El
Papa Francisco nos propone en este mes de noviembre orar "Para
que los seminaristas, religiosos y religiosas jóvenes tengan
formadores sabios y bien preparados"
En
octubre el Papa Francisco se dirigía a los miembros de la Congregación
vaticana del Clero y les hablaba de qué significa ser sabios a la hora de formar
vocaciones, tan necesario especialmente en los
países de misión:
“Dios
no cesa de llamar algunos a seguirlo y servirlo en el ministerio ordenado.
Pero también nosotros, debemos hacer nuestra parte, mediante la formación, que
es la respuesta del hombre, de la Iglesia al don de Dios, ese don que Dios le
hace a través de las vocaciones. Se trata de custodiar y cultivar las
vocaciones, para que den frutos maduros. Ellas son un «diamante en bruto»,
que hay que trabajar con cuidado, respeto de las personas y paciencia, para que
brillen en medio del pueblo de Dios.
La formación, por tanto, no es un acción
unilateral, con el que alguien transmite nociones, teológicas o espirituales.
Jesús no dijo a quienes llamaba: «ven, te explico», «sígueme, te enseño»: ¡no!;
la formación que Cristo ofrece a sus discípulos se realiza, por el contrario, a
través de un «ven y sígueme», «haz como yo hago», y este es el método
que también hoy la Iglesia quiere adoptar para sus ministros. La formación
de la que hablamos es una experiencia discipular, que acerca a Cristo y permite
configurarse cada vez más con Él.
Un
parecido itinerario de descubrimiento y valoración de la vocación
tiene un fin preciso: la evangelización. Toda vocación es para la
misión y la misión de los ministros ordenados es la evangelización, en todas
sus formas. Ella parte en primer lugar del «ser», para luego traducirse en un
«hacer». Los sacerdotes están unidos en una fraternidad sacramental, por lo
tanto, la primera forma de evangelización es el testimonio de fraternidad
y de comunión entre ellos y con el obispo. De una semejante comunión puede
surgir un fuerte impulso misionero, que libra a los ministros ordenados de la
cómoda tentación de estar más preocupados del consentimiento del otro y del
propio bienestar en lugar de estar animados por la caridad pastoral, por el
anuncio del Evangelio, hasta las más remotas
periferias”.