No existe
ningún país en el mundo con la pujanza misionera de España (11.000 misioneros).
El Ministerio de Asuntos Exteriores quiere generar sinergias con Obras Misionales
Pontificias para promover objetivos comunes como la paz y la seguridad. El
banco de pruebas será África
Solo en
África hay unos mil misioneros españoles destacados. Este es el planteamiento
que llevó al director general para África, Raimundo Robredo, a llamar a la
puerta de las Obras Misionales Pontificias (OMP).
En sus
diversos destinos en el continente, Robredo ha conocido de primera mano «la
increíble labor que los religiosos realizan» en escuelas y hospitales, y da fe
de su alto conocimiento de la situación en cada país. «Ningún otro actor tiene
su nivel de integración en las comunidades africanas: ni los diplomáticos, ni
los militares en misiones de paz, ni los empresarios, ni las ONG…. Simplemente,
no hay otras personas como ellas, que hablen tres o cuatro idiomas locales y
vivan permanentemente en el terreno», asegura el responsable de Exteriores en
entrevista con Alfa y Omega. Solo los grandes equipos de fútbol, como el Barça
y el Real Madrid –constata–, pueden rivalizar con su buena imagen entre la
población.
Pero el
principal motivo que llevó a Robredo a contactar con el director nacional de
OMP, José María Calderón, fue su preocupación por la seguridad, tras los
asesinatos entre febrero y mayo de dos salesianos en Burkina Faso y de una
religiosa burgalesa en República Centroafricana. El reto es complejo. «A los
misioneros –explica– normalmente no te los encuentras en las capitales, sino en
zonas remotas donde no es fácil que les llegue la asistencia consular a la que
tienen derecho como cualquier ciudadano español. Y cuando la ayuda que les
ofreces es la evacuación, es habitual que la rechacen».
Charlas de
formación a diplomáticos
«Vi una gran
receptividad por su parte», asegura, por su parte, José María Calderón,
refiriéndose a aquel primer encuentro. «Del tema de la seguridad, pasamos a
otras cuestiones, como los problemas con algunos gobiernos para conseguir o
renovar los visados. Precisamente en estas últimas semanas se nos ha presentado
algún caso, hemos escrito al ministerio y nos lo están agilizando». «Y
planteamos también del Estatuto del Cooperante, que está totalmente parado,
para que podamos colaborar en su redacción».
A la vuelta
del verano, el 13 de septiembre, se organizó una nueva reunión exploratoria, a
la que se sumaron el arzobispo de Pamplona y responsable de Misiones en la
Conferencia Episcopal, Francisco Pérez; y por parte del ministerio, el
secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Fernando Martín Valenzuela, y la
directora de Cooperación con África y Asia, Cristina Díaz. Tras consultar a
diversas congregaciones religiosas y a otros responsables eclesiales, Calderón
llevó la propuesta de informar desde OMP sobre la realidad de la misión a los
futuros diplomáticos, desde la premisa de que, por lo general, «sobre todo en
sus primeros destinos, lo que se van a encontrar no son grandes empresarios,
sino seguramente a algún misionero».
«Es una idea
excelente», cree Raimundo Robredo. «A la Escuela Diplomática vienen
representantes de Defensa o de la CEOE a explicar qué hacen, y va a ser muy
interesante incorporarles también a ellos».
El problema
que se plantea es cómo establecer este tipo de colaboración a la inversa, de
modo que también los misioneros conozcan qué tipo de recursos pueden ofrecerles
las embajadas y consulados españoles. A diferencia de la carrera diplomática,
no existe un único centro de formación para la misión, pero Calderón ha
comenzado a sondear diversas posibilidades para organizar charlas de este tipo
con representantes de Exteriores.
Explosión
demográfica en África
Desde la
perspectiva del ministerio, los misioneros pueden ser una fuente privilegiada
de información, reconoce el director general para África. «Se habla mucho de la
diplomacia preventiva, que parte de la premisa de la alerta temprana. Cuando la
embajada o la prensa se enteran de un conflicto o del brote de una enfermedad
en un país tal vez sea ya demasiado tarde. Sin embargo, los misioneros sí
podrían darnos esa voz de alarma: “Aquí está pasando algo raro”, «Esto tiene
mala pinta”…, de modo que el Estado pudiera poner en práctica esa diplomacia
preventiva».
«Naturalmente
–matiza Raimundo Robredo–, no pretendemos coordinarles ni mucho menos
mandarles, pero tenemos el mandato legal de reconocerles como actores de la
acción exterior de España y de cooperar al máximo con ellos. Más allá de su
labor en el terreno espiritual, que a mí no me corresponde valorar, su trabajo
tiene un valor enorme para la imagen de España».
De ahí la
propuesta de Robredo de establecer un marco de cooperación del que, asegura, no
conoce referentes en otros países, más allá del caso aislado de la Comunidad de
Sant’Egidio en Italia, con su mediación en diversos conflictos. «Pero es que
–argumenta– tampoco hay países con el número de misioneros que tenemos
nosotros». A pesar del sostenido descenso en las últimas décadas, España sigue
liderando el ranking mundial con unos 11.000 misioneros en el mundo, y es
segunda en donativos para la misión, solo detrás de Estados Unidos.
La Ley de
Acción y Servicio Exterior del Estado, de 2014, reconoce que, más allá de la
política exterior, competencia exclusiva del Gobierno central, «existe una
multiplicidad de actores en la acción exterior y considera que es muy positiva
la aportación desde la sociedad civil», prosigue Robredo. «Esos principios los
hemos tratado de traducir [en marzo de este año] en el III Plan África, donde
se explicita que España tiene unos intereses muy claros y definidos en este
continente: el fomento de la paz y la seguridad; el fomento de un crecimiento
económico inclusivo (la Agenda 2030); el fortalecimiento de la democracia y los
derechos humanos, y el fomento de una movilidad ordenada, refiriéndonos no solo
a las migraciones hacia Europa, sino sobre todo a las migraciones
intraafricanas, un fenómeno de intensidad cinco veces mayor». Pues bien, «salvo
quizá en este último punto, donde la aportación de los misioneros quizá sea
menor, en los otros tres objetivos su labor es fundamental de cara a los
objetivos centrales de nuestra política exterior en África».
Una política
–está convencido Robredo– llamada a adquirir mucha mayor notoriedad en los
próximos años. «África se enfrenta a una gran explosión demográfica, va a
doblar su población en poco más de 30 años. Y nosotros, que estamos a las
puertas, somos los primeros interesados en una África pacífica, pujante,
económicamente desarrollada…», explica. «Este es un deseo y un marco que
perfectamente podemos compartir con OMP, así que no hay razón para no sumar
esfuerzos».
Ricardo
Benjumea
Pegados al
terreno
Para José
María Calderón, director nacional de Obras Misionales Pontificias, las
diferencias están muy claras. El misionero –dice– no es un cooperante, pero «no
puedes predicar el Evangelio a una persona que se está muriendo de hambre,
habrá que darle primero de comer». Sin embargo, el misionero no suele contar
con grandes medios para la ayuda humanitaria ni la cooperación. «Es alguien que
está ahí, viviendo en las mismas condiciones que el resto, y que ayuda en la
medida que puede, porque ve en la otra persona a Jesucristo».
Claro que,
simultáneamente, han surgido ONG en torno a las congregaciones religiosas para
apoyar la labor de la misión. Y los proyectos de cooperación que quieran tener
incidencia real sobre el terreno saben que el misionero es su mejor aliado. De
hecho, «la relación sobre el terreno de los misioneros y los cooperantes suele
ser excelente», afirma Calderón. «Pero también te encuentras con grandes
proyectos, financiados desde la ONU, que llegan para hacer exactamente lo que
tenían previsto hacer y después marcharse, sin tener en cuenta la situación del
país, su cultura… Lo vimos en el caso del ébola. Naturalmente, si se acabó con
la pandemia fue gracias a esos programas con inversiones millonarias, pero si
hubieran escuchado a las personas que estaban trabajando sobre el terreno, la
ayuda habría sido mucho más eficaz».
Una de las
razones de la buena imagen de la cooperación española ha sido su
descentralización, y en ello han desempeñado un papel esencial los misioneros,
como actores pegados al terreno. «Una ONG puede ser tener grandes conocimientos
técnicos, pero eso no siempre basta», explica Calderón. Yo, por ejemplo, cuando
llevo a médicos, les advierto: “Venís a ejercer de enfermeros, lo siento; venís
a curar, no a diagnosticar, eso les corresponde a los médicos locales, porque
vosotros no sabéis con qué medios van a contar después para los tratamientos,
no podéis recetarles un medicamento que no van a tener después disponible”. Son
ese tipo de cosas –apunta– en las que la presencia de los misioneros marca una
diferencia importante».
Fuente: Alfa
y Omega