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3 de abril de 2014

UNA SEGOVIANA NOS CUENTA SU EXPERIENCIA MISIONERA EN TIERRAS DE VENEZUELA


"Os pido oraciones, especialmente por la paz en los corazones, para que desaparezca el odio y para que haya reconciliación, perdón, misericordia."

Un cordial saludo desde Caracas, Venezuela. Quizá nombrar en estos momentos este país es evocar noticias tristes, crisis, conflicto, muertes, heridos, arrestos y, lo más doloroso, división entre hermanos. Nosotros tenemos en nuestra historia una guerra civil, y no lo deseamos para nadie más.


En estos momentos somos una comunidad de 13 consagradas y 4 colaboradoras (jóvenes que dan uno o varios años de su vida al servicio de la Iglesia, donde se las necesite). Entre todas colaboramos y buscamos la extensión del Reino de Dios en los corazones y en la sociedad, en varios campos de misión: la educación, la familia, la niñez y juventud, la formación en la fe y la evangelización en zonas humildes con misiones, directamente e indirectamente a través de ETC (Evangelizadores a tiempo completo) que son personas que reciben formación y acompañamiento para “trabajar” apoyando a los párrocos en la evangelización.

Estoy aquí desde septiembre de 2008. ¡Ya más de cinco años, muy feliz! Cuando llegué, me encontré un país con sus luces y sombras, como cualquier país. Las sombras están saliendo a la luz pública internacional desde hace varias semanas. Así que voy a compartir algunas de sus luces: cuenta con playas “espectaculares” (vocablo que usan mucho por aquí) como Morrocoy, Tucacas, Margarita, isla la Tortuga, isla de Coche, Supí, Adícora y los Roques; montes y montañas como el cerro el Ávila en Caracas, pico el Águila y numerosas montañas en Mérida, y los Andes; cascadas y saltos de agua como el conocido Salto Ángel; la Gran Sabana con sus tepuyes como el Roraima; el puente de Maracaibo que une dos ciudades; la laguna de Sinamaica, con palafitos, de la cultura indígena de los guajiros; el Estado Zulia con la mayoría del petróleo del país; los médanos de Coro (montañas de arena, moldeadas por el aire, que cambian de forma a cada momento)… una amplia y rica gama de paisajes.Unos los he podido conocer personalmente, otros en fotos. 

Pero la riqueza que me conquistó fue la de los venezolanos: he encontrado gente muy cordial, afectuosa, cercana, acogedora, abierta, con calidez humana, solidaridad, con gran sentido del humor, emprendedora, de gran generosidad, algunos magnánimos, con un habitual “a la orden” en los labios y en el corazón. La difícil situación que se está viviendo quizá ha opacado en algunos de ellos estas cualidades, o las ha contenido como una presa de agua; pero están ahí. Os pido oraciones, especialmente por la paz en los corazones, para que desaparezca el odio y para que haya reconciliación, perdón, misericordia. Mucha misericordia que, como dijo el Papa Francisco hace unos días, es el camino de la paz para el mundo.

Desde que llegué, cuando me preguntan cuál es mi misión, mi apostolado, respondo que lo que quiero es que las almas se encuentren con Jesucristo, porque ese encuentro marca un cambio en la vida, un antes y un después. Quien experimenta el amor de Jesucristo no queda igual, cambia y lleva un cambio a los demás, a su alrededor. Todo lo demás, son excusas para propiciar ese encuentro. ¿Qué es “todo lo demás”? Pues una buena parte del tiempo estoy en un colegio, el I. Andes de Caracas, dedicada a: la pastoral familiar (¡cuántos ataques está sufriendo la familia actualmente! y ¡qué necesaria es la familia!), la atención personal y acompañamiento de padres y representantes, y del personal docente de Preescolar, la formación en la fe de un grupo de mamás y… “a la orden” para lo que pueda ayudar, en lo que se necesite y quien lo necesite. 

Uno siembra y Dios se encarga de regar y dar “su” fruto a “su” tiempo. Y, a veces, por su misericordia, nos permite ver algunos de los milagros y frutos que el Espíritu Santo va obrando: parejas que superan dificultades y crisis después de Renovaciones matrimoniales, sesiones de acompañamiento y oración; adultos que se confiesan y retoman su fe, después de años de alejamiento. Una profesora, después de varios años de rechazo y resistencia a la práctica de la fe por “el testimonio de fanatismo de su suegra”, llega un día llorando y diciendo: “ahora entiendo a mi suegra”. Todavía hoy no ha podido dejar de llorar, lágrimas como las de Pedro, cada vez que habla o recuerda cómo Dios la ama, a pesar de su actitud pasada. Llora en la Misa, llora al rezar el rosario, al conocer más de su fe… 

Una mamá, después de una sesión sobre el quinto mandamiento y explicar los medios de fecundación asistida, se acerca y dice: yo iba a recurrir a la FIV (fecundación in vitro), pero después de esta charla, ya no podría. Todos los martes a las 7:45 de la mañana, tenemos en la capilla del colegio una de mis “actividades” favoritas: el rosario con cantos para María, nuestra querida madre. Hace unos meses, una mamá asidua al rosario y que hacía dos años se había ido a vivir fuera, comentaba que debía su reconversión a María, porque ella en uno de esos rosarios, le dijo: “vuelve”. Por una situación personal no se sentía digna de ir a misa; y la Virgen, con su ternura maternal, en un rosario, la volvió a acercar. 

Y sólo Dios sabe cuántas almas ha tocado… y seguirá tocando. Les pido a Dios y a María, y os pido a vosotros, que os unáis en esta petición: que nos hagan dóciles instrumentos del Espíritu Santo, instrumentos de su amor. Lo que más necesitan las almas es encontrarse con Jesucristo, experimentar el amor misericordioso de “Papá Dios”, como cariñosamente le llaman por aquí a Dios.

En Semana Santa solemos tener misiones durante toda la semana, aprovechando que aquí las clases terminan el jueves anterior a viernes de concilio o de pasión. Se forman grupos para adolescentes, jóvenes y familias. Como en tantos lugares, hay zonas humildes donde los párrocos no abarcan todas las comunidades que tienen que atender. La llegada de misioneros y misioneras, con padres legionarios, en esta época del año, es una pequeña ayuda, un refuerzo que agradecen y, a veces, fortalece su vocación. Al final de las misiones el año pasado, un párroco de una difícil localidad,  agradeció al grupo de misioneras su testimonio de alegría y entusiasmo, y su apoyo; pues les confesó que estabapasando por un momento difícil. Muchas veces, la mayoría, las evangelizadas son las mismas misioneras, creen que van a dar y terminan recibiendo mucho más.

En fin, estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos, lo importante es ser lo que somos, y amar a los demás con el amor recibido de Jesucristo, ¡así que urge que nos dejemos amar por Dios!


Me despido con un “hasta luego”. ¡Que Dios y María os bendigan! Con un fuerte abrazo y la seguridad de mis oraciones,

 Elena de Andrés

Caracas,  Venezuela, 31 de marzo de 2014