Guillermo (a la derecha en la imagen) en la misión en Perú a la que fue con el seminario |
De
aquella experiencia misionera en Perú –recuerda el ahora diácono- “como, en un
poblado, aquella gente humilde preparó la Iglesita con todo su cariño y esmero,
con la sencillez de lo que disponían, para la celebración de los sacramentos,
si no recuerdo mal para unos matrimonios y para la celebración de la
Eucaristía. Esa decoración
esmerada era reflejo del deseo y de la emoción con que lo vivían”.
Esta forma de vivir la fe le tocó el alma. “Aquí tenemos tan accesible la gracia de Dios dada por los sacramentos que nos acostumbramos a ella y perdemos la capacidad de asombro ante el Misterio. También recuerdo la generosidad de aquellas personas. Hubo una vez que nos quedamos a dormir en un poblado porque no se podía volver en el mismo día. Aquellas personas sencillas nos dejaron sus propias habitaciones, incluso hubo una familia que hizo unas camitas de madera sólo para nosotros.
Esto sólo se
explica porque tienen la conciencia de recibir a Cristo en la persona del
prójimo “lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos a Mi me lo hicisteis” (Mt
25, 40)”, asegura este joven cordobés.
En
este proceso también fue fundamental “el testimonio de nuestros sacerdotes
destinados en Picota: su vida de oración, su gran celo misionero, la
importancia de la fraternidad y los instrumentos que son en manos de Dios para
traer a Cristo del Cielo a la tierra en aquellas iglesias humildes en medio de
la selva. Es como estar en el pesebre de Belén. Y puede uno pensar la gran
alegría que tendrá el Señor de morar allí en medio de sus preferidos, de estas
personas pobres y humildes, con sus defectos por supuesto, pero con corazones
muy abiertos a la fe”.
Esta
experiencia no sólo provocó este encuentro con Cristo y la llamada al
sacerdocio sino que cambió su forma de ver y afrontar la vida porque “poder
asomarse un poco a la dureza de vida de aquellas personas ayuda a relativizar
muchos los pequeños problemas de nuestra sociedad acomodada. Con frecuencia nos preocupamos de cosas sin importancia y
olvidamos que Dios es providente”.
Toda experiencia
de misión es un tiempo de gracia, y durante este viaje Dios me enseñó cosas
grandes que se han quedado grabadas en mi corazón. Si tuviera que decir alguna
sería saber que Dios no
abandona jamás a sus hijos, especialmente a los que se muestran ante Él
pequeños y pobres”.
De
cara a su futura misión sacerdotal también ha visto que “allí palpas la gran necesidad de
sacerdotes a la par que la grandeza de la vocación. El Señor necesita
jóvenes dispuestos a entregar su vida por amor a Dios, y en Él, por nuestros
hermanos”.
Por
último, Guillermo agrega que “desde que fui por primera vez en el 2009 aquella gente sencillamente me
mostró a Dios, quizás no de forma intencionada, pero sin duda en ellos
con frecuencia puedes ver la fe hecha vida. Recuerdo como un día un matrimonio
con sus niños caminaron casi tres horas para asistir a la celebración de la
Misa o la generosidad y el desprendimiento con el que vivían, como comentábamos
antes. Ante estos hechos sobran las palabras”.
Fuente: ReL