Monseñor Erkolano Lodu Tombe, presidente de Cáritas de
Sudán del Sur
El
obispo de Yei, al sur de Sudán del Sur, ha visitado España en «peregrinación» a
la cuna de la Obra de la Iglesia, de la que es el primer adherido africano.
Unos días antes, como presidente de Cáritas de su país, monseñor Erkolano Lodu
Tombe (1943) participó en Roma en una reunión de Solidaridad con Sudán del Sur,
iniciativa de las uniones de superiores y superioras generales.
Se
pospone la visita del Papa a Sudán del Sur con el primado anglicano, Justin
Welby. Francisco había mostrado en febrero su deseo de viajar al país, aunque
se estaba estudiando si era seguro ir a un país en plena guerra civil, después
de que la frágil paz alcanzada en 2015 se rompiera en verano pasado.
¿Decepcionado?
No
es algo dramático que el viaje no sea ahora. Nosotros seguiremos adelante con
nuestro trabajo. Creo que en algún momento habrá visita. Y será muy bueno que
vengan los dos, [Francisco y Justin Welby], porque entre los combatientes de
ambos bandos hay católicos y anglicanos.
¿Qué significaría esta
visita?
El
Papa quiere venir para realizar su ministerio de constructor de paz. La gente
lo oirá… que lo escuchen ya es otra cosa. Escuchar significaría dejar de
luchar. Los obispos tenemos la impresión de que el Gobierno no nos presta
atención. Continuamente pedimos diálogo, preguntamos por qué luchamos entre
cristianos… Intentamos hablar con los diferentes grupos sobre sus quejas,
buscando puntos de acuerdo… Respetan todo esto, pero siguen luchando. No nos
escuchan mucho. Mi oración es para que los soldados se cansen de luchar.
Entonces se podrá construir la paz.
¿Tan enquistado está el
conflicto?
Es
una lucha de poder. También hay un elemento étnico, pero por debajo yo creo que
está la cuestión del robo de ganado entre distintas etnias de pastores. Esto se
proyecta en la lucha entre tribus. Hay otras etnias que se dedican a la
agricultura, sobre todo en Ecuatoria –en el sur, donde está Yei–. Se sienten
discriminadas por el Gobierno, y además los pastores llevan allí sus rebaños y
se comen incluso los cultivos. A veces quieren decir «basta» e ir también ellos
a la guerra. Es un peligro que existe.
Debe de ser frustrante
lograr independizarse de un régimen islamista hostil en 2011 y que solo dos
años después estalle una guerra civil.
La
gente sufre más porque no ve el final de todo esto. Llevamos dos guerras en
seis años. Yo les digo: «No sé cuándo, pero esta guerra acabará, porque solo Dios
es eterno». Piensan, como el pueblo de Israel en el desierto, que quizá hubiera
sido mejor no ser independientes. Yo no lo comparto. Ahora somos libres.
Debemos estar orgullosos, y hacer buen uso de ello. El mismo día de la
independencia hice esta pregunta: «Ya somos libres. Pero, ¿para qué?». Para
crecer y desarrollarnos, para vivir en paz, para que nuestros hijos crezcan
como los del resto de países. Con esta otra guerra, estamos aprendiendo el
verdadero sentido de la libertad: a ser responsables y no abusar de ella.
¿Tienen los sursudaneses
recursos para construir un país estable?
Todavía
no. Es difícil, y lleva tiempo. ¿Cuántas guerras hubo en Europa durante siglos?
Hace falta construir la nación a través de la educación. Pero no va a ocurrir
de un día para otro. Necesitamos un líder que mire por el bien de todos, no
solo de su grupo, y que esté dispuesto a castigar a quien hace algo mal. Hay
mucha impunidad.
El Gobierno ha declarado
la hambruna. ¿Se debe a solo a la guerra o hay también causas naturales?
Antes,
la negaban por motivos políticos. Pero, además, no han incluido a Ecuatoria,
nuestra zona, que es donde más gente está muriendo. ¿Por qué esta
discriminación? Cuando hay sequía o inundaciones, claro que es una catástrofe
natural. Pero la principal causa del hambre ahora es la guerra. En Yei, mi
diócesis, no hay sequías y ahora hay más de 100.000 personas atrapadas sin
alimentos. En julio, todo el mundo se marchó de la ciudad, pero los que vivían
fuera, en las zonas de combate, se refugiaron en ella. Luego, los rebeldes y el
Gobierno cortaron las carreteras. Cuando dos elefantes luchan, quien sufre es
la hierba.
¿Qué ha ocurrido desde
entonces?
No
se ha podido cosechar ni cultivar desde julio. En la región hay alimentos, pero
se los comen los soldados o los venden a unos precios tan altos que la gente no
los puede comprar. Los colegios abren a las ocho, pero a las diez los niños se
empiezan a marchar a casa porque tienen demasiada hambre, y a mediodía ya no
quedan ni los profesores. Los padres están cada vez más débiles porque dan lo
poco que tienen a sus hijos. Si seguimos sin comida, todos comenzarán a morir.
¿No reciben ayuda?
Prácticamente
nada. Quizá las ONG ayudan donde está declarada la hambruna. Un grupo ecuménico
de los católicos, anglicanos y presbiterianos de Yei, llamado La Voz de la
Iglesia, trajimos un cargamento por avión –la única forma posible– con ayuda
del Programa Mundial de Alimentos. Pero fue en octubre y ya eso se acabó. Ahora
estamos intentando organizar otro. No sé quién vendrá en nuestro auxilio.
María
Martínez López
Fuente: Alfa y Omega