondo y en la forma. En el fondo por el tema que trata,
en la forma por el modo en que hace la exposición. El Papa elige como tema de
diálogo un tema que efectivamente es crucial en cada momento de la
historia del hombre, como es el modo de vida que debe desarrollar en las
condiciones económicas, científicas, técnicas, culturales, etc. en que se
desenvuelve. Un tema de la mayor importancia sobre todo en estos tiempos de
globalización. Es el capítulo primero de la encíclica "Lo que le está
pasando a nuestra casa", donde hace un repaso a los problemas que nos conciernen
a todos.
El
papa Francisco aborda el segundo capítulo resumiendo "El Evangelio de la
creación". Comienza con la pregunta: "¿Por qué incluir en este documento,
dirigido a todas las personas de buena voluntad, un capítulo referido a
convicciones creyentes?" (n. 62) y la razón es que "la ciencia y la religión,
que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo
intenso y productivo para ambas" (ibíd.). Con ello el Papa muestra y pone en
práctica una manera de evangelizar en el mundo de hoy, como ya había apuntado en
la Evangelium gaudium (nn. 242 y 243): El diálogo entre la fe, la razón y las
ciencias. No tiene ningún reparo en mantener firmemente que "la Iglesia Católica
está abierta al diálogo con el pensamiento filosófico" (n. 63) y afirmar con la
misma fuerza y claridad "cómo las convicciones de la fe ofrecen a los
cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el
cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles" (n. 64).
Este diálogo fecundo arroja luz para que el Papa en el capítulo tercero detecte
la "Raíz humana de la crisis ecológica" y pueda en el cuarto abordar
"Una ecología integral" y en el quinto "Algunas líneas de orientación y
acción". Muy interesante para el diálogo evangelizador con el mundo es el último
capítulo que lleva por título "Educación y espiritualidad ecológica",
porque expone las bases para una "humanidad que necesita cambiar" (n. 202) y que
el Papa precisa: "Hace falta la conciencia de un origen común, de una
pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica
permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida"
para hacer frente al desafío de la época actual.
En
todo lo expuesto en la encíclica se ve cómo late un aliento misionero
auténtico y profundo, muy propio del papa Francisco y de su empeño por
hacer de la Iglesia una "Iglesia en salida". Hay que poner en evidencia que
ya el mismo propósito de la encíclica, cuidar de la casa común, es en sí lo
esencial de la labor misionera de la Iglesia. Más allá de la gran labor
de promoción humana, cultural, social, económica, técnica, etc. que han
desempeñado y desempeñan los misioneros y misioneras en todo el mundo, hay
que recordar que el misionero es "el hermano universal", como lo definió
san Juan Pablo II en la encíclica misionera Redemptoris missio en el número 89.
La actividad misionera de la Iglesia es el testimonio permanente de
que el mundo es obra de un Dios Padre de todos que cuida de todos sus hijos e
hijas y que encomienda esa misión a la Iglesia. Misioneros y misioneras
hacen visibles los vínculos de fraternidad universal que nos unen con todos los
hombres y pueblos, más allá de las fronteras de todo tipo, sean geográficas,
sociales o culturales como también políticas o religiosas. La labor misionera
de la Iglesia ha hermanado pueblos a lo largo de toda la historia,
contribuyendo a hacer del mundo la casa común de los hijos de
Dios.
La
encíclica Laudato si' es una magnífica aportación que el papa Francisco
hace al diálogo de la Iglesia con el mundo. Lo hace -como es su estilo- con el
ejemplo de su vida y de su palabra. Con la nueva encíclica el Papa sigue
aportando luz a la Iglesia en su camino de conversión pastoral para su
renovación y transformación misionera. Es una profunda reflexión, que está llena
también de sugerencias para la práctica y la acción personal, social y eclesial,
que llevará a nuevos estilos de vida más acordes con la verdad que el mundo que
Dios ha creado y nos ha confiado es la casa común de todos. "Dios, que nos
convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz
que necesitamos para salir adelante" (n. 245), es decir, para hacer nuestra
vida cristiana personal y eclesial más misionera.
Juan
Martínez
OMP España