Más de 300 años después, el
testimonio de estos mártires del Zenta sigue inspirando a los cristianos del
norte argentino, que rezan por su beatificación, pero independientemente de
ella, siguen inspirándose en su legado misionero
Como
desde hace 25 años, la diócesis de Orán, en Salta, Argentina, recordó con una
emotiva peregrinación a los mártires del río Zenta.
Se trata de dos sacerdotes
y un nutrido grupo de laicos que en el valle del río Zenta, el 27 de octubre de
1683, fueron cruelmente asesinados por aborígenes de la zona.
Cientos
honraron la memoria de los sacerdotes Pedro Ortiz de Zárate y Juan
Antonio Solinas y los laicos que los acompañaban en la misión, en el mismo
lugar que tuvo la masacre, perpetrada por más de 500 aborígenes tobas y
motovíes.
Los
padres Ortiz y Solinas, este último jesuita, junto con el también jesuita padre
Diego Ruiz, emprendieron una expedición misionera hacia tierra aborigen, en una
zona virgen de presencia hispánica al norte de lo que hoy es territorio
argentino.
En
pocos meses, fueron trabando relaciones con indígenas de distintas tribus,
algunos de los cuales buscaban protección ante los conflictos tribales.
En
esos meses, el padre Ruiz escribió una carta solicitando el envío de otro
misionero en el cual describen cualidades que bien pueden ser las cualidades
para un misionero hoy, más allá de alguna referencia que hoy pueda parecer
anacrónica:
“Primero:
debe ser totalmente desprendido del mundo y bien resuelto en los peligros y
dificultades; segundo: su caridad debe ser suma, para nada miedoso, con un
rostro alegre, un corazón amplio, sin escrúpulos impertinentes, porque debe
tratar con gente desnuda, no muy diferente de las fieras”.
En
octubre de 1683, más de 500 indios de distintas tribus asediaron a los
misioneros en la capilla de Santa María, a 25 kilómetros del fuerte San Rafael.
Lo hicieron, en un principio, en actitud amistosa.
Los
sacerdotes misioneros, acompañados de varios laicos, entre ellos algunos
indígenas, ofrecían regalos a los visitantes, que los recibían de buen agrado.
Pero
un cacique amigo advirtió a los cristianos que debían esperar lo peor,
ya que la presencia allí tenía como fin acabar con la misión. Los
cristianos no huyeron, y prepararon su alma, mientras continuaron con muestras
de afectos ante quienes, sabían, muy probablemente los maten.
Así ocurrió.
Los
asesinaron a flechas, los decapitaron, y usaron sus cráneos como copas. Lo mismo hicieron con dieciocho personas, dos
españoles, un negro, un mulato, dos niñas, y 12 indígenas que estaban junto con
los dos misioneros en Santa María.
El
padre Ruiz estaba en Salta buscando apoyos para la expansión de la misión, y
cuando arribó con el capital Lorenzo Arias se encontró lo peor.
El
Capitán intentó ir tras los indios en venganza, pero el padre Ruiz se lo
impidió. Habían venido a convertir infieles, no a matarlos.
Más
de 300 años después, el testimonio de estos mártires del Zenta sigue inspirando
a los cristianos del norte argentino, que rezan por su beatificación, pero
independientemente de ella, siguen inspirándose en su legado misionero.
Esteban Pittaro
Fuente: Aleteia