Kenia alberga dos de
los mayores campamentos del mundo, donde se hacinan más de 184.000 acogidos
Los refugiados hacen cola para recibir productos de higiene |
Un
cuarto de siglo después, Kakuma se ha convertido en una gran «ciudad» de
187.000 refugiados de guerra. De estos habitantes, 14.000 son menores huérfanos
que han llegado solos o en compañía de algún familiar.
En
el noroeste de Kenia, a 90 kilómetros de la frontera con Sudán del Sur, en la
región de Turkana, un lugar desértico y pobre acoge una de las mayores
poblaciones de refugiados del mundo. Personas llegadas de todos los países de
la región de los Grandes Lagos, del Cuerno de África y lugares más lejanos,
componen una población de dieciocho nacionalidades (sobre todo de Sudán, de
donde proceden más de 100.000, y Somalia, con 50.000).
Kakuma
se ha convertido en «el destino» en el que cientos de exiliados de guerra
encuentran seguridad, alimentos, sanidad y, sobre todo, educación. El 60% de la
población tiene menos de 18 años, cada mes nacen 700 niños y muchos de sus
habitantes son ya «ciudadanos de segunda generación»: sus madres ya nacieron en
este campamento y no conocen sus lugares de origen.
Hutus y tutsis
Lomu
Yuduwan, de Etiopía, o Samson Rokak, de Sudán del Sur, ambos de 16 años,
llegaron a este lugar sin acompañante. Christiane Ininahazwe, de 31 años y de
la etnia tutsi, llegó procedente de Burundi, donde fue violada repetidamente
por hombres de etnia hutu en presencia de su hija. Desde entonces, la niña no
ha conseguido volver a hablar.
Kakuma
ya funciona como una ciudad. Entre las casas de adobe con techos de plástico o
metal aparecen pequeños comercios, servicios de moto- taxi o improvisadas salas
de cine, donde se puede ver alguna película en pantallas de televisión
instaladas en una sala oscura.
Numerosos refugiados regresan a sus casas, en el asentamiento de Kalobeye, después de la misa oficiada por el jesuita padre Francoise |
Un
trabajo conjunto que logra la proeza de que Kakuma registre unos resultados
académicos por encima de la media del país. La mayoría de los cinco componentes
del Equipo de Refugiados, que participaron en el reciente Campeonato Mundial de
Atletismo celebrado en Londres, residen en Kakuma. Allí entrenan motivados por
las historias de Mo Farah, refugiado somalí y campeón olímpico; o de López
Lomong, uno de esos «niños perdidos de Sudán» que llegó a ser abanderado de
Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Pekín.
Kenia
es el séptimo país del mundo en número de refugiados. Pero su presidente, Uhuru
Kenyatta -elegido el pasado octubre en unas segundas elecciones en las que el
opositor Raile Odinga pidió no votar por el fraude reconocido de las primeras-,
parece empeñado en cerrar campos de refugiados como el de Dadaab, el mayor del
mundo, situado en la frontera con Somalía. Su argumento es que lugares como
éstos sirven para reclutar a terroristas.
Los
pequeños milagros siguen ocurriendo, pese a que disminuye el apoyo de los
donantes al mismo tiempo que aumenta el flujo de los refugiados. Aunque el
horizonte para quienes llegan es mucho más que incierto, pues desde Kakuma solo
salen dos caminos: el de retorno a sus países o la autopista al primer mundo.
Una lotería para residir en países como Estados Unidos -difícil por las nuevas
leyes migratorias de la Administración Trump-, Canadá o la remota Australia.
TESTIMONIOS DE ACOGIDOS
Una
década de huida para no ser vendido. Leónidas Bukuru nació hace 16 años en
Ruanda y es albino. Su padre vendió a su hermano gemelo en Tanzania cuando
tenían cinco años. Con la ayuda de su madre logró escapar antes de que le sucediese
lo mismo y vivió en un orfanato religioso hasta los siete años. Su padre le
seguía buscando, volvió a escapar y huyó a Uganda. Un amigo le aconsejó que se
refugiara en el campamento de Kakuma, donde llegó en 2016. Reside en un centro
del Servicio Jesuita al Refugiado para menores. Estudia y le gustaría ayudar a
las personas más vulnerables.
Escapó
de una limpieza étnica en Sudán del Sur. Ajah Tit, de 27 años, nació en Nimule
(Sudán del Sur). Hoy vive en Kakuma con sus dos hijos, Anyak y Abit, acogida
por el Servicio Jesuita al Refugiado en su programa de protección y seguridad
de mujeres. De la etnia nuer, se casó con un hombre de etnia dinka. La guerra
que derivó en limpieza étnica provocó que su marido asesinara a su padre. Huyó
con su marido, que también sería asesinado. La violencia le hizo escapar a
Kenia, donde sigue recibiendo amenazas y pide protección. En Kakuma se siente
más segura y tiene alimentos para sus hijos.
Una
huérfana dedicada a los demás. Sandra Ayoo Leah nació hace 23 años en Lira, al
noreste de Uganda. Una organización extremista que busca instaurar un poder
teocrático en Uganda, Lord’s Resistance Army, asesina a sus padres. Vive con su
abuela hasta que esta muere en 2014. Por miedo y en busca de un futuro, Sandra
y su prima deciden viajar a Kakuma. Allí se diploma en intermediación social y
trabaja para el Servicio Jesuita al Refugiado. Cree que su futuro está en
Kakuma para ayudar a los que han tenido que comenzar una nueva vida como ella.
IGNACIO
GIL
ENVIADO
ESPECIAL A KAKUMA (KENIA
Fuente: ABC