Ángel
Díaz de Rábago toda una vida de entrega y servicio al prójimo
La conferencia del padre Andrés Díaz de
Rábago, en el Instituto
Teológico Compostelano, suscitó el mayor aplauso que han escuchado las
paredes de este centro de estudios teológicos y eclesiásticos, de Santiago de
Compostela.
Tras las palabras de este misionero jesuita, de 100 años, que ha
dedicado su vida entera a la misión, el aplauso de los más de 300 asistentes
que abarrotaban el salón de actos fue una ovación, no sólo a su intervención
sino a su entrega al Evangelio.
Su
conferencia es uno de los actos de El DOMUND al descubierto que, durante este
mes de octubre, está acercando la realidad y el mundo de las misiones a la
sociedad gallega. El padre Andrés, tras ser presentado por el
director del Instituto Teológico Compostelano, Segundo Leonardo Pérez, fue
abriendo su corazón y dio título a la conferencia-testimonio que iba a
pronunciar: “Reflexiones de un misionero”.
Habló
del nacimiento de su vocación misionera. Desde muy pequeño ya se preguntaba:
“¿Qué quiere Dios de mí? Incluso llegaba a preguntarme si mi vida no era ser
misionero en China”. Por eso, apostillaba, hay que empezar a hablar de la
misión a los más pequeños, sin miedo a lo que Dios pueda sugerir o pedir”.
“Estoy
en China y Extremo Oriente desde 1947 y fue porque creí que Jesucristo Nuestro
Señor me llamaba a trabajar allí, así que propuse a mis superiores que me
mandasen a la misión que mi provincia jesuítica tenía en China continental.
Es
decir, que yo propuse y los superiores me mandaron y todos los cambios de esta
mi vocación en China fueron todos por la Providencia de Dios. No fui yo el que
decidió quedarse o ir a un sitio o a otro, fue Jesucristo que me fue llevando”.
“Cuando
salí para China, en una expedición de varios misioneros”, recordaba, “el padre
de uno de ellos nos dijo a todos que sentía una satisfacción sin alegría”. La
satisfacción era por entregar su hijo a Dios, pero no estaba alegre porque los
padres de aquellos misioneros no sabían si los volverían a ver”. Fue la primera
expedición de misioneros que salía de España en avión. Hasta aquel vuelo, la
partida hacia las misiones siempre tenía lugar en un puerto e iba siempre
ligada a días y semanas en barco.
En
su etapa en Pekín, el padre Andrés vivió los tiempos convulsos tras la Segunda
Guerra Mundial y la implantación del régimen comunista. Fueron momentos
satisfactorios también, a pesar de la preocupación. “En Pekín descubrí que todos
los seres humanos, ante situaciones de desgracia y de dolor, reaccionamos de la
misma manera. Que todos somos hermanos mucho más de lo que parece”. En los
momentos de catástrofe Dios no desaparece, señaló. Sólo se oculta porque
después vendrá abiertamente a nuestras vidas. “Hay que saber esperar”, decía,
“porque el tiempo nos hará ver los planes de Dios. Si Mao Tse-Tung no nos
hubiera expulsado a todos los misioneros extranjeros de China, quizá yo no
estaría aquí”.
Explicó
que los años vividos bajo el régimen comunista no fueron fáciles. El momento
más duro fue tener que salir de China. Entonces estaba a punto de ordenarse
sacerdotes y para sus compañeros, “tanto chinos como no chinos, una bomba
atómica no sería peor. Éramos 19, 11 chinos y 8 extranjeros. Cuatro españoles,
dos franceses, un argentino y un húngaro”. Se pudieron ordenar juntos y aquella
fue la última ordenación sacerdotal de extranjeros en toda la China
continental. Era el 16 de abril de 1952. “Ha habido varias ordenaciones de
sacerdotes en China y continúa habiendo, pero sólo de chinos. De aquella
ordenación, soy el único superviviente”, añadió.
“Fui
a Filipinas, donde descubrí lo mucho que han dejado los misioneros españoles en
este país. Ellos anunciaban el Evangelio utilizando la lengua y la cultura del
pueblo. Las autoridades les criticaban porque no les enseñaban la lengua
oficial. Sin embargo, la inserción de los misioneros en Filipinas fue hacerse
como los nativos conociendo su propia cultura y su propia lengua”. Años
después, fue enviado a Timor Este. En aquella misión para él fue una referencia
“allí aprendí a amar el país donde se vive y amar a la gente de ese país”.
Al
final y refiriéndose a la jornada del DOMUND del próximo 22 de octubre, pidió a
los presentes que no se contentaran con una limosna, por muy generosa que
fuera. Que pensaran qué pueden dar de ser sí mismos a la misión y a los demás.
Andrés
Díaz de Rábago pronto volverá a Taiwán, donde ha estado estos últimos años, y
donde ha hecho compatible la enseñanza universitaria con el servicio a los
enfermos como médico.
Fuente: OMP