Presentado en Roma el
volumen "El Acuerdo entre la Santa Sede y China"
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El Papa Francisco
dialoga con dos obispos chinos en la Congregación General del Sínodo
de los
Obispos de octubre pasado
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"Se
ha abierto una puerta que difícilmente se puede volver cerrar". Con esta
imagen eficaz el Arzobispo Claudio Maria Celli resumió el valor del Acuerdo
provisorio firmado en Pekín entre la Santa Sede y la República Popular China,
un año después del histórico acontecimiento del 22 de septiembre de 2018. La
ocasión de hacer un balance del primer año desde la firma del Acuerdo fue
ofrecida por la presentación que tuvo lugar ayer en Roma del volumen "El
Acuerdo entre la Santa Sede y China. Los chinos católicos entre pasado y
futuro", por Agostino Giovagnoli y Elisa Giunipero, con prefacio del
cardenal Pietro Parolin, publicado por la Urbaniana University Press. En
la conferencia, moderada por el Presidente de la Comunidad de San Egidio, Marco
Impagliazzo, intervinieron - además de Monseñor Celli - Romano Prodi, Andrea
Riccardi y el Padre Federico Lombardi.
Particularmente
significativa, en una abarrotada sala Benedicto XIII, fue la presencia del jefe
de la oficina política y del primer secretario de la Embajada de la República
Popular China en Roma. Signo visible de ese cambio de clima, en nombre de la
confianza y el respeto, que fue evocada por todos los oradores que se
sucedieron en la presentación del libro. Testigo y protagonista desde los años
’80 del siglo pasado, bajo San Juan Pablo II, del proceso de acercamiento entre
la Ciudad Eterna y el "Reino del Medio", el Arzobispo Celli subrayó
que es correcto definir el Acuerdo como "histórico" - aunque
provisorio y limitado a la cuestión de los nombramientos episcopales - porque
gracias a él, por primera vez en 70 años, todos los obispos chinos están ahora
en comunión con el Sucesor de Pedro y con sus otros hermanos en el Episcopado.
Por
lo tanto, subrayó, este Acuerdo es el resultado del "diálogo
operativo" apoyado y alentado por el Papa. Un compromiso que está en
profunda sintonía con la especial atención a China y a los católicos chinos
mostrada por los Papas durante el siglo XX y especialmente por los dos últimos
predecesores de Francisco. El ex subsecretario para las Relaciones con los
Estados destacó así la importancia de las Orientaciones pastorales de la Santa
Sede sobre el registro civil del clero en China, publicadas el pasado 28 de
junio. Un documento, observó Monseñor Celli, en el que se percibe que el amor
al propio país y la exigencia, igualmente sentida, de ser auténticamente
católicos, no son contradictorios.
Por
su parte, Romano Prodi destacó las consecuencias sociales y geopolíticas de
esta decisión para China, que ha experimentado cambios frenéticos en los
últimos 30 años. Para el ex Presidente de la Comisión Europea, la firma del
Acuerdo fue posible en este momento histórico también porque con el Pontificado
del Papa Francisco, las autoridades chinas percibieron a la Iglesia Católica
como cada vez más universal y menos occidental. Esta condición favorece una
convergencia entre Roma y Pekín en terrenos hasta ahora inexplorados. Sobre el
significado multilateral y no solo sino-vaticano del Acuerdo se detuvo Andrea
Riccardi señalando que este entendimiento representa, también simbólicamente,
la conclusión de una fractura que se había abierto en la segunda mitad del
siglo XXI, para luego extenderse hasta la actualidad. Para el fundador de la
Comunidad de San Egidio, la capacidad de la Santa Sede y de China para resolver
un conflicto que duró 70 años es signo de "inteligencia y
flexibilidad". Talentos, se recordó, que pertenecieron a dos grandes
figuras de la diplomacia vaticana, que nos han dejado recientemente: los
cardenales Achille Silvestrini y Roger Etchegaray.
Riccardi
concluyó su discurso observando que ahora "el catolicismo chino debe ser
repensado", debe encontrar un nuevo espacio para el futuro. Última
intervención fue la del Padre Federico Lombardi quien recordó que el camino que
llevó a la firma del Acuerdo también está marcado por muchas historias de
sufrimiento. Para el ex director de la Oficina de Prensa, no se debe considerar
que este acuerdo histórico sea mérito exclusivo de los líderes chinos y
vaticanos. El acuerdo, evidenció el jesuita, nace de la fidelidad de los
católicos chinos y sus obispos a lo largo de décadas difíciles y dolorosas. Si
ellos no hubieran estado ligados espiritualmente de manera tan extraordinaria
al Papa, señaló, los gobernantes no se habrían dado cuenta de la solidez de
esta comunión y no se habrían creado las condiciones para llegar a la firma del
Acuerdo.
de
Alessandro Gisotti
Vatican
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