"En este
Adviento preparemos una Navidad de misericordia, compartida y misionera"
Reflexión misionera para el III domingo de Adviento
A primera vista, estamos ante dos mensajes
contrapuestos: la insistente invitación a la alegría (I y II
lectura), y el exigente llamado a un cambio de vida, a la conversión (Evangelio).
El contraste es tan solo aparente, como se desprende de los textos de hoy. Es
más, alegría y conversión van juntas, porque el Señor es la
raíz de ambas: la conversión al Señor genera alegría y fraternidad.
El lenguaje de Juan el Bautista (Evangelio) es duro, parece obsoleto, inaceptable hoy en día: se atreve a amonestar a las fuerzas del orden, a los recaudadores de impuestos, a todos… Llama a toda categoría de personas a cambiar su manera de vivir. Juan se había mostrado en el desierto, a orillas del río Jordán, “predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3,3). El evangelista Lucas da cuenta, sin tapujos, del lenguaje duro del Precursor, que sacude a sus oyentes, llamándolos “raza de víboras”: los invita a dar “dignos frutos de conversión”, buenos frutos, para no ser arrojados al fuego (Lc 3,7-9). Pero, ¿qué tipo de conversión? ¿Cuáles son sus frutos?
El domingo pasado la llamada a la conversión se
refería, ante todo, al retorno a Dios (dimensión vertical de
la conversión), disponiendo el corazón para acoger su salvación. Hoy Juan da
indicaciones precisas y concretas para una conversión que atañe
directamente a las relaciones con los demás (dimensión horizontal).
Lucas da cuenta de tres grupos de personas que, alcanzadas por la furia profética del
Precursor, le preguntan: “¿Qué hacemos?” (v. 10.12.14). Es una
pregunta frecuente en los escritos misioneros de Lucas, cuando habla de
conversiones: la muchedumbre el día de Pentecostés, el carcelero de Filipos, Pablo
mismo en el camino de Damasco (cf Hch 2,37; 16,30; 22,10). La pregunta indica
la disponibilidad para un cambio de vida: es la actitud básica en cualquier
conversión y, al mismo tiempo, es una súplica para que otra persona nos ayude a
responder a Dios. A esta persona la llamamos habitualmente misionero en
general, que puede ser sacerdote, laico, religiosa, maestro, catequista...
Los tres grupos de personas que se presentan ante el
Bautista son: la gente (personas no siempre bien
definidas), los publicanos (los recaudadores de
impuestos, por tanto los odiados colaboracionistas con el imperio extranjero),
los soldados (personas acostumbradas a modales duros).
Son categorías consideradas a menudo como irrecuperables... El
Bautista no les tiene miedo, los acoge y les da respuestas pertinentes y
concretas, que atañen a las relaciones con los demás, con el
prójimo: compartir vestidos y alimentos (v. 11), justicia en las relaciones con
los demás (v. 13), respeto y misericordia hacia todos (v. 14). Se trata de relaciones
que se establecen sobre la base del quinto y séptimo mandamiento. La novedad
cristiana consiste en mirar a los demás desde la postura del que les lava los
pies, como Jesús; desde el compromiso preferencial en favor de los débiles y
necesitados.
Juan va más allá de su predicación y de su persona,
mirando a una intervención cualitativa del Espíritu Santo (v. 16), que se
manifestará en Pentecostés como un bautismo de fuego (Hch 2). Entonces el
Espíritu hará nuevas todas las cosas, renovará sobre todo el corazón de
las personas y unirá pueblos diferentes en el único lenguaje del amor. Será
entonces más fácil comprender que la conversión a Cristo exige
justicia y compasión hacia todos, conlleva el compartir con el necesitado. Así
Juan -modelo para los misioneros de cualquier época- “anunciaba al
pueblo el Evangelio” (v. 18). Hoy el misionero, por fidelidad a Cristo, está
llamado a anunciar misericordia, esperanza y solidaridad. (*)
La adhesión personal a Cristo y el anuncio de su
Evangelio conllevan siempre la alegría, como se ve por las insistentes
invitaciones de Sofonías y de Pablo (I y II lectura), y
de otros textos litúrgicos. Ante todo, porque Dios goza y se complace en
nosotros, nos renueva con su amor, hace fiesta con nosotros.
Por eso el profeta grita: “No temas, no desfallezcan tus manos”, porque el
Señor es para nosotros un salvador poderoso (v. 16-18). Pablo
vuelve a insistir sobre la razón de la alegría del creyente: porque el
Señor está cerca, está presente (v. 4-5). No hay motivos para
angustiarse, porque podemos siempre recurrir a Él en la oración, que fortalece
nuestra alegría (v. 5-7).
La alegría de la Navidad es auténtica solo si es
compartida con gestos concretos en favor del que sufre. He
aquí un ejemplo entre muchos otros. En un pueblo de campo, una familia de marroquíes (musulmanes)
acaba de sufrir una doble desgracia (la muerte de la madre y de un niño). El
párroco no ha dudado en organizar entre los feligreses una colecta en beneficio
de esa familia (papá y otros hijos huérfanos). Ha sido una iniciativa concreta,
inmediata, eficaz, para una Navidad compartida, auténtica, misionera.
Solamente así es Navidad cristiana. En el corazón de los fieles que acogen
iniciativas semejantes, Jesús nace de veras. ¡Solo así la fe se fortalece y se
difunde! Celebrar la Navidad significa descubrir que el verbo
necesario para renovar la humanidad es ‘dar’: no hay
amor más grande que dar la vida…; hay más alegría en dar que
en recibir… Son palabras del Niño que nace en Belén, don del Padre, que amó al
mundo hasta dar a su Hijo… ¡Para que el mundo, salvado por la
misericordia del Padre, tenga vida en abundancia!
Palabra del Papa Francisco en la
apertura Jubileo extraordinario de la Misericordia
(*)
“Dondequiera que haya una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar
la alegría del Evangelio y llevar la misericordia y el perdón de Dios. Un
impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos
retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo (del Concilio). El jubileo
nos estimula a esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu
surgido en el Vaticano II, el del Samaritano, como recordó el beato Pablo
VI en la conclusión del Concilio. Que al cruzar hoy la Puerta Santa nos
comprometamos a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”.
Fuente: OMP/Romeo Ballán
Si quieres celebrar el Adviento con los niños te
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