“El frío es seco y se combate fácilmente, pero vivir en estas condiciones climáticas obliga a cambiar el metabolismo, y hace que tengas siempre sueño y cansancio"
El padre Paganini, misionero italiano, en Siberia, donde los católicos descienden de deportados y presos |
Hablar de Siberia inspira la desolación
de los gulags soviéticos; el exilio a los campos de trabajo rusos de quienes
eran un estorbo para el régimen comunista; infinitas tierras blancas con un
frío tan intenso que congela el agua hirviendo… Un lugar, en suma, en el
que nadie querría estar.
Sin embargo, hace cuatro años que el
joven sacerdote Paolo Paganini dejó su Milán natal para asentarse en esas
colinas heladas y evitar que se hiele la fe de los católicos que viven en
esta región de Rusia.
A cuarenta grados
bajo cero
En rigor, según explica para Misión, el
padre Paganini no eligió vivir en uno de los lugares más fríos del mundo, donde
las temperaturas llegan a los 40 grados bajo cero.
“Ni siquiera tenía yo interés o atracción
especial por Rusia”,
cuenta. Pero, como subraya con humor, “cuando perteneces a una comunidad
misionera, ir a lugares que no has elegido va dentro del pack”. Por eso,
evangelizar en Siberia le hace “profundamente feliz”.
El padre Paolo pertenece a la
Fraternidad Sacerdotal de San Carlos Borromeo (sancarlo.org/es/),
que sigue el carisma de Comunión y Liberación (CL). Esta Fraternidad está presente
en Siberia desde la caída de la Unión Soviética, cuando, según explica, “se
le pidió a Luigi Giussiani (el fundador de CL) enviar sacerdotes a esa zona de
Rusia porque había católicos pero nadie que los atendiera”. Actualmente,
“tenemos encomendadas dos parroquias cerca de varias ciudades y otras dos
zonas a tres horas en coche”, cuenta.
Cura de humildad
En Siberia el padre Paolo ha encontrado
respuesta a dos preguntas que, según explica, son necesarias en su vida:
“¿qué quiere Dios de mí? y ¿dónde quiere que esté?”.
“Si tienes clara la respuesta a estas
preguntas, todo se convierte en algo sencillo y haces cosas que nunca
pensaste que serías capaz de hacer. Porque el Señor quiere que estés allí y te
da la fuerza”, argumenta.
De hecho, el padre Paolo resta
importancia a las condiciones extremas en las que vive y asegura que “sin duda
es una misión particular, pero el contacto con la gente te hace olvidar las
condiciones en que estás”.
Eso sí, precisa que lo más duro es
aceptar el cambio físico necesario para vivir allí: “El frío es seco y se
combate fácilmente, pero vivir en estas condiciones climáticas obliga a
cambiar el metabolismo, y hace que tengas siempre sueño y cansancio. A veces
salgo solamente a hacer la compra y vuelo a casa como si hubiera hecho la
maratón. Por eso hace falta mucha humildad, porque querría hacer muchas más
cosas y, en ocasiones, simplemente, no puedo”, explica.
Una Iglesia de
exiliados
Otra de las dificultades que encuentra
son las grandes distancias que recorre para atender a las comunidades
cristianas: “Me encuentro solo durante muchas horas, y es muy fácil caer en
lamentos. Hace falta centrar los pensamientos y ponerlos en Dios”.
Ni siquiera él mismo conoce el número de católicos que viven en Siberia, una Iglesia “hecha de exiliados”, porque históricamente “esta era una zona de castigo, donde llegaban condenados por diversos crímenes, exiliados, presos políticos… La mayoría de quienes viven en Siberia en realidad no querrían estar aquí, porque fueron enviados de manera más o menos forzada”, relata el misionero.
Fe contra la
persecución
Sin embargo, la presencia de católicos se
ha mantenido en estas condiciones incluso cuando la represión comunista les
obligaba a vivir su fe en la clandestinidad. En aquellos años, la Iglesia
sobrevivió gracias a las abuelas, que transmitían las nociones básicas de la fe
a las nuevas generaciones.
Por eso, el padre Paolo sabe que “a pesar
de llevar muchísimos años alejados de la Iglesia, aquí hay muchas personas que
vuelven a ella y es como si nunca se hubieran ido. Hay una gran sed de Dios,
a pesar de que se ha intentado propagar el ateísmo como modo de vida”. Y
concluye: gracias al ardor de los católicos, en la gélida Siberia “la fe se
ha mantenido de una manera increíble”.
El secreto para
mantener la fe
Ni las condiciones climáticas, ni el
ateísmo soviético han doblegado la fe de los católicos siberianos. Y eso que
“durante años, los sacerdotes llegaban una vez cada mucho tiempo, celebraban
todos los sacramentos en una sola noche y se iban a otro pueblo”, cuenta el
misionero Paolo Paganini. ¿El secreto para esta fe inextinguible? “Si la fe
se conservó en gran parte fue gracias al Rosario, que ha sido fundamental”.
(Publicado originariamente por Blanca
Ruiz Antón en www.revistamision.com)
Blanca
Ruiz Antón / Revista Misión
Fuente:
ReL