Los misioneros presentan a las comunidades cristianas de aquí la vida y el empuje de las comunidades cristianas de allá. La misión siempre será un camino de ida y vuelta, en que unos y otros dan y reciben
Con los
testimonios de vida que nos traen y comparten con nosotros hacen que nuestras
comunidades cristianas abran las ventanas, para que pueda entrar aire fresco,
que ventile la casa y, al respirarlo, nos haga bien.
Los misioneros nos
recuerdan lo que viven otras comunidades cristianas y que las nuestras pueden
tener olvidado: que es una suerte ser creyentes; que no hay que tener miedo a
dar la cara; que hay que aprovechar la cantidad de medios que tenemos para
vivir la fe; que no hay que ser tacaños en nuestra relación con Dios; que hay
que compartir lo poco o mucho que tengamos…
Nuestro
Dios es Padre de todos; pero no todos lo saben ni todos lo viven. Nos ha
encargado buscar a los hermanos para hacerles partícipes de esta feliz noticia
y, a la par, gozosa realidad. La misión de los hijos es hacer realidad el sueño
del Padre: reunir a todos los hermanos en la gran familia de la Iglesia.
Estamos llamados a ser misioneros del Padre en favor de los hermanos.
Con
imaginación y osadía tenemos que echar las redes, multiplicar los contactos,
establecer conexiones, provocar encuentros, alimentar relaciones. Compartamos
lo que como riqueza estimamos: si lo guardamos, se nos apolilla; en la medida en
que lo demos, crecerá en nuestro almacén; si
somos tacaños, más pobres seremos, y si compartimos, más tendremos.
Aquél
al que esperábamos ha llegado como Primogénito de muchos hermanos. Nació para
los de cerca y para los de lejos. El Corazón de Cristo es el regalo de Dios a
toda la humanidad. Su estrella brilla en cualquier rincón de la Tierra y cada
corazón humano se siente atraído por ella. Los limpios de corazón la ven y se
alegran. Unámonos a la gran caravana de los que están convencidos de que adorando
a Dios, ganan en dignidad humana; y ofreciendo a Dios lo mejor que guardan sus
cofres, ganan en estatura interior.
Pero
todo ello se dará en la medida en que tengamos una ventana abierta a las
misiones. Si queremos que nuestras viejas comunidades cristianas se
mantengan vivas, produciendo los frutos propios de la fe, la esperanza y la
caridad, no nos queda otro remedio que abrir de par en par puertas y ventanas,
para que entre el aire renovado y fresco que viene de la Iglesia misionera.
Nuestra
renovación eclesial aquí depende de la acogida de todo aquello que de bueno nos
ofrecen las comunidades de las misiones. La Nueva Evangelización en la
que la Iglesia está empeñada en estos primeros pasos del Tercer Milenio cuenta
con una herramienta extremadamente eficaz: presentar a las comunidades
cristianas de aquí la vida y el empuje de las comunidades cristianas de allá.
La misión siempre será un camino de ida y vuelta, en que unos y otros dan y
reciben.
P. Lino
Herrero Prieto CMM
Misionero de Mariannhill