En
la actualidad hay una producción suficiente de alimentos para todo el mundo,
pero muchas personas no comen
Vivimos
en el siglo XXI, en el que contamos con todo tipo de tecnologías, medicinas,
juguetes, ropa, electrodomésticos y hasta alimentos, hay también personas que
sufren grandes carencias elementales, desigualdades sociales y económicas.
Nos
encontramos con que hay una producción suficiente de alimentos para todo
el mundo, pero muchas personas no comen. 821 millones de personas padecen
hambre y más de 150 millones de niños sufren retraso del
crecimiento porque no tienen un plato de comida para alimentarse.
Al
mismo tiempo, el informe anual de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) muestra que 1 de cada 4 latinoamericanos es obeso, siendo también esa una
amenaza nutricional en aumento hoy. Pero ¿por qué nos enfrentamos
actualmente a estas dos realidades tan “opuestas”?
Primero
destacar que, en ambas situaciones, los niños son el grupo más vulnerable de la
población. En países como Ecuador, Bolivia, Guatemala, Perú, los
niños indígenas presentan en su mayoría problemas de desnutrición crónica.
Del mismo modo sucede con aquellos que viven en zonas rurales ya que se les
dificulta el acceso a los alimentos.
En
el caso de la obesidad, las personas más pobres son las propensas son las que
se ven obligadas a optar por productos de baja calidad nutricional (rica en
grasas, azúcar, sal).
Otros
factores a los que se les atribuyen estas situaciones, son la variabilidad
climática y los fenómenos meteorológicos extremos que afectan al sector
agrícola (sequías e inundaciones), los conflictos y las crisis económicas. Todo
ello conlleva pérdida de empleos y más personas en situación de pobreza,
impactando en la seguridad alimentaria y nutricional de la población.
¿Qué
podemos hacer?
Está
claro que la acción principal debe venir de los gobiernos, porque la
alimentación es un derecho humano y es además una necesidad vital que se
establece en tratados internacionales como la Declaración
Universal de Derechos Humanos.
Decía
Santa Madre Teresa de Calcuta que “a veces sentimos que lo que hacemos
es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menor si le faltara esa
gota”. Esta frase tan acertada nos llama a reflexionar, y a ponernos
en acción y hacer algo, aunque parezca muy poco porque nosotros también podemos
intentar cambiar un poco esta cruel realidad.
Hacer
un mejor uso de las nuevas tecnologías quizás
así podríamos obtener mayores rendimientos agrarios, plantando más variedad de
cultivos (inclusive podemos hacer nuestra propia huerta). Evitando el monocultivo
en grandes extensiones de terreno porque perjudica a la tierra sembrada
haciéndola más vulnerable a las plagas, enfermedades y por ende lleva a
utilizar distintos tipos de pesticidas y herbicidas.
Cambiando
algunos de nuestros hábitos: eligiendo
en el momento de la compra alimentos sostenibles, de temporada, haciendo un eso
responsable del agua potable, planificando las comidas, haciendo una lista de
compras y manteniendo en orden nuestra cocina para evitar el desperdicio
alimentario.
Nuestras
actitudes también pueden hacer una diferencia,
cuando sabemos que hay gente que tuvo que irse de su hogar por conflictos,
crisis, o alguna inundación o catástrofe, según nuestras posibilidades podemos
hacer donaciones de alimentos, ropa, o el que tiene la posibilidad brindar un
hogar temporario o algún trabajo, o simplemente llevar un plato de comida
calentito.
Si
vas por la calle y ves a alguien durmiendo, pidiendo una limosna o algo para
comer. Puedes detenerte un momento a preguntarle ¿por
qué está ahí? ¿qué necesita? ¿puedo ayudar de alguna manera? ¿invitarle a un
bocadillo o escucharle?
Todos
tenemos el derecho a la alimentación. Los gobiernos son los primeros que deben
hacerse cargo, pero nosotros también podemos poner nuestro granito de arena.
María Eugenia Brun
Fuente: Aleteia