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16 de octubre de 2015

OCTUBRE MISIONERO: IVÁN Y ULRICH, EL FRUTO DE LOS MISIONEROS

  Los párrocos de Navas de Oro y Pedraza fueron formados en las misiones de Colombia y Camerún
«Gracias a esta labor misionera, están con nosotros. Los dos sacerdotes son fruto de los misioneros, ahora de allí vienen para acá», declara Isaac Benito, director del Secretariado de Misiones del Obispado y antes misionero durante muchos años en África. Son el colombiano Iván Becerra y el camerunés Ulrich Edoa, el primero es el párroco de Navas de Oro y de varios pueblos más, el segundo, el responsable de la parroquia que atiende a Pedraza y sus alrededores.
Iván procede de la región colombiana del Amazonas lindera con Ecuador, Perú y Brasil, de clima tropical. Por eso lo que más extraña es el calor, y el frío de Segovia es lo único a lo que le cuesta acostumbrarse. 


Estudió en un colegio de Hermanos Maristas, donde nació su vocación «por el anuncio gozoso de los misioneros», que en su país muestran al Jesús «teórico» y «resaltan en primer lugar los derechos humanos, el derecho a la vida, la dignidad, la toma de conciencia moral», y después trabajan por el desarrollo de los pueblos, la educación y el impulso de proyectos sociales. 
El joven sacerdote advirtió pronto en su Colombia natal «el papel fundamental de la Iglesia en los países en conflicto como mediadora entre los gobiernos y las fuerzas que recurren a las armas». Y su estancia ahora en España, resalta, «es fruto de la acción misionera de muchos españoles y europeos».
Ulrich tiene nombre alemán, heredado de los religiosos centroeuropeos y holandeses que trabajan en Camerún y en muchos países de África, donde toda la formación básica, dice, «fue un regalo de los misioneros»; de la misma manera que «los políticos y los sacerdotes son fruto de la misión». 
Allí se dio cuenta «de la universalidad de la Iglesia» y decidió formarse y aprender idiomas. Afirma que aún le cuesta (aunque no se le nota) hablar bien español, y recuerda el día que llegó a Valleruela de Pedraza y encontró todas las casas cerradas. Gritó: «¡¿Dónde está la gente?!». Ya es uno más de la comunidad. 
Como Iván Becerra, Ulrich Edoa notó el choque cultural, pero se siente bien acogido. Ahora bien, acostumbrados a misas de hasta dos horas, cantadas y muy participativas, en Segovia han descubierto la prisa de los feligreses: sus misas no suelen pasar de 45 minutos.

Fuente: El Norte de Castilla/Segovia