Son pocos los hombres que tienen el corazón tan grande como para responder a la llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de la tierra. San Francisco Javier es uno de esos. Con razón ha sido llamado: "El gigante de la historia de las misiones" y el Papa Pío X lo nombró patrono oficial de las misiones extranjeras y de todas las obras relacionadas con la propagación de la fe.
La oración del día de su fiesta dice así: "Señor, tú has querido que varias naciones llegaran al conocimiento de la verdadera religión por medio de la predicación de San Francisco Javier". El famoso historiador Sir Walter Scott comentó: "El protestante más rígido y el filósofo más indiferente no pueden negar que supo reunir el valor y la paciencia de un mártir con el buen sentido, la decisión, la agilidad mental y la habilidad del mejor negociador que haya ido nunca en embajada alguna".
Francisco nació en 1506, en el castillo de Javier en Navarra, cerca de Pamplona, España. Era el benjamín de la familia. A los dieciocho años fue a estudiar a la Universidad de París, en el colegio de Santa Bárbara, donde en 1528, obtuvo el grado de licenciado. Dios estaba preparando grandes cosas, por lo que dispuso que Francisco Javier tuviese como compañero de la pensión a Pedro Favre, que sería como él jesuita y luego beato, también providencialmente conoció a un extraño estudiante llamado Ignacio de Loyola, ya bastante mayor que sus compañeros. Al principio Francisco rehusó la influencia de Ignacio el cual le repetía la frase de Jesucristo: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?".
Este pensamiento al principio le parecía fastidioso y contrario a sus aspiraciones, pero poco a poco fue calando y retando su orgullo y vanidad. Por fin San Ignacio logró que Francisco se apartara un tiempo para hacer un retiro especial que el mismo Ignacio había desarrollado basado en su propia lucha por la santidad. Se trata de los "Ejercicios Espirituales". Francisco fue guiado por Ignacio en aquellos días de profundo combate espiritual y quedó profundamente transformado por la gracia de Dios. Comprendió las palabras que Ignacio: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente".
Llegó a ser uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio, fundador de los jesuitas, consagrándose al servicio de Dios en Montmatre, en 1534. Hicieron voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera, poniéndose en todo caso a la total dependencia del Papa. Junto con ellos recibió la ordenación sacerdotal en Venecia, tres años más tarde, y con ellos compartió las vicisitudes de la naciente Compañía. Abandonado el proyecto de la Tierra Santa, emprendieron camino hacia Roma, en donde Francisco colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Bien dice el Libro del Eclesiástico: "Encontrar un buen amigo es como encontrarse un gran tesoro".
A las Misiones
En 1540, San Ignacio envió a Francisco Javier y a Simón Rodríguez a la India en la primera expedición misional de la Compañía de Jesús. Para embarcarse, Francisco Javier llegó a Lisboa hacia fines de junio. Inmediatamente, fue a reunirse con el P. Rodríguez, quien se ocupaba de asistir e instruir a los enfermos en el hospital donde vivía. Javier se hospedó también ahí y ambos solían salir a instruir y catequizar en la ciudad. Pasaban los domingos oyendo confesiones en la corte, pues el rey Juan III los tenía en gran estima. Esa fue la razón por la que el P. Rodríguez tuvo que quedarse en Lisboa. También San Francisco Javier se vio obligado a permanecer ahí ocho meses y, fue por entonces cuando escribió a San Ignacio: "El rey no está todavía decidido a enviarnos a la India, porque piensa que aquí podremos servir al Señor tan eficazmente como allí". Pero Dios tenía otros planes y Francisco Javier partió hacia las misiones el 7 de abril de 1541, cuando tenía 35 años, el rey le entregó un breve por el que el Papa le nombraba nuncio apostólico en el oriente.
El monarca no pudo conseguir que aceptase más que un poco de ropa y algunos libros. Tampoco quiso Javier llevar consigo a ningún criado, alegando que "la mejor manera de alcanzar la verdadera dignidad es lavar los propios vestidos sin que nadie lo sepa". Con él partieron a la India el P. Pablo de Camerino, que era italiano, y Francisco Mansilhas, un portugués que aún no había recibido las órdenes sagradas. En una afectuosa carta de despedida que el santo escribió a San Ignacio, le decía a propósito de este último, que poseía "un bagaje de celo, virtud y sencillez, más que de ciencia extraordinaria".
Otros cuatro navíos completaban la flota. En el barco viajaba el gobernador de la India, Don Martín Alfonso Sousa y, además de la tripulación, había pasajeros, soldados, esclavos y convictos. Entre la tripulación y entre los pasajeros había gente de toda clase, de suerte que Javier tuvo que mediar en reyertas, combatir la blasfemia, el juego y otros desórdenes. Francisco se encargó de catequizar a todos. Los domingos predicaba al pie del palo mayor de la nave. Convirtió su camarote en enfermería y se dedicó a cuidar a todos los enfermos, a pesar de que, al principio del viaje, los mareos le hicieron sufrir mucho a él también.
Pronto se desató a bordo una epidemia de escorbuto y sólo los misioneros se encargaban del cuidado de los enfermos. La expedición navegó meses para alcanzar el Cabo de Buena Esperanza en el extremo sur del continente africano y llegar a la isla de Mozambique, donde se detuvo durante el invierno; después siguió por la costa este del Afrecha oriental y se detuvo en Malindi y en Socotra. Por fin, la expedición llegó a Goa, el 6 de mayo de 1542 tardándoles el doble de lo normal. San Francisco Javier se estableció en el hospital hasta que llegaron sus compañeros, cuyo navío se había retrasado.
La Pérdida de la fe entre los Cristianos de las
Colonias
Goa era colonia portuguesa desde 1510. Había ahí
un número considerable de cristianos, con obispo, clero y varias
iglesias. Desgraciadamente, muchos de los portugueses se habían dejado
arrastrar por la ambición, la usura y los vicios, hasta el extremo de que
muchos abandonaban la fe. Los sacramentos habían caído en desuso; se usaba
el rosario para contar el número de azotes que mandaban dar a sus
esclavos. La escandalosa conducta los cristianos alejaba de la fe a los
infieles. Esto fue un reto para San Francisco Javier. Además, fuera
de Goa había a lo más, cuatro predicadores y ninguno de ellos era sacerdote. El
misionero comenzó por instruir a los portugueses en los principios de la
religión y a formar a los jóvenes en la práctica de la virtud. Después
de pasar la mañana en asistir y consolar a los enfermos y a los presos, en
hospitales y prisiones miserables, recorría las calles tocando una campanita
para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo. Estos acudían
en gran cantidad y el santo les enseñaba el Credo, las oraciones y la practica
de la vida cristiana.
Todos los domingos celebraba la misa a los
leprosos, predicaba a los cristianos y a los hindúes y visitaba las
casas. Su amabilidad y su caridad con el prójimo le ganaron muchas
almas. Uno de los pecados más comunes era el concubinato de los
portugueses de todas las clases sociales con las mujeres del país, dado que
había en Goa muy pocas portuguesas. Tursellini, el autor de la
primera biografía de San Francisco Javier, que fue publicada en 1594, describe
con viveza los métodos que empleó el santo para combatir aquella vida de
pecado. Por ellos, puede verse el tacto con que supo Javier predicar la
moralidad cristiana, demostrando que no contradecía ni al sentido común, ni a
los instintos verdaderamente humanos. Para instruir a los pequeños y a los
ignorantes, el santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música
popular, un método que tuvo tal éxito que, poco después, se cantaban las
canciones que él había compuesto, lo mismo en las calles que en las casa, en
los campos que en los talleres.
Misionero con los Paravas
Cinco meses más tarde, se enteró Javier de que en las
costas de la Pesquería, que se extienden frente a Ceilán desde el Cabo de Comorín hasta la isla de Manar, habitaba la tribu de los
paravas. Estos habían aceptado el bautismo para obtener la
protección de los portugueses contra los árabes y otros
enemigos; pero, por falta de instrucción, conservaban aún las supersticiones
del paganismo y practicaban sus errores1.. Javier partió en auxilio de esa tribu que "sólo sabía que era
cristiana y nada más". El santo hizo trece veces aquel viaje tan
peligroso, bajo el tórrido calor del sur de Asia. A pesar de la
dificultad, aprendió el idioma nativo y se dedicó a instruir y confirmar a los
ya bautizados. Particular atención consagró a la enseñanza del catecismo a
los niños. Los paravas, que hasta entonces no conocían siquiera el nombre
de Cristo, recibieron el bautismo en grandes multitudes. A este propósito,
Javier informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos
tan fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos. Los
generosos paravas, que eran considerados de casta baja, extendieron a San
Francisco Javier una acogida calurosa, en tanto que los brahamanes, de clase
alta, recibieron al santo con gran frialdad, y su éxito con ellos fue tan
reducido que, al cabo de doce meses, sólo había logrado convertir a un
brahamán. Según parece, en aquella época Dios obró varias curaciones
milagrosas por medio de Javier.
Por su parte, Javier se adaptaba plenamente al pueblo
con el que vivía. Con los pobres comía arroz y dormía en el suelo de una
pobre choza. Dios le concedió maravillosas consolaciones
interiores. Con frecuencia, decía Javier de sí
mismo: "Oigo exclamar a este pobre hombre que trabaja en la
viña de Dios: 'Señor no me des tantos consuelos en esta
vida; pero, si tu misericordia ha decidido dármelos, llévame
entonces todo entero a gozar plenamente de Ti '". Javier regresó a
Goa en busca de otros misioneros y volvió a la tierra de los paravas con dos
sacerdotes y un catequista indígena y con Francisco Mansilhas a quienes dejó en
diferentes puntos del país. El santo escribió a Mansilhas una serie
de cartas que constituyen uno de los documentos más importantes para comprender
el espíritu de Javier y conocer las dificultades con que se enfrentó.
El Escándalo de los Malos Cristianos: Espina en el
Corazón
Nada podía desanimar a Francisco. "Si
no encuentro una barca- dijo en una ocasión- iré nadando". Al ver la
apatía de los cristianos ante la necesidad de evangelizar comentó: "Si en
esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían
allá. Pero no hay sino almas para salvar". Deseaba contagiar a
todos con su celo evangelizador.
El sufrimiento de los nativos a manos de los
paganos y de los portugueses se convirtió en lo que él describía como "una
espina que llevo constantemente en el corazón". En cierta
ocasión, fue raptado un esclavo indio y el santo escribió: "¿Les
gustaría a los portugueses que uno de los indios se llevase por la fuerza a un
portugués al interior del país?. Los indios tienen idénticos
sentimientos que los portugueses". Poco tiempo después, San
Francisco Javier extendió sus actividades a Travancore. Algunos autores
han exagerado el éxito que tuvo ahí, pero es cierto que fue acogido con gran
regocijo en todas las poblaciones y que bautizó a muchos de los
habitantes. En seguida, escribió al P. Mansilhas que fuese a
organizar la Iglesia entre los nuevos convertidos.
En su tarea solía
valerse el santo de los niños, a quienes seguramente divertía mucho repetir a
otros lo que acababan de aprender de labios del misionero. Los
badagas del norte cayeron sobre los cristianos de Comoín y Tuticorín,
destrozaron las poblaciones, asesinaron a varios y se llevaron a otros muchos
como esclavos. Ello entorpeció la obra misional del
santo. Según se cuenta, en cierta ocasión, salió solo Javier al
encuentro del enemigo, con el crucifijo en la mano, y le obligó a
detenerse. Por otra parte, también los portugueses entorpecían la
evangelización; así, por ejemplo, el comandante de la región estaba en
tratos secretos con los badagas. A pesar de ello, cuando el propio
comandante tuvo que salir huyendo, perseguido por los badagas, San Francisco
Javier escribió inmediatamente al P. Mansilhas: "Os suplico,
por el amor de Dios, que vayáis a prestarle auxilio sin
demora". De no haber sido por los esfuerzos infatigables del
santo, el enemigo hubiese exterminado a los paravas. Y hay que
decir, en honor de esa tribu, que su firmeza en la fe católica resistió a todos
los embates.
El reyezuelo de Jaffna (Ceilán del norte), al
enterarse de los progresos que había hecho el cristianismo en Manar, mandó
asesinar ahí a 600 cristianos. El gobernador, Martín de Sousa,
organizó una expedición punitiva que debía partir de Negatapam. San
Francisco Javier se dirigió a ese sitio; pero la expedición no llegó
a partir, de suerte que el santo decidió emprender una peregrinación, a pie, al
santuario del Apóstol Santo Tomás en Milapur, donde había una reducida colonia
portuguesa a la que podía prestar sus servicios. Se cuentan muchas
maravillas de los viajes de San Francisco Javier. Además de la conversión
de numerosos pecadores públicos europeos, a los que se ganaba con su exquisita
cortesía, se le atribuyen también otros milagros.
Carta de Protesta al Rey
En 1545, el santo escribió desde Cochín al rey de
Portugal, en la que le daba cuenta del estado de la misión. En ella habla
del peligro en que estaban los neófitos de volver al paganismo,
"escandalizados y desalentados por las injusticias y vejaciones que les
imponen los propios oficiales de Vuestra Majestad . . . Cuando nuestro Señor llame a Vuestra Majestad a
juicio, oirá tal vez Vuestra Majestad las palabras airadas del
Señor: '¿Por qué no castigaste a aquellos de tus súbitos sobre los
que tenías autoridad y que me hicieron la guerra en la India? ' ". El
santo habla muy elogiosamente del vicario general en las Indias, Don Miguel
Vaz, y ruega al rey que le envíe nuevamente con plenos poderes, una vez que
éste haya rendido su informe en Lisboa. "Como espero morir en estas
partes de la tierra y no volveré a ver a Vuestra Majestad en este mundo,
ruégole que me ayude con sus oraciones para que nos encontremos en el otro,
ciertamente estaremos más descansados que en éste".
San
Francisco Javier repite sus alabanzas sobre el vicario general en una carta al
P. Simón Rodríguez, en donde habla todavía con mayor franqueza acerca de los
europeos: "No titubean en hacer el mal, porque piensan que no
puede ser malo lo que se hace sin dificultad y para su beneficio. Estoy
aterrado ante el número de inflexiones nuevas que se dan aquí a la conjugación
del verbo 'robar'"
Malaca y el Gozo de Servir al Señor
En la primavera de 1545, San Francisco Javier partió
para Malaca, donde pasó cuatro meses. Malaca era entonces una ciudad
grande y próspera. Albuquerque la había conquistado para la corona
portuguesa en 1511 y, desde entonces, se había convertido en un centro de
costumbres licenciosas. Anticipándose a la moda que se introduciría varios
siglos más tarde, las jóvenes se paseaban en pantalones, sin tener siquiera la
excusa de que trabajaban como los hombres. El santo fue acogido en la
ciudad con gran reverencia y cordialidad, y tuvo cierto éxito en sus esfuerzos
de reforma.
En los dieciocho meses siguientes, es difícil seguirle
los pasos. Fue una época muy activa y particularmente interesante,
pues la pasó en un mundo en gran parte desconocido, visitando ciertas islas a
las que él da el nombre genérico de Molucas y que es difícil identificar con
exactitud. Sabemos que predicó y ejerció el ministerio sacerdotal en Amboina,
Ternate, Gilolo y otros sitios, en algunos de los cuales había colonia de
mercaderes portugueses. Aunque sufrió mucho en aquella misión,
escribió a San Ignacio: "Los peligros a los que me encuentro
expuesto y los trabajos que emprendo por Dios, son primavera de gozo
espiritual. Estas islas son el sitio del mundo en que el hombre
puede más fácilmente perder la vista de tanto llorar; pero se trata de lágrimas
de alegría. No recuerdo haber gustado jamás tantas delicias
interiores y los consuelos no me dejan sentir el efecto de las duras
condiciones materiales y de los obstáculos que me oponen los enemigos
declarados y los amigos aparentes". De vuelta a Malaca, el
santo pasó ahí otros cuatro meses predicando. Antes de volver a la India,
oyó hablar del Japón a unos mercaderes portugueses y conoció personalmente a un
fugitivo del Japón, llamado Anjiro. Javier desembarcó nuevamente en
la India, en enero de 1548.
Pasó los siguientes quince meses viajando sin descanso
entre Goa, Ceilán y Cabo de Comorín, para consolidar su obra (sobre todo el
"Colegio Internacional de San Pablo" en Goa) y preparar su partida al
misterioso Japón, en el que hasta entonces no había penetrado ningún
europeo. Escribió la última carta al rey Juan III, a propósito de un
obispo armenio y de un fraile franciscano. En ella decía: "La
experiencia me ha enseñado que Vuestra Majestad tiene poder para arrebatar a
las Indias sus riquezas y disfrutar de ellas, pero no lo tiene para difundir la
fe cristiana".
Japón
En abril de 1549, partió de la India, acompañado por
otro sacerdote de la Compañía de Jesús y un hermano coadjutor, por Anjiro (que
había tomado el nombre de Pablo) y por otros dos japoneses que se habían
convertido al cristianismo. El día de la fiesta de la Asunción
desembarcaron en Kagoshima, Japón. En Kagoshima, los habitantes los dejaron en
paz. San Francisco Javier se dedicó a aprender el japonés lo cual no
era nada fácil para el. Sin embargo logró traducir al japonés una
exposición muy sencilla de la doctrina cristiana que repetía a cuantos se
mostraban dispuestos a escucharle. Al cabo de un año de trabajo, había
logrado unas cien conversiones. Ello provocó las sospechas de las
autoridades, las cuales le prohibieron que siguiese predicando. Entonces,
el santo decidió trasladarse a otro sitio con sus compañeros, dejando a Pablo
al cuidado de los neófitos. Antes de partir de Kagashima, fue a
visitar la fortaleza de Ichku; ahí convirtió a la esposa del jefe de la
fortaleza, al criado de ésta, a algunas personas más y dejó la nueva
cristiandad al cargo del criado. Diez años más tarde, Luis de
Almeida, médico y hermano coadjutor de la Compañía de Jesús, encontró en pleno
fervor a esa cristiandad aislada.
San Francisco Javier se trasladó a Hirado, al norte de
Nagasaki. El gobernador de la ciudad acogió bien a los misioneros,
de suerte que en unas cuantas semanas pudieron hacer más de lo que había hecho
en Kagoshima en un año. El santo dejó esa cristiandad a cargo del P.
de Torres y partió con el hermano Fernández y un japonés a Yamaguchi, en
Honshu. Ahí predicó en las calles y delante del gobernador; pero no
tuvo ningún éxito y las gentes de la región se burlaron de él.
Javier quería ir a Miyako (Kioto), que era entonces la
principal ciudad del Japón. Después de trabajar un mes en Yamaguchi,
donde apenas cosechó algo más que afrentas, prosiguió el viaje con sus dos
compañeros. Como el mes de diciembre estaba ya muy avanzado, los
aguaceros, la nieve y los abruptos caminos hicieron el viaje muy penoso. En
febrero, llegaron los misioneros a Miyako.
Ahí se enteró el santo de que
para tener una entrevista con el mikado necesitaba pagar una suma mucho mayor a
la que poseía. Por otra parte, como una guerra civil hacía estragos
en la ciudad, San Francisco Javier comprendió que, por el momento, no podía
hacer ningún bien ahí, por lo cual volvió a Yamaguchi, quince días
después. Viendo que la pobreza de su persona se convertía en un obstáculo
para llegar al gobernador, se vistió con gran pompa y fue al gobernador
escoltado por sus compañeros, con toda la regalía de su título de embajador de
Portugal. Le entregó las cartas que le habían dado para el caso las autoridades
de la India y le regaló una caja de música, un reloj y unos anteojos, entre
otras cosas. El gobernador quedó encantado con esos regalos, dio al
santo permiso de predicar y le cedió un antiguo templo budista para que se
alojase mientras estuviese ahí. Habiendo obtenido así la protección
oficial, San Francisco Javier predicó con gran éxito y bautizó a muchas
personas.
Habiéndose enterado de que un navío portugués había
atracado en Funai (Oita) de Kiushu, el santo partió para allá y resolvió partir
en ese barco a visitar sus comunidades cristianas en la India antes de hacer el
deseado viaje a China. Los cristianos del Japón, que eran ya unos
2000 quedaron al cuidado del P. Cosme de Torres y del hermano
Fernández. A pesar de las dificultades que sufrió, San Francisco
Javier opinaba que "no hay entre los infieles ningún pueblo más bien
dotado que el japonés".
Regreso a la India y expedición a la China
La cristiandad había prosperado en la India durante la
ausencia de Javier; pero también se habían multiplicado las dificultades y los
abusos, tanto entre los misioneros como entre las autoridades portuguesas, y
todo ello necesitaba urgentemente la atención del santo. Francisco Javier
emprendió la tarea con tanta caridad como firmeza. Cuatro meses después,
el 25 de abril de 1552, se embarcó nuevamente, llevando por compañeros a un
sacerdote y un estudiante jesuitas, un criado indio y un joven chino que
hubiera sido su intérprete si no hubiese olvidado su lengua natal. En
Malaca, el santo fue recibido por Diego Pereira, a quien el virrey de la India
había nombrado embajador ante la corte de China.
San Francisco tuvo que hablar en Malaca sobre dicha
embajada con Don Alvaro de Ataide, hijo de Vasco de Gama, que era el jefe en la
marina de la región. Como Alvaro de Ataide era enemigo personal de Diego
Pereira, se negó a dejar partir Pereira y a Francisco Javier, tanto en calidad
de embajador como de comerciante. Ataide no se dejó convencer por los
argumentos de Francisco Javier, ni siquiera cuando éste le mostró el breve de
Paulo III por el que había sido nombrado nuncio apostólico. Por el hecho
de oponer obstáculos a un nuncio pontificio, Ataide incurría en la
excomunión. Finalmente, Ataide permitió que Francisco Javier partiese a la
China. El santo envió al Japón al sacerdote jesuita y sólo conservó a su
lado al joven chino, que se llamaba Antonio. Con su ayuda, esperaba poder
introducirse furtivamente en China, que hasta entonces había sido inaccesible a
los extranjeros. A fines de agosto de 1552, la expedición llegó a la isla
desierta de Sancián (Shang-Chawan) que dista unos veinte kilómetros de la costa
y está situada a cien kilómetros al sur de Hong Kong.
Muerte a las Puertas de China
Por medio de una de las naves, Francisco Javier
escribió desde ahí varias cartas. Una de ellas iba dirigida a
Pereira, a quien el santo decía: "Si hay alguien que merezca
que Dios le premie en esta empresa, sois vos. Y a vos se deberá su
éxito". En seguida, describía las medidas que había
tomado: con mucha dificultad y pagando generosamente, había
conseguido que un mercader chino se comprometiese a desembarcar de noche en
Cantón, no sin exigirle que jurase que no revelaría su nombre a nadie. En
tanto que llegaba la ocasión de realizar el proyecto, Javier cayó
enfermo. Como sólo quedaba uno de los navíos portugueses, el santo se
encontró en la miseria. En su última carta escribió: "Hace
mucho tiempo que no tenía tan pocas ganas de vivir como ahora". El mercader
chino no volvió a presentarse.
El 21 de noviembre, el santo se vio
atacado por una fiebre y se refugió en el navío. Pero el movimiento del
mar le hizo daño, de suerte que al día siguiente pidió que le trasportasen de nuevo a tierra. En el navío predominaban
los hombres de Don Alvaro de Ataide, los cuales, temiendo ofender a éste,
dejaron a Javier en la playa, expuesto al terrible viento del norte. Un
compasivo comerciante portugués le condujo a su cabaña, tan maltrecha, que el
viento se colaba por las rendijas. Ahí estuvo Francisco Javier, consumido
por la fiebre. Sus amigos le hicieron algunas sangrías, sin éxito
alguno. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba
constantemente. Poco a poco, se fue debilitando. El sábado 3 de
diciembre, según escribió Antonio, "viendo que estaba moribundo, le puse
en la mano un cirio encendido. Poco después, entregó el alma a su creador
y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús". San
Francisco Javier tenía entonces cuarenta y seis años y había pasado once en el
oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Al entierro
asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos.2
Su cuerpo se conserva incorrupto
Uno de los tripulantes del navío había aconsejado que
se llenase de barro el féretro para poder trasladar más tarde los
restos. Diez semanas después, se procedió a abrir la tumba. Al quitar
el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba perfectamente
fresco y que no había perdido el color; también el resto del cuerpo estaba
incorrupto y sólo olía a barro. El cuerpo fue trasladado a Malaca, donde
todos salieron a recibirlo con gran gozo, excepto Don Alvaro de
Ataide. Al fin del año, fue trasladado a Goa, donde los médicos
comprobaron que se hallaba incorrupto. Ahí reposa todavía, en la iglesia
del Buen Jesús.
Francisco Javier fue canonizado en 1622, al mismo
tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Avila, Felipe Neri e Isidro el
Labrador.
NOTAS
1 -El P. Coleridge, S.
J.: "Probablemente todos los misioneros que han ido a regiones
en las que sus compatriotas se hallaban ya establecidos . . . han encontrado en
ellos a los peores enemigos de su obra de evangelización. En este
sentido, las naciones católicas son tan culpables como las
protestantes. España, Francia y Portugal son tan culpables como
Inglaterra y Holanda".
2 Antonio describió los últimos días del santo, en una
carta a Manuel Teixeira, el cual la publicó en su biografía de San Francisco Javier.
Fuente. Corazones