La historia del padre Kizito: “La misión es estar en la calle
y salir de uno mismo”
El impacto con Kibera no es fácil. La llaman
“El infierno de África”, y cuando se llega aquí se entiende el porqué. Es el
barrio marginal más grande del continente africano, a tiro de piedra del centro
de Nairobi, Kenia.
Alrededor de
dos millones de personas viven en condiciones imposibles de imaginar incluso
para quienes provienen del llamado “Occidente”.
Después de 10
horas de vuelo y una noche casi insomne caigo en esta realidad colorida pero
despiadada: las casas de lámina, los niños que juegan en arroyos de agua
podrida y lodo o entre kilos de basura que recubren las calles. Niños descalzos
y sucios me siguen, intrigados por la cámara.
Un profundo
sentido de miseria, mezclado con un sentido de inadecuación, me nace dentro.
Me encuentro
aquí para un proyecto de video. La base es el “Kivuli Center”, un centro para
niños de la calle fundado por el padre Sesana -conocido por todos como Kizito-
un misionero que, desde hace años, salva a los niños de la calle.
Normalmente
son huérfanos,
abandonados, maltratados, desnutridos, y los acoge en el
“Kivuli Center”. El nombre, en lengua suajili quiere decir “Refugio”.
El padre Kizito tiene los ojos azules grandes y profundos: dentro se pueden ver
todos los cielos de África donde, en los largos años de misión, ha llevado su
corazón y la Iglesia de Cristo.
El día
después de mi llegada es 15 de agosto, la fiesta de la Asunción. Descubro una
pequeña capilla dentro del Centro. Un tapiz africano detrás del altar, bancos
de madera. Silencioso, humilde, hermoso.
Comienzo a
leer un libro que el padre Kizito escribió sobre las historias de niños en
África. Historias de miseria, pero también de profunda esperanza, fe y
espiritualidad. Lentamente, mi corazón comienza a respirar aire fresco.
Algunos días
más tarde empieza la misa, animada por los niños del centro. Leen y cantan sus
cantos en lengua suajili. Un bálsamo para el corazón.
En un momento
dado se va la luz: nos quedamos con dos velas en el altar y las voces de los
niños que cantan y celebran una de las misas más importantes y alegres del año.
Una misa empapada del amor materno de María
por cada uno de nosotros y
cada uno de esos niños que, a pesar de todo, no han perdido la pureza en sus
ojos, y la alegría en la sonrisa.
Bailamos, cantamos y rezamos juntos: dentro
de esa pequeña capilla, en el centro del infierno de África, estamos tocando un
pedazo del Paraíso.
María nos
está llevando con ella, y nos está llevando al cielo por un momento, por un
instante del corazón.
Esa noche, el
Espíritu de Dios me tocó, quizá aún más profundamente que en
cualquier otro momento de la vida. Esa noche, en la oscuridad, la luz
brilló más fuerte que en cualquier otra noche.
En el padre
Kizito y en su misión, en los ojos de esos niños, en ese “Refugio” dentro del
caos, vi que la Resurrección de Cristo es real, y vence al mal. Que
como dice san Pablo: ni la espada, ni la persecución, ni la muerte, podrán
separarnos de Su amor.
El papa
Benedicto XVI una vez dijo que África es “un inmenso ‘pulmón’ espiritual para
la humanidad que aparece en la crisis de fe y de esperanza”.
En esos
breves, largos, diez días en Kibera, descubrí que esto es profundamente cierto.
Este video es una pequeñísima historia de aquel viaje.
Por Anna Raisa Favale
Fuente: Aleteia