Va siendo habitual que la
Hna. Natividad Ruiz, Carmelita de la Caridad de Vedruna, que trabaja en la
pastoral de la diócesis de Segovia, cada año junto con un grupo de voluntarios
van a pasar el verano a Haití para poner su grano de arena en la reconstrucción
de dicho país.
Este verano ha formado parte
de este grupo Ángel Gracia y es él quien nos cuenta su experiencia tan rica e
interesante durante el mes de agosto.
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TRES AÑOS Y OCHO MESES
DESPUÉS.-
El 12 de enero de 2.010,
sobre las 16,53, hora local, la tierra resquebrajó Haití. Tres años y ocho
meses después, paseando por las inmediaciones de su catedral, aún se sienten
los gritos desgarradores de pánico y desconcierto. Sus paredes agrietadas y
semiderruidas, a cielo abierto, sirven de reclamo al recuerdo de lo que debió
ser una majestuosa basílica. Un enorme Cristo crucificado permanece
milagrosamente en pie entre los escombros, como testigo enmudecido por el
impacto del horror.
Los cascotes hacen las veces
de guarida de ratas del tamaño de conejos, que conviven con tullidos, tiñosos,
limosneros y niños desnudos, en un equilibrio inexplicable, sobreviviendo
gracias al aporte energético de los desperdicios y la inmundicia. Trescientas
veinte mil personas fallecieron en aquella hecatombe. Ciento cincuenta mil de
ellas, en Puerto Príncipe. Casi cuatrocientos mil heridos quedaron con secuelas
físicas permanentes, y un millón y medio de personas perdieron sus casas.
A unos pocos pasos, se
encuentra el gran mercado, donde todo se compra, se vende, se trapichea.
Discusiones, atracos y peleas forman parte del paisaje. Naciones Unidas no
interviene en el interior de ese entramado de calles donde la basura no se
recoge jamás. Sus soldados permanecen fuera, alrededor de sus bases, armados
hasta los dientes, defendiendo no se sabe muy bien qué. En el centro de la
capital, uno toma plena consciencia de que su vida no vale nada.
Tres años y ocho meses
después, Haití continúa durmiendo bajo cuatro estacas y un plástico incapaz de
contener el agua que cae a cubos cuando comienza a llover y se vuela cada vez
que les visita de una tormenta. Los barrios se organizan sobre la plantación
desestructurada de tiendas de campaña “a la buena de Dios”. Largas colas de
mujeres y niños se congregan alrededor de un único pozo, con sus bidones de
plástico, a la espera de recoger un agua de dudosa potabilidad. La luz proviene
de la inagotable energía del sol, ya que, en los escasos lugares en los que se
ha instalado la electricidad, ésta no funciona.
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A todo esto, muchos,
muchísimos países, alardean de su presencia (¿humanitaria?) en la isla. Yo me
pregunto qué pintan allí representaciones de naciones como Nigeria o Pakistán.
Soldados, armas, bases militares, oficinas suntuosas, funcionarios y
“sueldazos”, bajo el velo impoluto de “Naciones Unidas”, se pasean en sus “Todoterreno” de lujo, con los cristales
tintados y el aire acondicionado a todo trapo, sin mirar a la población.
Compran en sus propios supermercados inaccesibles a los haitianos. Montan sus mercadillos
personales.
Acuden a sus playas
privadas, a treinta dólares el baño. Bailan en sus discotecas. Cenan en sus
restaurantes y algunos, satisfacen la soltería del destino en sus prostíbulos
de lujo. Los recursos económicos de tan insigne Organización se diluyen en el
propio autoabastecimiento de su estructura caduca, piramidal, que esconde la
satisfacción de un interés político y económico.
En este maremágnum, te topas
de bruces con la profundidad de unos ojos que te invitan a
penetrar en las
entrañas de la verdadera naturaleza del ser. El revoltijo de emociones se
desvanece cuando accedes a la esencia de un niño que te deslumbra con la luz
cegadora de su mirada y la sonrisa blanca en medio de su cara negra. El crío
disputa con sus amigos el honor de agarrarte de la mano; engulle con avidez
cada concepto que le enseñas; se cuelga de tu cuello, se engancha a tus
caderas, te tira del pelo para comprobar que es de verdad; y termina explotando
su alegría en un beso en la mejilla cargado de amor verdadero y pura
espontaneidad.
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- Gracias, tío Ángel.
- ¿Para qué negar que Kendhi
era mi favorito?.
- Me has enseñado tantas
cosas… .
- Él no sabía que quien más
había aprendido era aquel provisional profesor, observándole.
- Estos días han sido los
mejores de mi vida.
- Sus palabras resuenan
grabadas en la profundidad de mi ser, escondidas tras los latidos de mi
corazón.
Natividad Ruiz, Carmelita
Vedruna, nos ha regalado su presencia en nuestra capital desde hace ya muchos
años. La ayuda de numerosos segovianos ha servido para que ciento cincuenta
seres angelicales tuvieran dos comidas diarias, una formación y una visión de
vida diferente, en el campamento de verano que ella ha montado. Nati no para.
Tras su colaboración en la puesta en marcha de la panadería en Tabarré, Puerto
Príncipe (que proporciona pan y trabajo para la barriada) pretende, en
colaboración con la congregación haitiana de San Vicente de Paúl, poner en
funcionamiento una herrería (que ya ha levantado) y una fábrica de costura para
las mujeres del barrio.
Gracias a todos los que
habéis colaborado. Doy fe de que el dinero donado a Nati ha llegado íntegro a
su destino. Cada euro ha cumplido su misión. Ni
un solo céntimo se ha enjuagado por el camino.
Fdo.: Ángel Gracia Ruiz.
-Abogado-
angelgra@telefonica.net