Calificó su estancia en Auschwitz
y Dachau de “vacaciones”, trabajó 61 años como misionero, participó en el
Concilio Vaticano Segundo y contribuyó a los documentos adoptados allí en
relación a las misiones. Lee más sobre la intensa vida del cardenal Adam Kozłowiecki
Fue el único cardenal que, después de su
jubilación, trabajó en una parroquia misionera como… un vicario ordinario.
Marchó a África inmediatamente después de su liberación del campo de
concentración de Dachau, ya que “si faltaba en retomar este ministerio habría
sido un acto de grave ingratitud hacia Dios tras la gracia de sobrevivir al
infierno en la tierra”.
La
Pontificia Universidad Urbaniana de Roma, que forma a futuros misioneros, ha
inaugurado recientemente una exhibición In
nomine Domini. El cardenal Adam Kozłowiecki, misionero de África, 1911–2007.
“Vacaciones” en los campamentos nazis
Es difícil
conocer a muchas personas como el cardenal Kozłowiecki a lo largo de toda una
vida. Un hombre de baja estatura, modesto y sonriente, que no se tomaba a sí
mismo demasiado en serio. Recomendaba a los sacerdotes tener una actitud alegre
y bondadosa como uno de los métodos para una evangelización efectiva. Solía
decir que el haber nacido un 1 de abril de 1911, Día de los Inocentes en
ciertos países, tuvo un gran impacto en su vida.
En su
juventud como sacerdote jesuita, estuvo preso en los campos de concentración
nazis de Auschwitz y Dachau. Calificó esta época como unas “vacaciones de cinco
años por cortesía de Adolf Hitler”. En este entorno se forjó su vocación
misionera.
A menudo
admitía que el sufrimiento, la persecución y el hambre que experimentó le
endurecieron para las dificultades y las tribulaciones de la vida en África.
Según recordaba un compañero preso de un campo de concentración, después de sus
aprietos compartidos, “[Adam] era alegre incluso ante las dificultades más
funestas, su fortaleza y perseverancia no eran de este mundo; estaban
arraigadas en su fe y su oración”.
Adam Kozłowiecki: un misionero en África
Como
misionero, también fue muy consciente de que sus acciones no eran realmente
suyas: “A menudo escribo que he hecho muy poco en relación a lo que todavía
queda por hacer aquí, pero debo admitir que ha sido Dios quien ha hecho tanto a
través de mí”.
Trabajó 61
años en Zambia. Llegó allí en 1946, cuando la colonia británica todavía recibía
el nombre de Rodesia del Norte. Bien formado en diferentes campos, participó
activamente en los esfuerzos de la población indígena por su independencia, por
los derechos humanos y la justicia social. Fue un defensor de la igualdad
racial.
Desde sus
inicios en África, se acercaba a las personas y hablaba con ellas. Años más
tarde, todavía se recuerdan aquellos vínculos tan estrechos. El padre
Kozłowiecki centró sus actividades en la educación y el desarrollo del cuidado
sanitario. Dedicaba todos sus esfuerzos a garantizar la alimentación del pueblo,
para que no sufrieran hambrunas.
Enseñó el
cultivo racional del suelo y cuando la mosca tse-tsé exterminó a todos los
animales en las proximidades del puesto misionero, él mismo se puso a arar para
ayudar a los agricultores a plantar nuevos cultivos. De esta manera práctica
demostraba a su rebaño a lidiar con las dificultades y a no perder la
esperanza.
El arzobispo de Lusaka y el Concilio Vaticano Segundo
Sin
embargo, principalmente recorrió a pie cientos de kilómetros proclamando
apasionadamente la Palabra de Cristo. Al comienzo de su ministerio, trabajó en
Kasisi, una parte de Zambia que muchos polacos reconocen fácilmente hoy día
gracias a la pasión africana del periodista católico Szymon Hołownia. En aquel
entonces, esta misión jesuita abastecía de alimentos a unas 300 aldeas. Allí
construiría una iglesia, un hogar para hermanas religiosas y varias escuelas.
En 1955 fue
designado primer obispo de Lusaka, y luego arzobispo metropolitano. Trajo a
Zambia muchos misioneros y contribuyó a un desarrollo significativo de la vida
religiosa en el lugar. Además, estableció allí el primer seminario.
El
ministerio del obispo Kozłowiecki sentó los cimientos para el compromiso
misionero de la Iglesia y dejó una marca indeleble en la redacción de los
documentos misioneros del Concilio Vaticano Segundo, en cuyas sesiones
participó activamente.
Un cardenal en el campo africano
Durante el
tiempo de la descolonización, renunció a su cargo como arzobispo de Lusaka para
que el puesto pudiera ser ocupado por el primer obispo negro. Presentó su
renuncia cinco veces seguidas hasta que el Vaticano finalmente aceptó. En 1969,
volvió al campo y retomó su ministerio como misionero ordinario.
Según dijo:
“No soy ningún canario que quiera permanecer sentado en su hermosa jaula.
Volveré con mi pueblo”. Permaneció en África en seis puestos difíciles
consecutivos durante 40 años, hasta su muerte.
Incluso
Juan Pablo II, que nombró cardenal a Kozłowiecki en 1998, fue incapaz de
conseguir que abandonara su ministerio en África. Después del consistorio en el
Vaticano, el cardenal Kozłowiecki observó: “Me siento como un elefante en una
tienda de porcelana. El campo es mi misión”. Y así, regresó a África con 87
años.
Un neumático usado como florero en la tumba del cardenal
Cuando ya
no fue capaz de conducir un coche él mismo, pidió a otros misioneros que le
ayudaran a llegar a las aldeas más lejanas, donde hasta el final de sus días
siguió visitando, hablando y administrando los sacramentos a las personas. Era
un confesor incansable.
Durante su
última misión en Mpunde, donde encontró su muerte, lo más frecuente era
encontrarlo sentado en un antiguo confesionario. Los locales le llamaban
“abuelo”. Unas horas antes de fallecer, dijo al sacerdote que cuidaba de él:
“Ya estoy listo. Veo luz”. Fue enterrado en suelo zambiano. Su tumba es tan
sencilla como lo fue toda su vida, con un neumático usado a modo de macetero
para las flores.
¿Qué implica ser misionero?
En una de sus últimas entrevistas, el
cardenal Kozłowiecki señaló que para ser misionero es necesario:
“Primero y ante todo, es necesario acercarte a los demás para
acercarlos a Dios. Es necesario enseñarles la verdad y la fe, destacando la
fe. Tienes que explicar a las personas lo que significa ser un creyente; la fe
no es una especie de conocimiento, sino una apertura a Dios, a las cuestiones
de Dios y a los planes de Dios. Implica la admisión y la aceptación del amor y
el reconocimiento de la autoridad de Dios en la vida de todos”.
Este hombre
extraordinario es un ejemplo de confianza excepcional en Dios y de fervor
misionero desmedido. Gracias al cardenal Kozłowiecki y al infatigable esfuerzo
de personas como él, en unas cuantas décadas África se convirtió en un
continente cristiano, que ahora comparte su fe ─y sus misioneros─ con todo el
mundo.
Beata
Zajączkowska
Artículo publicado originalmente en la edición polaca de
Aleteia