Es un príncipe Bandounga, pero Armel tuvo que
mendigar para llegar a España
Salió
de su Camerún natal días después de prometerse sobre el cuerpo sin vida de su
tío, fallecido por falta de atención médica, que mejoraría la situación de su
país.
Estuvo a punto de morir de sed en el desierto y de ahogarse en el
Mediterráneo.
Se convirtió al cristianismo en Marruecos, donde «vivía como un
animal». Este sábado ha presentado su ONG en Madrid.
Nya
Tankoua Armel es príncipe de Bandounga, un antiguo reino –antes próspero, ahora
igual de pobre que el resto del país– situado al oeste de Camerún. Pero el
Mediterráneo no distingue entre príncipes o mendigos cuando trata de cobrarse
una nueva víctima. En sus aguas, entre 2014 y 2016, han perecido más de 10.000
amas de casa, estudiantes, policías, ingenieros, bomberos, comerciantes…,
migrantes que huían de la guerra o el hambre.
Aquella
noche de 2006 era un príncipe que trataba de ganarle la batalla al mar. Pero la
lucha era desigual. Armel pretendía completar a nado los dos kilómetros que
separan Marruecos de Ceuta con una mujer embarazada a cuestas, que no sabía
nadar –es habitual que los migrantes se lancen al mar en parejas: uno que sabe
nadar acompaña a uno que no sabe–. La mujer llevaba un neumático alrededor de
la cintura, pero «se desinfló y comenzó a hundirse», explica Armel. «Hice lo
que pude para salvarla, pero perdió el conocimiento».
La
lucha del príncipe por salvar a la mujer alertó a la Guardia Civil, que se
acercó al lugar y les subió a su embarcación. «En lugar de llevarnos a lugar
seguro y ayudar a la mujer a recuperarse, nos devolvieron cerca de la costa de
Marruecos y nos echaron de nuevo al mar», recuerda Armel. La mujer logró
sobrevivir, el hijo que esperaba no.
No
era la primera vez que el camerunés tenía un incidente con la Policía en su
camino hacia España. Las Fuerzas de Seguridad de Argelia le sorprendieron –a él
y a otros compañeros– después de varios días vagando por el desierto del
Sáhara, «echaron tierra en la poca agua que teníamos y nos dejaron allí».
Sin
agua y sin comida, los compañeros de Armel fueron cayendo uno a uno. Poco
después el príncipe de Bandounga corrió la misma suerte. «Cerré los ojos y
perdí la consciencia. Pensé que era el final, que iba a morir en ese mismo
instante». Y lo habría hecho de no ser por un nómada que le recogió y le llevó
a un campamento militar en Níger, donde pudo restablecer sus fuerzas y
continuar su viaje.
«Vivía como un animal»
Tras
el desierto llegó el bosque. En concreto, el de Gurugú, en la frontera con
Melilla, y el de Castillejos, en la frontera con Ceuta, donde «vivía casi como
un animal. Era durísimo. Comíamos de la basura y de lo que sacábamos
mendigando». A pesar de las difíciles condiciones de vida, es allí donde Armel
redescubrió el catolicismo, en el que había sido educado desde pequeño pero que
había abandonado primero por el budismo y, desde 1999, por el islam: «Tuve una
crisis de fe. Me sentía abandonado por Dios» y es en medio del bosque, a miles
de kilómetros de su hogar, donde volvió «a sentir y a ver a un Dios cercano y
presente», explica a Alfa y Omega. Acto seguido, le entregó su rosario
musulmán a un amigo de Costa de Marfil que vivía en el bosque con él.
La conversión de Armel
Armel
intentó cruzar a la orilla española en 2006. Fue entonces cuando tuvo lugar el
suceso con la mujer embarazada. Un año después, en 2007, lo volvió a intentar,
pero esta vez al que arrastró el mar fue a su amigo Lucien, que tampoco sabía
nadar. Armel se desmayó. «No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero me
recuperé, vomité y recé tres avemarías». Extenuado, quiso volver a la playa
marroquí, pero «cinco minutos más tarde la Guardia Civil llegó y nos recogió».
Los
agentes pusieron rumbo a Ceuta donde, en el muelle, esperaba un coche que los
trasladó al Centro de Acogida Temporal de Inmigrantes (CETI). Al llegar «nos
metieron en la ducha para desinfectarnos con todo tipo de productos». Allí pasó
cinco meses, desde agosto hasta diciembre Después le trasladaron a Sevilla.«Yo
no quería ir, pero si me mandaba el Señor sabía que encontraría la felicidad».
Una
vez allí, aconsejado por la hermana Paula, de la Asociación Elín que trabaja
con jóvenes inmigrantes, Armel se presentó al sacerdote Juan Manuel Palma
Martínez. «Le dije que venía desde Ceuta en nombre de Paula. Al escucharlo me
tendió la mano y, cuando se la di, me agarró con fuerza y me dio un abrazo.
Cuántas veces recordaré ese abrazo. A partir de ahí sentí que empecé a
recuperarme como persona».
En
la parroquia trabajaba como voluntaria Teresa, a la que Armel conoció y con la
que se casó en 2012. Actualmente, el príncipe trabaja de montador aeronáutico y
este sábado, 17 de junio, ha presentado la ONG Makwebo en Madrid.
Con
la organización, Armel ha dado cumplimiento a la promesa que se hizo «el día
del entierro de mi tío, llorando sobre su cuerpo frío». Había fallecido por
falta de atención médica y de recursos sanitarios. Aquel día, con 29 años, «me
prometí que no volvería a enterrar por este motivo a nadie más de mi familia.
Tenía que hacer algo para mejorar aquella situación». Justo una semana después
emprendió su viaje.
José
Calderero
Fuente:
Alfa y Omega