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18 de octubre de 2015

OCTUBRE MISIONERO: MENSAJE DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR CON MOTIVO DEL DOMUND "MISIONEROS DE LA MISERICORDIA":

Queridos diocesanos:

Es domingo 18 de Octubre celebraremos el día del DOMUND, o de las Misiones, bajo el lema «misioneros de la misericordia». Como todos los años, esta Jornada nos recuerda que la vocación cristiana es inseparable de la responsabilidad que todo cristiano tiene de anunciar el evangelio a todas las gentes y en toda circunstancia.  

Todos los bautizados hemos recibido el mandato de Cristo: «Id y haced discípulos a todas las gentes». Ningún cristiano puede eximirse de esta obligación, o, como decía san Juan Pablo II, ningún cristiano puede permanecer ocioso a la hora de anunciar el Evangelio.

¿En qué consiste el anuncio del Evangelio?  El lema de este año nos lo recuerda con la palabra Misericordia, que nos habla de tener un corazón sensible y cercano a las necesidades de los demás. Dios es el Misericordioso por excelencia. De ahí, que, en el sermón de la montaña, Jesús nos pida ser «misericordiosos como vuestro Padre del cielo». Dios, en efecto, tiene entrañas de misericordia y lo ha mostrado a lo largo de toda la historia de salvación. La misericordia de Dios, sin embargo, se ha hecho visible y tangible en la persona de su Hijo Jesucristo, que constituye en centro del Evangelio. Por eso, evangelizar es anunciar a Jesús, sus hechos, sus palabras, sus milagros y, sobre todo, su muerte y resurrección. Este es el núcleo del Evangelio, que debemos proclamar con palabras y obras, con el testimonio de nuestra vida entregada al modo de Cristo.

Se es misionero en la vida cotidiana. En la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales, en los diversos ámbitos de convivencia. Para ello no es necesario «sermonear». El Papa Benedicto XVI decía sabiamente que un cristiano sabe cuándo tiene que hablar de Dios y cuándo tiene que callar. Lo que nunca podrá dejar de hacer es dar testimonio de Cristo con la palabra y con las obras, y siempre con la caridad que es la nota distintiva de Cristo y de sus discípulos.

El Evangelio está destinado a todos los hombres sin excepción: todos necesitan la buena de la salvación y todos necesitan la salvación que sólo Cristo nos ofrece. Nadie, excepto él, puede librarnos del pecado y de la muerte. Esa es la misión que ha recibido del Padre. Ahora bien, el Evangelio tiene unos destinatarios privilegiados: son los pobres. Los pobres que el mundo margina y olvida de manera injusta y tantas veces despiadada. Son aquellos que padecen hasta de manera física el pecado de los demás: la violencia, la avaricia, la esclavitud de todo tipo, la persecución por su fe, la explotación. Son los abandonados –niños, enfermos, ancianos-, los que carecen de un techo digno, de un trabajo que les haga sentirse personas útiles en medio de la sociedad. 

A ellos va dirigido el Evangelio de la Misericordia, que se manifiesta en las obras sostenidas por la fe. No se puede predicar al Dios de la Misericordia sin, al mismo tiempo, practicarla con la entrega de nosotros mismos, de nuestro tiempo y de nuestros bienes. No podemos anunciar el evangelio sin, como decía san Pablo, dar nuestras mismas personas al servicio de aquello que predicamos con alegría. Cristo ha venido para implantar en el mundo la justicia y la santidad, de manera que se haga visible su Reino en la práctica de un orden nuevo y justo que viene hecho realidad ya en él, en su persona que da la vida en redención por todos.
Seamos, por tanto, misioneros de la Misericordia, la misma que Dios ha tenido con nosotros cuando nos ha hecho cristianos, y nos ha enviado al mundo para dar testimonio de su amor. 

Pensemos especialmente en aquellos que no conocen a Cristo y viven, por tanto, en la ignorancia del amor de Dios, de su perdón infinito. Pensemos en los países donde la evangelización no progresa por falta de medios y de personas que la hagan posible. Hagamos memoria de los países donde los cristianos sufren persecución por su fe y tienen que abandonar su tierra, sus casas y posesiones. Entonces, la fe en Cristo se hará firme y poderosa en nosotros y escucharemos la llamada del Señor: «id y enseñad…», y sentiremos la misma pasión por el evangelio que abrasaba a san Pablo cuando decía: «ay de mí si no evangelizo».

+ César Franco

Obispo de Segovia.