Jesús se sigue manifestando en la pequeñez de su Palabra y de los sacramentos, así como en los gestos de amor y caridad hacia los pobres
La Cuaresma tiene un ritmo creciente de revelar
quién es Jesús: comienza con las tentaciones y la transfiguración, que nos
introducen en el misterio del Dios que es solidario con nuestras pobrezas pero
que las supera y triunfa sobre ellas; luego nos muestra a Jesús que satisface
la necesidad de agua para beber de la Samaritana, la curación del ciego de
nacimiento y finalmente la resurrección de su amigo Lázaro.
Una sucesión
creciente de acontecimientos para hacernos ver quién es Jesús para no nosotros,
es decir, qué hace él por nosotros: satisface nuestras necesidades, pero sobre
todo él “es la resurrección y la vida” (Jn 11,25).
El Domingo de Ramos es la culminación de este proceso de
conocimiento progresivo de Jesús, aunque en sí sólo es el pórtico, porque
el Triduo Pascual es la manifestación suprema de Jesús, como el Hijo de Dios y
el Salvador del mundo, el Hijo del Hombre que da la vida por todos y resucita.
Cuando la gente se reúne para aclamar a Jesús solamente
han tenido noticia de lo que Jesús ha predicado y ha hecho; está admirada por
ello, pero realmente no saben quién es Jesús. Según el conocimiento que tienen
de él, lo reciben como a un rey, según la mentalidad religiosa del
pueblo judío. ¿Pero se corresponde esta idea a quién Jesús es
realmente? Ése es el gran interrogante que nos plantea el Domingo
de Ramos, a nosotros y en general a todas la personas que de una manera u
otra buscan a Dios.
La misión precisamente busca responder a esta gran cuestión; mucha gente se alegra de la presencia de la Iglesia,
en general, y de los misioneros y misioneras, en particular, por lo
que conocen de Dios o intuyen de él o por lo que la Iglesia aporta al
desarrollo humano o social, a la cultura, etc. Como a Jesús es fácil aclamar a
los misioneros por la inmensa labor que hacen. Su labor, sin
embargo, sin quitar nada a su contribución a todo lo humano, va más allá de
todo eso: ellos buscan revelar a Jesucristo, como él lo hizo, con
palabras y obras.
El Domingo de Ramos es la invitación que nos hace Jesús a
que detrás de las aclamaciones que le dediquemos, le busquemos a Él
como realmente quiere ser encontrado. Jesús se manifestó en las cosas
pequeñas, en los detalles, en su cercanía a los más necesitados o marginados…
los pequeños gestos de amor y ternura, huyendo normalmente de las grandes
masas. Jesús se sigue manifestando en la pequeñez de su Palabra y de los
sacramentos, así como en los gestos de amor y caridad hacia los pobres. Los
misioneros siguen esta misma dinámica de Jesús y la misión de la Iglesia se
realiza fundamentalmente a través de lo cotidiano y lo pequeño.
Abrimos la Semana Santa con el Domingo de Ramos y encomendamos en nuestras celebraciones a los misioneros
y misioneras en el mundo entero para que sigan los pasos de Jesús y,
huyendo de las pompas de este mundo, sean como Jesús testimonio del amor
humilde y callado pero revela el inmenso amor de Dios por todos sus hijos e
hijas.
Juan Martínez
Fuente: Obras Misionales Pontificias España