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11 de abril de 2019

¿POR QUÉ ASESINAN MISIONEROS EN LATINOAMÉRICA?

Un continente que lidera las cifras de asesinatos de misioneros. ¿Cuáles son los móviles?

ENRIQUE CASTRO / AFP
“La violencia contra el clero ha aumentado en los últimos años, sin que se vean acciones concretas para detenerla”. La afirmación corresponde al padre Omar Sotelo, director del Centro multimedia de México, que anualmente presenta un informe sobre la violencia y los asesinatos de sacerdotes y religiosos en la nación latinoamericana. Por noveno año consecutivo, el número más alto se ha registrado en América. También en el Continente de la Esperanza “La Iglesia es iglesia sí es iglesia de mártires”, como diría el papa Francisco.

La agencia Fides denunciaba el asesinato, durante el año 2017, de 23 misioneros católicos, once de ellos en América Latina. Otros sufrieron “la plaga” de los secuestros en países como México. Perdieron la vida 13 sacerdotes, un religioso, una religiosa y ocho misioneros laicos y, el mayor grupo de las víctimas, once, se registraron en América.

En la lista de misioneros asesinados, subraya la agencia, no figura el nombre del sacerdote venezolano José Luis Arismendi, que murió a los 35 años mientras esperaba recibir unos antibióticos necesarios para tratar una meningitis.

A pesar de no haber sido asesinado a manos de nadie en concreto, este sacerdote puede representar a los muchos venezolanos fallecidos por falta de medicinas, de comida y de asistencia como consecuencia de la grave crisis política y social atravesada por el país.

Hay que destacar que muchas de las personas asesinadas perecieron durante intentos de secuestro o robo “en contextos de pobreza económica y cultural, de degradación moral y ambiental, donde la violencia y el desprecio por la vida misma son casi las normas de comportamiento”, reveló el informe, advirtiendo que  “los asesinados son solo la punta del iceberg, ya que es larga la lista de trabajadores pastorales, o de simples católicos, agredidos, golpeados, robados, amenazados”, así como las propias instituciones católicas “atacadas” y objetivo del vandalismo.

Otras confesiones no se salvan: Jim Elliot, Nate Saint, Ed McCully, Peter Fleming y Roger Youderian eran cinco misioneros norteamericanos, cristianos evangélicos, que aterrizaron en Ecuador para contactar con los Huaorani, una tribu aislada de la selva amazónica. Se habían trasladado al país sudamericano para conocer a esos indígenas y seguir su misión evangelizadora. Todos murieron a manos de esta tribu guerrera.

En lo que respecta al año 2018, en América, 12 sacerdotes y tres laicos fueron asesinados, siete de ellos en México, dos en Colombia y dos en Nicaragua. México ocupa, por tanto, el primer puesto de los países de esta clasificación.


La penúltima víctima en este continente fue el padre Joseph Simolyi, sacerdote de 54 años, muy popular por su predicación, asaltado y asesinado por delincuentes comunes cerca de su casa en Puerto Príncipe, en Haití. Como él, la mayoría de las víctimas mortales han sido a manos de delincuentes que querían robar o secuestrar para conseguir un rescate, agrega la nota.

El último registrado en Paul McAuley, religioso misionero de La Salle, un inglés de 71 años que llevaba desde 1995 en Perú, hallado muerto por alumnos de su albergue para estudiantes indígenas en Iquitos, en la Amazonía peruana. Era conocido por su compromiso con la protección del medio ambiente y los pueblos indígenas. Participó en varios proyectos de desarrollo para las poblaciones que viven a lo largo de los ríos Amazonas y Huallaga, y se dedicó a recaudar fondos para los jóvenes nativos que acudían a estudiar a Iquitos.

También era conocido por su compromiso con la protección del medio ambiente y los pueblos indígenas.

La situación de inseguridad y la desidia de los gobiernos en controlar este flagelo es motivo de constantes muertes. También la injusticia, desigualdades y carencias de todo tipo que yacen detrás de la violencia social. Aún recordamos a la hermana Isa Solà, misionera española, religiosa de Jesús y María, agredida y asesinada en una calle de la capital de Haití el 2 de septiembre de 2016, en un intento de robo.
Si bien es cierto que África se ha convertido en el lugar más peligroso, América Latina es escenario de un fenómeno similar. Es larga la lista de obispos, sacerdotes, monjas amenazados y secuestrados y aunque, en algunos casos, sean liberados liberados tras unos días de cautiverio las consecuencias para su salud física y mental son devastadoras.

La pregunta lógica es: ¿por qué en América Latina, un continente cuya identidad se forjó a la luz de la fe católica, donde se supone que coexisten religiones y cultos en sana paz? Si bien es cierto que no existen manifestaciones significativas de odio a la fe -como ocurre en otros continentes-  oportuno es citar, como premisa, que la causa de toda persecución se encuentra en el odio. Y lo enfatizó el Santo Padre cuando dijo: “El odio del príncipe de este mundo hacia los que han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con su resurrección”; y subrayó que “la herencia viva de los mártires nos dona hoy a nosotros paz y unidad. Estos nos enseñan que, con la fuerza del amor, con la mansedumbre, se puede luchar contra la prepotencia, la violencia, la guerra y se puede realizar con paciencia la paz”.

Hay causas, móviles y razones, también en esta parte del mundo. El odio de regímenes soberbios a una institución, la Iglesia Católica, que recuerda el respeto a la dignidad y señala la viga en el ojo de quienes se muestran ciegos al sufrimiento ajeno. El acompañamiento pastoral a los que sufren, a los descartados y desechados, a los que sobreviven en las periferias -como suele decir el Papa- paga un precio. Y muchas veces es la muerte.

América Latina es un espacio muy ancho pero no todos tienen cabida. Los misioneros respaldan las luchas por quienes son aventados de sus tierras ancestrales y denuncian la trata de personas; son la voz de quienes no tienen voz para reclamar la devastación del ambiente y los ecocidios; son altavoz de quienes se encuentran sometidos a la moderna esclavitud, explotados por salarios de hambre y condiciones inhumanas de trabajo. Son quienes, desde el púlpito, se enfrentan al narcotráfico, ofreciendo a los jóvenes una oportunidad de salvación.

 Son quienes, desde la cúspide hasta el más humilde de los sacerdotes que predica en su pueblo, se convierten en el cencerro a la pata de la oreja de políticos y burócratas sus responsabilidades ante el cáncer de la corrupción, pivote de injusticias y atraso para los pueblos. Son quienes condenan la represión, la tortura y la manipulación de la Justicia. Son quienes trabajan por la paz, tan incómoda para quienes se benefician con la guerra y las divisiones. Son quienes defienden la vida y fustigan la cultura de la muerte.

Hace poco, se leía en la cuenta oficial del Papa Francisco: “La Iglesia crece con la sangre de los mártires, hombres y mujeres que dan su vida por Jesús. Hoy hay muchos, pero no son noticia”. Nosotros debemos mantenerlos en la noticia para nunca acostumbrarnos, para constantemente sacudir conciencias y estremecer conformismos, para siempre recordar que su entrega no fue en vano.


Fuente: Aleteia