El Papa Francisco se reunía ayer con los participantes en la 39 Conferencia de
la FAO y les pedía no bajar la guardia ante las necesidades que plantea la
alimentación en el mundo. La Conferencia General de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha organizado varios
eventos alrededor del tema de la lucha contra el hambre en el mundo, con motivo
la exposición universal sobre el tema de alimentos y energía que se celebró la
pasada semana en Milán.
Pero así se olvida que, si en un
país la pobreza es un problema social al que pueden darse soluciones, en otros
contextos es un problema estructural y no bastan sólo las políticas sociales
para afrontarla. Esta actitud puede cambiar si reponemos en el corazón de las
relaciones internacionales la solidaridad, transponiéndola del vocabulario a las
opciones de la política: la política del otro. Si todos los Estados miembros
trabajan por el otro, los consensos para la acción de la FAO no tardarán en
llegar y, más aún, se redescubrirá su función originaria, ese «fiat panis» que
figura en su emblema.
Pienso
también en la educación de las personas para una correcta dieta alimenticia. En
mis encuentros cotidianos con Obispos de tantas partes del mundo, con personajes
políticos, responsables económicos, académicos, percibo cada vez más que hoy
también la educación nutricional tiene diferentes variantes. Sabemos que en
Occidente el problema es el alto consumo y los residuos. En el Sur, sin embargo,
para asegurar el alimento, es necesario fomentar la producción local que, en
muchos países con «hambre crónica», es sustituida por remesas provenientes del
exterior y tal vez inicialmente a través de ayudas. Pero las ayudas de
emergencia no bastan, y no siempre llegan a las manos adecuadas. Así se crea
dependencia de los grandes productores y, si el país carece de los medios
económicos necesarios, entonces la población termina por no alimentarse y el
hambre crece”.
Y
más adelante el Papa Francisco añadía: “Debemos partir de nuestra vida cotidiana
si queremos cambiar los estilos de vida, conscientes de que nuestros pequeños
gestos pueden asegurar la sostenibilidad y el futuro de la familia humana. Y
sigamos luego la lucha contra el hambre sin segundas intenciones. Las
proyecciones de la FAO dicen que para el año 2050, con nueve mil millones de
personas en el planeta, la producción tiene que aumentar e incluso duplicarse. En lugar de dejarse impresionar ante los datos, modifiquemos nuestra relación de
hoy con los recursos naturales, el uso del suelo; modifiquemos el consumo, sin
caer en la esclavitud del consumismo; eliminemos el derroche y así venceremos el
hambre.
La
Iglesia, con sus instituciones e iniciativas camina con ustedes, consciente de
que los recursos del planeta son limitados y su uso sostenible es absolutamente
urgente para el desarrollo agrícola y alimentario. Por eso se compromete a
favorecer ese cambio de actitud necesario para el bien de las generaciones
futuras. Que el Todopoderoso bendiga el trabajo de ustedes”.
Fuente: OMPRESS