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18 de agosto de 2018

EN GUINEA BISSAU, DONDE CRISTIANOS Y MUSULMANES TRABAJAN UNIDOS

Historias de convivencia entre los fieles de ambas religiones. Viaje por el país africano, para descubrir una sociedad unida y la colaboración entre las comunidades

Trece mujeres, de 42 a 85 años, de cinco diferentes países. Trece mujeres que desde hace años dedican sus vidas a llevar el Evangelio, construir un futuro bueno para las jóvenes generaciones, sostener la vida de mujeres y niños, animar vínculos serenos entre los fieles de diferentes religiones. 

Son las misioneras de la Consolata que trabajan en tres localidades de Guinea Bessau, pequeño estado africano de un millón ochocientos mil habitantes (el 46% es musulmán, el 15% cristiano y los demás siguen la religión tradicional).  

Respeto auténtico 
  
Guía a estas mujeres sor Giovanna Panier, de 71 años, que vive en Bor, en la periferia de Bissau, la capital. «En este país –cuenta– las relaciones entre los cristianos y los musulmanes son verdaderamente pacíficas. Viven juntos en la concordia, en cada nivel. Nuestro obispo, por ejemplo, cuando organiza algún encuentro importante, no deja de invitar a los imanes locales, que siempre participan de muy buena gana. En la cotidianidad, las personas manifiestan sincero respeto por la fe ajena.

Nosotras, las monjas nos sentimos apreciadas por los musulmanes, que han comprendido nuestro compromiso desinteresado a favor de todos. Cuidamos a quien lo necesite y trabajamos con cristianos y musulmanes para construir una sociedad más justa. Creemos que es importante construir e impulsar las buenas relaciones entre las diferentes comunidades de fieles». Añade: «Las personas auténticamente religiosas, de religiones diferentes, que viven y trabajan juntas en armonía (como sucede aquí en Guinea Bissau) pueden demostrar y enseñarle al mundo que la convivencia pacífica, la colaboración son posibles». 
  
El liceo 
  
En la pequeña localidad de Empada y en las 85 aldeas que la rodean, los musulmanes constituyen el 90% de la población. Las monjas llegaron aquí en 1992, aceptando la invitación del obispo local que deseaba una misión. «La convivencia con la comunidad islámica fue inmediatamente fácil, tanto que el 31 de diciembre de ese año los fieles musulmanes, así como los seguidores de la religión tradicional y los cristianos de otras confesiones acogieron con gusto la invitación de mis hermanas para rezar juntos y agradecer a Dios por el año que transcurrido», recuerda sor Giovanna.

En Empada, además de las actividades pastorales en la parroquia, las monjas fundaron una escuela materna (y formaron a las maestras) y un liceo que en la actualidad recibe a más de 900 chicos cristianos y musulmanes. También los maestros pertenecen a ambas religiones: «Las relaciones son muy serenas y amigables, tanto entre los chicos como entre los adultos: se trabaja con un gran espíritu de colaboración». 
  
El profesor musulmán 
  
Entre los maestros musulmanes está Seco Bandé, de 42 años, casado y padre de dos niñas. Es profesor de francés y secretario administrativo de la estructura. Se dice convencido de que la educación escolar tiene un papel decisivo en la construcción de una sociedad pacífica y unida: «Una sociedad sin escuela –dice– es una sociedad perdida». Y, con respecto a la propia experiencia profesional, afirma: «Me gusta mucho trabajar en el liceo de las misioneras de la Consolata, tengo una óptima relación con todas ellas. Soy musulmán y tengo acceso libre tanto en su casa como en Empada y Bor.

En general, tengo verdaderamente buenas relaciones con los cristianos, tanto que mi mejor amigo es cristiano y todos los sacerdotes que durante los años han llegado a Empada se han convertido en mis amigos». Y añade: «Aquí, en la ciudad, así como en el resto del país, la convivencia entre cristianos y musulmanes es serena: compartimos cada cosa. Creo que tenemos que trabajar unidos para que las nuevas generaciones puedan crecer creyendo en los valores humanos, en la conciencia de que todos provenimos del mismo Dios Creador y que volveremos a Él un día». 
  
La desnutrición infantil  
  
En Guniea Bissau la pobreza y la desnutrición infantil campean: en Empada las misioneras de la Consolata fundaron un gran centro nutricional en el que son recibidos los niños desnutridos con sus madres, a las que se dan consejos sobre cómo acudir a los pequeños. «En Guinea Bissau los niños son queridos, pero a menudo están descuidados: se presta poca atención a su alimentación y a su salud (también porque las curas hay que pagarlas)», dice sor Giovanna. «La educación, por ello, se vuelve fundamental: nosotras, con nuestros colaboradores, también musulmanes, nos comprometemos para que las mamás puedan comprender la importancia de asegurar una alimentación que permita a sus hijos desarrollarse y crecer bien». 
  
En la isla de Bubaque, en el archipiélago de Bijagós, en donde la mayor parte de la población sigue la religión tradicional, las monjas, además de dedicarse a la actividad pastoral y a la promoción de la mujer, fundaron un segundo centro nutricional y se ocupan también de los niños desnutridos que viven en otras islas, a las que llegan periódicamente en canoas. 
  
La promoción de la mujer 
  
Desgraciadamente, subraya sor Giovanna, «en Guinea Bissau la condición femenina no puede definirse feliz, ciertamente. Las mujeres, tanto cristianas como musulmanas, están sometidas a los maridos y trabajan muchísimo: son ellas las que cuidan a los niños, son ellas las que todos los días se ocupan de procurarse agua y la leña necesaria para las necesidades de la familia, son ellas las que se ocupan de los puestos en el mercado. Nosotras nos comprometemos para que se cobre conciencia de las mujeres, de su valor y de sus capacidades. Y las animamos a estudiar». Las monjas han puesto en marcha una serie de iniciativas: en Bor, por ejemplo, abrieron un centro de formación femenina que organiza cursos de cinco años de alfabetización, puericultura, educación sanitaria, artesanía y alimentación. 
  
La oración por un hijo  
  
Para describir la calidad de las relaciones entre los cristianos y los musulmanes, sor Giovanna cuenta un episodio: «Un día, un artesano musulmán que a veces lleva a cabo algunos trabajos en nuestra misión, nos vino a pedir que rezáramos para que él y su esposa lograran tener un hijo, que estaban esperando desde hacía años. Tiempo después nació un niño, que desgraciadamente murió a pocos meses de haber nacido. Ese hombre vino a pedirnos que siguiéramos rezando y si se nos podía sumar. Cuando, en el día establecido, comenzamos a recitar el rosario, él sacó una hojita de su bolsillo, en la que se había escrito el texto del Ave María. Rezamos juntos: después hablamos de Jesús y del tabernáculo que estaba frente a nosotros. Entonces se levantó y pronunció una oración muy conmovedora, pidiendo a Dios el don de un hijo y dándole gracias.

Nosotras, las monjas, concluimos el encuentro persignándonos y él nos pidió que lo volviéramos a hacer porque quería aprender a hacerlo. Poco después su esposa volvió a quedar embarazada: él vino inmediatamente, nos dio todas las noticias regularmente sobre el embarazo y, cuando la niña nació, nos llamó por teléfono inmediatamente. Después nos la trajo para que la conociéramos». 

CRISTINA UGUCCIONI
BOR

Fuente: Vatican Insider