“La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora"
Hoy por hoy, los
misioneros y su labor están de moda. Sin ellos buscarlo ni pretenderlo, sus
vidas, sus secuestros y muertes, su trabajo desinteresado causa admiración y
simpatía, provocando acciones solidarias con el fin de apoyar su causa, que se
juzga noble y buena.
Las noticias que hacen referencia a los misioneros
producen en la opinión pública un efecto bienhechor, pues en medio de tantos
intereses torcidos, corrupción y egoísmo, –se comenta– todavía queda gente
buena en el mundo.
Los misioneros hoy son un valor que cotiza al alza y, de hecho, ofrecen la cara más amable de la Iglesia Católica. Sin mayor dificultad la opinión pública se hace cómplice de su causa, presentándolos como héroes. Pero no son héroes, son sencillamente misioneros.
Los misioneros hoy son un valor que cotiza al alza y, de hecho, ofrecen la cara más amable de la Iglesia Católica. Sin mayor dificultad la opinión pública se hace cómplice de su causa, presentándolos como héroes. Pero no son héroes, son sencillamente misioneros.
1. ¿Quiénes son los
misioneros?
Hombres y mujeres
creyentes [sacerdotes, consagrados o laicos] que, habiendo nacido y crecido en
el seno de familias católicas, no se dedican ni a vender ni a promocionar un
producto sino a ofrecer una experiencia: la que ellos mismos han tenido y
vivido, tras haberse encontrado con Cristo.
Todos los que hemos sido
bautizados estamos llamados a participar en la misión de la Iglesia, según la
especial vocación de cada uno. Así lo señala el Beato Papa Juan Pablo II en la
encíclica misionera Redemptoris Missio. Por un lado, “los sacerdotes deben
tener corazón y mentalidad misioneros, estar abiertos a las necesidades de la
Iglesia y del mundo, atentos a los más alejados y, sobre todo, a los grupos no
cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el
sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad
entera” (RM, 67).
Por otro lado, en
relación a los consagrados, afirma: “La Iglesia debe dar a conocer los grandes
valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente
que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia,
con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a
la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo” (RM, 69).
Y, por lo que respecta a
los laicos, dice: “La participación de los laicos en la expansión de la fe
aparece claramente, desde los primeros tiempos del cristianismo, por obra de
los fieles y familias, y también de toda la comunidad... La necesidad de que
todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia
apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal” (RM, 71).
P. Lino Herrero Prieto CMM
Misionero
de Mariannhill