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14 de octubre de 2013

HISTORIA VIVIDA EN UN VERANO SOLIDARIO EN HAITÍ


Va siendo habitual que la Hna. Natividad Ruiz, Carmelita de la Caridad de Vedruna, que trabaja en la pastoral de la diócesis de Segovia, cada año junto con un grupo de voluntarios van a pasar el verano a Haití para poner su grano de arena en la reconstrucción de dicho país.

Este verano ha formado parte de este grupo Ángel Gracia y es él quien nos cuenta su experiencia tan rica e interesante durante el mes de agosto.   Leer más...



TRES AÑOS Y OCHO MESES DESPUÉS.-

El 12 de enero de 2.010, sobre las 16,53, hora local, la tierra resquebrajó Haití. Tres años y ocho meses después, paseando por las inmediaciones de su catedral, aún se sienten los gritos desgarradores de pánico y desconcierto. Sus paredes agrietadas y semiderruidas, a cielo abierto, sirven de reclamo al recuerdo de lo que debió ser una majestuosa basílica. Un enorme Cristo crucificado permanece milagrosamente en pie entre los escombros, como testigo enmudecido por el impacto del horror.

Los cascotes hacen las veces de guarida de ratas del tamaño de conejos, que conviven con tullidos, tiñosos, limosneros y niños desnudos, en un equilibrio inexplicable, sobreviviendo gracias al aporte energético de los desperdicios y la inmundicia. Trescientas veinte mil personas fallecieron en aquella hecatombe. Ciento cincuenta mil de ellas, en Puerto Príncipe. Casi cuatrocientos mil heridos quedaron con secuelas físicas permanentes, y un millón y medio de personas perdieron sus casas.

A unos pocos pasos, se encuentra el gran mercado, donde todo se compra, se vende, se trapichea. Discusiones, atracos y peleas forman parte del paisaje. Naciones Unidas no interviene en el interior de ese entramado de calles donde la basura no se recoge jamás. Sus soldados permanecen fuera, alrededor de sus bases, armados hasta los dientes, defendiendo no se sabe muy bien qué. En el centro de la capital, uno toma plena consciencia de que su vida no vale nada.

Tres años y ocho meses después, Haití continúa durmiendo bajo cuatro estacas y un plástico incapaz de contener el agua que cae a cubos cuando comienza a llover y se vuela cada vez que les visita de una tormenta. Los barrios se organizan sobre la plantación desestructurada de tiendas de campaña “a la buena de Dios”. Largas colas de mujeres y niños se congregan alrededor de un único pozo, con sus bidones de plástico, a la espera de recoger un agua de dudosa potabilidad. La luz proviene de la inagotable energía del sol, ya que, en los escasos lugares en los que se ha instalado la electricidad, ésta no funciona.

Algunas jóvenes de no más de veinte años, han pasado ya en cuatro ocasiones por la experiencia del parto y la maternidad: el mayor, fruto de la violación de su padrastro; el siguiente, de quien creía el amor de su vida y la abandonó en cuanto se le abultó la tripa; el tercero, por desfogarse de la calentura consecuencia de dormir junto a su primo noche tras noche en el reducido habitáculo donde todos se revuelven; y, al fin, el pequeño, por creer en las palabras de prosperidad que un negro le prometió si accedía a sus deseos.

A todo esto, muchos, muchísimos países, alardean de su presencia (¿humanitaria?) en la isla. Yo me pregunto qué pintan allí representaciones de naciones como Nigeria o Pakistán. Soldados, armas, bases militares, oficinas suntuosas, funcionarios y “sueldazos”, bajo el velo impoluto de “Naciones Unidas”, se pasean en sus  “Todoterreno” de lujo, con los cristales tintados y el aire acondicionado a todo trapo, sin mirar a la población. Compran en sus propios supermercados inaccesibles a los haitianos. Montan sus mercadillos personales.

Acuden a sus playas privadas, a treinta dólares el baño. Bailan en sus discotecas. Cenan en sus restaurantes y algunos, satisfacen la soltería del destino en sus prostíbulos de lujo. Los recursos económicos de tan insigne Organización se diluyen en el propio autoabastecimiento de su estructura caduca, piramidal, que esconde la satisfacción de un interés político y económico.

En este maremágnum, te topas de bruces con la profundidad de unos ojos que te invitan a

penetrar en las entrañas de la verdadera naturaleza del ser. El revoltijo de emociones se desvanece cuando accedes a la esencia de un niño que te deslumbra con la luz cegadora de su mirada y la sonrisa blanca en medio de su cara negra. El crío disputa con sus amigos el honor de agarrarte de la mano; engulle con avidez cada concepto que le enseñas; se cuelga de tu cuello, se engancha a tus caderas, te tira del pelo para comprobar que es de verdad; y termina explotando su alegría en un beso en la mejilla cargado de amor verdadero y pura espontaneidad.

- Gracias, tío Ángel.
- ¿Para qué negar que Kendhi era mi favorito?.
- Me has enseñado tantas cosas… .
- Él no sabía que quien más había aprendido era aquel provisional profesor, observándole.
- Estos días han sido los mejores de mi vida.
- Sus palabras resuenan grabadas en la profundidad de mi ser, escondidas tras los latidos de mi corazón.


Natividad Ruiz, Carmelita Vedruna, nos ha regalado su presencia en nuestra capital desde hace ya muchos años. La ayuda de numerosos segovianos ha servido para que ciento cincuenta seres angelicales tuvieran dos comidas diarias, una formación y una visión de vida diferente, en el campamento de verano que ella ha montado. Nati no para. Tras su colaboración en la puesta en marcha de la panadería en Tabarré, Puerto Príncipe (que proporciona pan y trabajo para la barriada) pretende, en colaboración con la congregación haitiana de San Vicente de Paúl, poner en funcionamiento una herrería (que ya ha levantado) y una fábrica de costura para las mujeres del barrio.

Gracias a todos los que habéis colaborado. Doy fe de que el dinero donado a Nati ha llegado íntegro a su destino. Cada euro ha cumplido su misión. Ni  un solo céntimo se ha enjuagado por el camino.

Fdo.: Ángel Gracia Ruiz.
            -Abogado-
          angelgra@telefonica.net