Santa Teresita de Lisieux, la
patrona de las misiones, “se cuela” en la nueva encíclica del Papa
El Papa Francisco ya expresó
su cariño especial por la joven santa carmelita, cuando un periodista en su
vuelta de la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro le preguntó por
lo que llevaba en su cartera negra. “Junto a la maquinilla de afeitar, el
breviario, la agenda”, respondió el Papa, “un libro para leer... me he traído
uno sobre santa Teresita, de la que soy muy devoto”. Una devoción que se
ha vuelto a reflejar en su encíclica “Laudato si”, cuando la propone como una
de las líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de
nuestra fe:
“El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra
amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está
hecha de simples gestos cotidianos donde
rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras
tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato
de la vida en todas sus formas”.
Ofrecemos
una breve presentación de la nueva Enclícica del Papa Francisco
“Laudato si'”, la conversión
ecológica del Papa: las consecuencias del encuentro con Jesús en las relaciones
con el mundo
El cardenal
Peter Turkson ha presidido la rueda de prensa en la que se ha hecho pública
esta mañana la encíclica del Papa “Laudato si” (Alabado seas). Junto a él un
representante del patriarcado ortodoxo de Constantinopla, John Zizioulas, y el
científico John Schellenhuber. Una encíclica que tiene como tema el
medioambiente, pero que entre líneas descubre el patrimonio espiritual de
siglos de aprecio y canto a la creación y amor por la sencillez y los simples
gestos cotidianos de tantos santos, - San José, San Basilio Magno, San Benito,
Santo Tomás de Aquino, San Juan
de la Cruz, Santa Teresita de Lisieux, el beato Charles de Foucauld – entre los
que el mismo Papa destaca a San Francisco de Asís, de quien, no por casualidad,
tomó su nombre como cuasi programa de pontificado. Del canto a las criaturas de
San Francisco toma nombre la encíclica y en ella se reproduce una buena parte
del mismo, adoptando en numerosas ocasiones el lenguaje de “hermano” y
“hermana” para referirse a animales y cosas.
“Laudato si”
comienza haciendo un análisis de la situación del
planeta – nuestra casa común
– en el que no faltan menciones ni a la polución, ni al problema del agua, ni a
la pérdida de la biodiversidad. Como no podía ser de otra manera, el segundo
capítulo de la encíclica se dedica al Evangelio de la creación y cómo las
convicciones de fe ofrecen a los cristianos, y a todos los creyentes,
motivaciones profundas para cuidar de la naturaleza y de los “hermanos y
hermanas más frágiles”.
Los fundamentos bíblicos – la creación, Caín y Abel, el
relato de Noé, las innumerables alabanzas a la creación de los salmos - llevan
ineludiblemente a todo cristiano a una responsabilidad ante “una tierra que es
de Dios”. El misterio del universo encuentra una nueva luz cuando es
comprendido como un “don que viene de la mano abierta del Padre de todos”, en
el que “toda criatura es objeto la ternura” de este Padre. De ahí que no pueda
sostenerse una visión de la naturaleza únicamente como objeto de beneficio y de
interés, porque “el ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que
Jesús propone está en las antípodas” de esa visión.
El Papa Francisco señala que no se
trata “de equiparar a todos los seres vivientes y quitar al ser humano su
peculiar valor que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad”,
tampoco implica la divinización de la tierra. De hecho, no se puede tener
ternura hacia la naturaleza si al mismo tiempo no se tiene “ternura, compasión
y preocupación por los seres humanos”. Denuncia la incoherencia de quien lucha
contra el tráfico de animales y ni se inmuta por la trata de personas. Y
viceversa, “es verdad también”, dice el Papa, “que la indiferencia y la
crueldad hacia las demás criaturas de este mundo terminan siempre por
trasladarse de alguna manera al trato que reservamos a los demás seres humanos.
El corazón es uno solo”.
La
coronación del Evangelio de la creación es la “mirada de Jesús”: los pájaros de
los que no se olvida Dios, a los que alimenta, los campos preparados para la
siega, la semilla de mostaza… Él, que es el logos, por quien y para quien
fueron creadas todas las cosas, y que se ha hecho carne, formando parte del
“cosmos creado”. La encarnación ha hecho que “las mismas flores del campo y las
aves que Él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora estén llenas de su
presencia luminosa”.
El tercer capítulo se dedica a la raíz
humana de la crisis ecológica. El ser humano con su tecnología ha mostrado
una gran creatividad pero también un gran poder. Dos siglos de progreso por el
que debemos alegrarnos, dice el Papa, porque la tecnología “ha puesto remedio a
innumerables males”, y ha expresado nuevas formas de belleza. Pero no se puede
creer que toda adquisición de poder sea progreso y pone el Papa en guardia
contra el “paradigma tecnocrático”, cuya metodología y objetivos se imponen a
toda la realidad. No se trata de utilidad o de bienestar sino de dominio.
La
especialización propia de la tecnología plantea dificultades a la hora de tener
una visión de conjunto y se acaba despreciando todo lo que “el conocimiento ha
producido en otras áreas del saber, como la filosofía y la ética social”. La
solución está, según el Papa Francisco, en la libertad humana que es capaz de
limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso
más sano, más humano, más social, más integral”. Vuelve a insistir - como lo
hiciera en la Evangelii Gaudium y en consonancia con las muchas referencias de
Benedicto XVI al tema – en las consecuencias del relativismo práctico de
nuestro mundo actual, y toca también la importancia de una correcta concepción
del trabajo como relación del hombre con el mundo.
El cuarto capítulo es un llamamiento a
una ecología integral que
aúne todos los aspectos antes puestos de relieve, que abrace las causas de la
contaminación, la relación entre la naturaleza y la sociedad que la habita, y
el estado de salud de las instituciones de una sociedad, por sus consecuencias
para el medio ambiente. Se trata de una ecología que integre también el
“patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente amenazado”. Muy en la
línea del Papa Francisco está la “ecología de la vida cotidiana”, donde se
integra el cuidado del entorno donde viven las personas, la vida digna, la
falta de vivienda, el transporte, el propio cuerpo con su femineidad y
masculinidad…
El Papa
habla después del bien común, la justicia entre generaciones, para comenzar el quinto capítulo de la encíclica
proponiendo “líneas de orientación y acción”, como son el diálogo sobre el
medio ambiente en la política internacional – lógico en un solo mundo con un
proyecto común -, el diálogo en la búsqueda de nuevas políticas nacionales y locales,
que superen visiones partidistas e interesadas, la transparencia a la hora de
adoptar medidas que tengan un impacto ecológico.
Para todo
esto es necesaria, como explica el Papa Francisco en el sexto capítulo, una
educación y espiritualidad ecológicas, que
lleve a un nuevo estilo de
vida, a una alianza entre la humanidad y el medio ambiente, y que conduzca
a una conversión ecológica, que “comporta el dejar emerger todas las
consecuencias del encuentro con Jesús en las relaciones con el mundo”, a lo que
ayuda el modelo de San Francisco. Directrices de vida cristiana como la
sobriedad, la vía del amor de Santa Teresita de Lisieux, llena de pequeños
gestos de cuidado, los sacramentos, en los que la naturaleza viene asumida por
Dios, y la devoción a María, como Reina de todo lo creado… “para que venga tu
Reino de justicia, de paz, de amor y de hermosura. Alabado seas. Amén”, como
concluye la oración final que cierra la encíclica.
OMPress,
junio 2015