Historias de convivencia entre los fieles de ambas
religiones. Viaje por el país africano, para descubrir una sociedad unida y la
colaboración entre las comunidades
Trece
mujeres, de 42 a 85 años, de cinco diferentes países. Trece mujeres que desde
hace años dedican sus vidas a llevar el Evangelio, construir un futuro bueno
para las jóvenes generaciones, sostener la vida de mujeres y niños, animar
vínculos serenos entre los fieles de diferentes religiones.
Son las misioneras de la Consolata que trabajan en tres localidades de Guinea Bessau, pequeño estado africano de un millón ochocientos mil habitantes (el 46% es musulmán, el 15% cristiano y los demás siguen la religión tradicional).
Son las misioneras de la Consolata que trabajan en tres localidades de Guinea Bessau, pequeño estado africano de un millón ochocientos mil habitantes (el 46% es musulmán, el 15% cristiano y los demás siguen la religión tradicional).
Respeto
auténtico
Guía
a estas mujeres sor Giovanna Panier, de 71 años, que vive en Bor, en la
periferia de Bissau, la capital. «En este país –cuenta– las relaciones entre
los cristianos y los musulmanes son verdaderamente pacíficas. Viven juntos en
la concordia, en cada nivel. Nuestro obispo, por ejemplo, cuando organiza algún
encuentro importante, no deja de invitar a los imanes locales, que siempre
participan de muy buena gana. En la cotidianidad, las personas manifiestan
sincero respeto por la fe ajena.
Nosotras,
las monjas nos sentimos apreciadas por los musulmanes, que han comprendido
nuestro compromiso desinteresado a favor de todos. Cuidamos a quien lo necesite
y trabajamos con cristianos y musulmanes para construir una sociedad más justa.
Creemos que es importante construir e impulsar las buenas relaciones entre las
diferentes comunidades de fieles». Añade: «Las personas auténticamente
religiosas, de religiones diferentes, que viven y trabajan juntas en armonía
(como sucede aquí en Guinea Bissau) pueden demostrar y enseñarle al mundo que
la convivencia pacífica, la colaboración son posibles».
El
liceo
En
la pequeña localidad de Empada y en las 85 aldeas que la rodean, los musulmanes
constituyen el 90% de la población. Las monjas llegaron aquí en 1992, aceptando
la invitación del obispo local que deseaba una misión. «La convivencia con la
comunidad islámica fue inmediatamente fácil, tanto que el 31 de diciembre de
ese año los fieles musulmanes, así como los seguidores de la religión
tradicional y los cristianos de otras confesiones acogieron con gusto la
invitación de mis hermanas para rezar juntos y agradecer a Dios por el año que
transcurrido», recuerda sor Giovanna.
En
Empada, además de las actividades pastorales en la parroquia, las monjas
fundaron una escuela materna (y formaron a las maestras) y un liceo que en la
actualidad recibe a más de 900 chicos cristianos y musulmanes. También los
maestros pertenecen a ambas religiones: «Las relaciones son muy serenas y
amigables, tanto entre los chicos como entre los adultos: se trabaja con un
gran espíritu de colaboración».
El
profesor musulmán
Entre
los maestros musulmanes está Seco Bandé, de 42 años, casado y padre de dos
niñas. Es profesor de francés y secretario administrativo de la estructura. Se
dice convencido de que la educación escolar tiene un papel decisivo en la
construcción de una sociedad pacífica y unida: «Una sociedad sin escuela –dice–
es una sociedad perdida». Y, con respecto a la propia experiencia profesional,
afirma: «Me gusta mucho trabajar en el liceo de las misioneras de la Consolata,
tengo una óptima relación con todas ellas. Soy musulmán y tengo acceso libre tanto
en su casa como en Empada y Bor.
En
general, tengo verdaderamente buenas relaciones con los cristianos, tanto que
mi mejor amigo es cristiano y todos los sacerdotes que durante los años han
llegado a Empada se han convertido en mis amigos». Y añade: «Aquí, en la
ciudad, así como en el resto del país, la convivencia entre cristianos y
musulmanes es serena: compartimos cada cosa. Creo que tenemos que trabajar
unidos para que las nuevas generaciones puedan crecer creyendo en los valores
humanos, en la conciencia de que todos provenimos del mismo Dios Creador y que
volveremos a Él un día».
La
desnutrición infantil
En
Guniea Bissau la pobreza y la desnutrición infantil campean: en Empada las
misioneras de la Consolata fundaron un gran centro nutricional en el que son
recibidos los niños desnutridos con sus madres, a las que se dan consejos sobre
cómo acudir a los pequeños. «En Guinea Bissau los niños son queridos, pero a
menudo están descuidados: se presta poca atención a su alimentación y a su salud
(también porque las curas hay que pagarlas)», dice sor Giovanna. «La educación,
por ello, se vuelve fundamental: nosotras, con nuestros colaboradores, también
musulmanes, nos comprometemos para que las mamás puedan comprender la
importancia de asegurar una alimentación que permita a sus hijos desarrollarse
y crecer bien».
En
la isla de Bubaque, en el archipiélago de Bijagós, en donde la mayor parte de
la población sigue la religión tradicional, las monjas, además de dedicarse a
la actividad pastoral y a la promoción de la mujer, fundaron un segundo centro
nutricional y se ocupan también de los niños desnutridos que viven en otras
islas, a las que llegan periódicamente en canoas.
La
promoción de la mujer
Desgraciadamente,
subraya sor Giovanna, «en Guinea Bissau la condición femenina no puede
definirse feliz, ciertamente. Las mujeres, tanto cristianas como musulmanas,
están sometidas a los maridos y trabajan muchísimo: son ellas las que cuidan a
los niños, son ellas las que todos los días se ocupan de procurarse agua y la
leña necesaria para las necesidades de la familia, son ellas las que se ocupan
de los puestos en el mercado. Nosotras nos comprometemos para que se cobre
conciencia de las mujeres, de su valor y de sus capacidades. Y las animamos a
estudiar». Las monjas han puesto en marcha una serie de iniciativas: en Bor,
por ejemplo, abrieron un centro de formación femenina que organiza cursos de
cinco años de alfabetización, puericultura, educación sanitaria, artesanía y
alimentación.
La
oración por un hijo
Para
describir la calidad de las relaciones entre los cristianos y los musulmanes,
sor Giovanna cuenta un episodio: «Un día, un artesano musulmán que a veces
lleva a cabo algunos trabajos en nuestra misión, nos vino a pedir que rezáramos
para que él y su esposa lograran tener un hijo, que estaban esperando desde
hacía años. Tiempo después nació un niño, que desgraciadamente murió a pocos
meses de haber nacido. Ese hombre vino a pedirnos que siguiéramos rezando y si
se nos podía sumar. Cuando, en el día establecido, comenzamos a recitar el
rosario, él sacó una hojita de su bolsillo, en la que se había escrito el texto
del Ave María. Rezamos juntos: después hablamos de Jesús y del tabernáculo que
estaba frente a nosotros. Entonces se levantó y pronunció una oración muy
conmovedora, pidiendo a Dios el don de un hijo y dándole gracias.
Nosotras,
las monjas, concluimos el encuentro persignándonos y él nos pidió que lo
volviéramos a hacer porque quería aprender a hacerlo. Poco después su esposa
volvió a quedar embarazada: él vino inmediatamente, nos dio todas las noticias
regularmente sobre el embarazo y, cuando la niña nació, nos llamó por teléfono
inmediatamente. Después nos la trajo para que la conociéramos».
CRISTINA UGUCCIONI
BOR